Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

35 Tragos de ron

E

l cine de la francesa Claire Denis ha estado prácticamente ausente de la cartelera comercial mexicana; sin embargo, la mayor parte de sus cintas han recorrido los festivales locales y algunas (Nenette y Boni, Sangre caníbal) han obtenido distribución directa en dvd. La película que internacionaliza a la directora es Buen trabajo (Beau travail, 1999), interesante historia de amistad y traición entre legionarios franceses en África, espléndidamente fotografiada por Agnès Godard. En los años siguientes a este éxito, su trabajo ha mantenido gran consistencia formal y narrativa al ocuparse del análisis de las relaciones de pareja y los conflictos familiares.

El universo doméstico que describe es el reflejo de una preocupación más ambiciosa: la reconfiguración de la sociedad francesa en un conglomerado multirracial, donde los viejos asuntos del racismo y la persistencia de la mentalidad colonial se replantean de una manera más radical y novedosa.

No es una sorpresa que su cinta más reciente, 35 tragos de ron (35 rhums), posea como novedad absoluta la de describir en un barrio de París la vida de personajes que son casi en su totalidad de raza negra, y hacerlo no desde los parámetros habituales que hablan del hacinamiento poblacional en los suburbios, o del desempleo y el desamparo, sino en un contexto de clase media apenas distinto de aquel en el que se mueven los pocos personajes blancos que presenta la historia.

Tenemos así un retrato de familia disfuncional en un edificio casi desierto. En un primer plano, la intimidad doméstica de Lionel (Alex Descas) y Joséphine (Mati Diop), padre e hija que en un primer acercamiento parecieran ser una pareja conyugal. En un segundo plano, sus vecinos y pretendientes, Gabrielle (Nicole Dogué), antigua amante de Lionel, mantenida hoy a prudente distancia afectiva, y Noé (Gégoire Colin), taciturno y nómada enamorado de Joséphine, quien sin poder procurarse un mínimo de estabilidad emocional resulta incapaz de brindarla a una posible pareja.

En las vidas cruzadas de estos cuatro personajes hay desencuentros afectivos, imposibilidad de plenitud sentimental, y también un espíritu de fraternidad que aflora de manera intensa durante una noche en que la familia virtual debe refugiarse de la lluvia en un bar antillano. En ese lugar la catarsis emocional es casi completa, y la cámara de Agnès Godard la captura magistralmente en esa lenta coreografía de gestos y miradas que intercambian los personajes, y que conjuga la persistente insatisfacción amorosa y la irrupción del deseo carnal.

Al margen de este retrato de familia, pero a la manera de un espejo inquietante, se muestra el caso de un hombre prematuramente jubilado, colega ferroviario de Lionel, cuya tragedia es soportar una existencia que juzga inútil y no haber sabido detenerla cuando creía estrictamente necesario hacerlo. Una cinta melancólica, brillantemente realizada, sobre la soledad y la frustración amorosa, y las estrategias vitales con las que cuatro personajes intentan doblegarlas.