Opinión
Ver día anteriorJueves 26 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Del muro a la muralla
¿V

einte años no es nada? Échenle un vistazo a lo ocurrido en las últimas dos décadas o piensen en los cambios geopolíticos que se anuncian para las siguientes dos.

Este noviembre pudimos aquilatar lo mucho que ha cambiado el mundo en dos decenios y lo mucho que quizás cambie en los próximos años. Los europeos nos lo mostraron con actos repletos de simbolismo (Angela Merkel y Nicolas Sarkozy juntos en el aniversario del fin de la gran guerra). El periplo asiático del presidente Barack Obama fue un testimonio de que el centro político y económico del mundo ya no es el mismo.

Para muchos europeos el siglo XX empezó en 1914 y concluyó en 1989, y ahí, según algunos, terminó la historia. Se dice que el siglo pasado fue el siglo de Estados Unidos. Quizás. Pero podría defenderse la tesis de que fue el siglo de Alemania. Sin sus científicos no hubiera habido mucha ciencia ni tampoco armas de destrucción en masa. Sin sus ingenieros no hubiera habido proyectiles que permitieran llegar a la Luna, cuando menos en 1969. Y sin el militarismo alemán quizás Estados Unidos aún sería una potencia en ciernes.

En Europa hay quienes dicen que el siglo terminó a las 23:17 horas del 9 de noviembre de 1989, el instante en que el guardia fronterizo de la entonces República Democrática Alemana (RDA) decidió que su chamba en Checkpoint Charlie había concluido.

A los conservadores estadunidenses les gusta identificar a Ronald Reagan como el factor determinante en la caída del muro de Berlín y, por consiguiente, del fin de la guerra fría. Pero la transformación de Europa oriental de satélite de Moscú en satélite de Washington no se entiende sin el activismo de Juan Pablo II y la pasividad (o tolerancia, por no decir complicidad) de Mijail Gorbachov.

En noviembre de 1989 el canciller federal Helmut Kohl se lanzó de inmediato sobre el cadáver de la RDA y lo resucitó como parte de una Alemania reunificada. Lo hizo sin preguntarles a sus electores si estaban dispuestos a sufragar el enorme costo de una reunificación y lo hizo sin pedirles permiso a sus socios europeos y aliados transatlánticos. París, Londres y Washington tuvieron que apechugar.

Este mes también nos ha permitido vislumbrar el futuro. ¿Cómo andará el mundo en 20 años? El presidente estadunidense nos dio una probadita durante su viaje a Asia. De ida a Singapur para asistir a la cumbre anual de APEC hizo una escala en Japón. Ir primero a Tokio fue su manera de rendirle homenaje al aliado que para Washington quizás ya sea la nación del sol poniente.

De regreso de Singapur estuvo varios días en China y luego hizo una breve escala en Seúl antes de regresar a Washington. Su estancia en China fue el plato fuerte de su viaje.

China se ha transformado en los últimos 20 años. Mientras los países de Europa oriental se apresuraron a ingresar a la OTAN y a la Unión Europea, la economía china fue creciendo a pasos agigantados. De pronto todo el mundo estaba inundado de sus productos. Hace dos décadas pocos hubieran vaticinado un desarrollo económico parecido. China es hoy el mayor acreedor del planeta y Estados Unidos el mayor deudor.

Aquí es cuando muchos analistas examinan la relación entre apertura económica y cambio sociopolítico. Suele decirse que la libertad en lo económico (léase capitalismo o globalización) conlleva adelantos en materia de derechos humanos. En Europa oriental se dio el cambio político, pero en lo económico hay serios problemas.

Los dirigentes comunistas chinos temen el cambio político aunque aceptan una economía de mercado. De ahí su oposición a los grupos que consideran disidentes. Hace 20 años, ante una ola de manifestaciones, el 4 de junio de 1989 las autoridades chinas optaron por la represión en la plaza de Tiananmen. Los dirigentes de Europa oriental se rehusaron a seguir el ejemplo chino.

El tema de los derechos humanos en China ocupa un lugar importante en la agenda bilateral de Estados Unidos. Pero hay otras cuestiones que le interesan más a Washington. El presidente Obama platicó de muchos temas con su homólogo Hu Jintao, preguntándole lo que Pekín podría hacer para reducir la tasa de desempleo estadunidense y el déficit comercial. Habló también del cambio climático y Corea del Norte. La lista es larga. Tiananmen y sus secuelas pasaron a segundo plano.

Podría ser que transitáramos del siglo alemán al siglo chino y descubriéramos que quizás Estados Unidos haya sido una potencia dominante por menos tiempo del que ahora pensamos. Quizás desempeñó el papel que le hubiera correspondido a Alemania de no haber sido por Hitler: convertirse en la principal potencia económica, conquistar el espacio ultraterrestre y desmantelar los imperios decimonónicos de Reino Unido y Francia.

Antes de su viaje a oriente, el presidente Obama había dicho que el siglo XXI será el siglo de la región Asia-Pacífico. De ser así, sus anfitriones chinos se preguntaron, ¿por qué no nos visitó antes? A Europa ya ha ido varias veces. Es más, es el presidente estadunidense que más ha viajado dentro y fuera de su país durante su primer año en el cargo.

La elección de Obama marcó un hito en la historia de Estados Unidos. Generó un gran entusiasmo entre sus compatriotas y en el extranjero. Pese a la profunda crisis económica que enfrenta, se fijó una agenda ambiciosa en lo interno y externo. Pero los resultados no llegan y ya se dice que habla bonito, pero camina despacio. Antes de cruzar la calle Obama suele echar un vistazo en ambas direcciones. En la política eso puede ser un arma de dos filos. Uno puede aparecer como un dirigente pensante, pero también puede dar la impresión de titubeante.