Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El poder de Liliput
L

a movilización del 11 de noviembre fue un éxito y tuvo ecos en la mayoría de los estados de la República. Fue un excelente comienzo de la preparación de la huelga nacional. Pero las movilizaciones, por exitosas que sean, e incluso los paros y huelgas, son sólo medios, no objetivos en sí mismos, y su resultado depende de lo que se espera obtener de ellos. Porque está claro que no enfrentamos a un gobierno de una fracción dura y aventurera del capital que no cuenta con el apoyo de las demás fracciones; también es evidente que las acciones combativas, pero minoritarias, no se apoyan todavía en la conciencia y la indignación de la mayoría de los mexicanos del campo y de la ciudad.

Por un lado, aunque entre las diversas tendencias burguesas hay algunas que formulan objeciones a la política económica gubernamental (como lo revelan las declaraciones del ex gobernador Alemán o de Carlos Slim), sin embargo están todas de acuerdo en lo esencial de la línea de éste, que es la del capital financiero internacional. O sea, en que la crisis capitalista la deben pagar los trabajadores con salarios reales reducidos por los impuestos y la inflación, con horarios y condiciones de trabajo peores que no serán posibles si el capitalismo no destruye las organizaciones sindicales y los centros de resistencia democrática y popular, y no sigue pisoteando y eliminando los derechos democráticos. Por eso estos opositores de la familia no dijeron nada contra la bárbara represión en Atenco o a la APPO, no dicen nada de los asesinatos diarios de campesinos y de militantes de los derechos humanos, no protestan por la militarización del país so pretexto de combatir al narco, que es una parte importante del capital ni, por supuesto, se oponen al intento de destrucción del SME ni a la utilización por un gobierno apoyado en la corrupción generalizada de charros como lo han sido Rodríguez Alcaine o Elba Esther Gordillo para dividir y dificultar la solidaridad con los electricistas de los que, en el caso de que éstos sean derrotados, serían las próximas víctimas.

No se puede contar sólo, por lo tanto, ni con la pugna interburguesa, ni con los (pocos, poquísimos) jueces decentes y preocupados por las garantías constitucionales, ni con el efecto informativo del 11/11 sobre la opinión pública, que sigue estando mal preparada y desinformada por los medios de intoxicación masiva. Mucho menos aún se pueden tener esperanzas de que la presión popular y el miedo lleven al gobierno a cambiar su política, precisamente porque, en su desprecio porfirista por los nacos, quienes lo integran piensan que el pueblo será siempre conservador, individualista y desinformado y que jamás se organizará ni será capaz de oponer una resistencia colectiva. Tampoco se puede creer que una gimnasia movilizadora reforzará gradualmente un frente electoral opositor de izquierda para las elecciones del 2012 cuando todavía hoy los conservadores y los despolitizados son la amplia mayoría si se suman quienes no votan y quienes lo hacen por candidatos y grupos de derecha (sobre todo del PRI y el PAN, pero incluso del PRD y partidos menores). Queda aún por hacer una amplia obra de convicción, de explicación, de convencimiento, de organización, no sólo para lograr una huelga nacional realmente de peso sino sobre todo para sacar el conflicto, en la opinión pública, de la pura defensa del SME y de LFC, empresa a quienes muchos ven como ineficiente y corrupta, para ubicar ambos problemas en la lucha por un proyecto no capitalista de desarrollo del país, el cual necesita palancas públicas para el desarrollo y debe tener a los trabajadores organizados como el eje de la creación de un frente de los excluidos, explotados y oprimidos.

Lo esencial, por consiguiente, es ir hacia adelante, retomando el camino programático del Diálogo Nacional, y construir un frente nacional por los salarios, los derechos y la democracia que una todas las luchas dispersas, desde la del SME pasando por las de los campesinos y por la defensa del maíz, hasta la lucha por la libertad de todos los presos políticos (como los de Atenco) y por la defensa de los derechos democráticos y de las empresas públicas, amenazadas de desaparición bajo el triple ataque del gobierno, de la corrupción charril y de los medios de información masiva monopolizados.

En esta lucha hay lugar para todos y todos deben unir sus esfuerzos. El EZLN y la otra campaña también, informando a sus bases sobre lo que está en juego y orientándolas hacia la conquista de una asamblea constituyente, que restructure las bases jurídicas y culturales del país, imponiendo igualmente los derechos de los pueblos indígenas y de los municipios más pobres. Pero, sobre todo, los que dieron fuerza y cuerpo al paro del 11/11 deben transformarse en propagandistas y organizadores en el Metro, en el transporte, en las colonias, en los mercados, no sólo denunciando lo que hace el gabinete del gran capital sino también explicando todos los datos del problema y proponiendo soluciones. Los efectos de la propaganda desmovilizadora que hacen los medios deben ser barridos. Es cierto que el poder de los órganos de desinformación es muy grande pero ese gigante perverso puede ser amarrado y vencido por los millones de pequeños lazos liliputienses tendidos de trabajador a trabajador. Unidos somos más fuertes y unidos y conscientes seremos invencibles. En Bolivia y Ecuador nos mostraron la vía: lucha directa que impone elecciones libres como subproducto de la misma, y después la asamblea constituyente. México, por supuesto, a diferencia de Bolivia o de Ecuador, es gracias a sus gobiernos prácticamente una colonia de Estados Unidos, y Washington hará de todo para no perderla. Pero la alternativa es clara: o aceptar el retroceso social y la esclavitud, o conquistar la libertad, a cualquier costo.