yer por la mañana un hombre armado ingresó a una escuela secundaria de la localidad de Pine Plains, al norte de Nueva York, mantuvo como rehén durante unas horas al director de la institución y fue aprehendido por la policía, en un incidente que, por fortuna, no arrojó heridos ni víctimas mortales. Significativamente, esto ocurrió el mismo día de la ejecución de John Allen Muhammad, popularmente conocido como el francotirador de Washington
, quien en 2002 llevó a cabo una serie de asesinatos indiscriminados en gasolineras, estacionamientos y centros comerciales de la capital estadunidense.
El asalto a la escuela de Pine Plains es el más reciente de una cadena de hechos violentos ocurridos en menos de una semana en la nación vecina. El jueves pasado, el sicólogo de origen paquistaní Nidal Malik Hasan, encargado de atender a los soldados que regresaban de las guerras en Irak y Afganistán, perpetró una masacre en la base militar de Fort Hood, Texas, con saldo de 13 muertos –12 soldados y un policía– y 31 heridos de gravedad. Un día después, un hombre mató a tiros a por lo menos una persona e hirió a otras cinco en un edificio de oficinas en Orlando, Florida.
A estos episodios deben añadirse los ocurridos en marzo de este mismo año en Alabama, donde un sujeto asesinó a 11 individuos en una serie de tiroteos, y en abril, cuando la toma de rehenes en un centro de inmigrantes de la localidad de Binghampton, Nueva York, culminó con el homicidio de 14 personas. A estos hechos trágicos cabe agregar las tristemente célebres matanzas del Instituto Columbine, en Colorado, en abril de 1999, con saldo de 15 estudiantes muertos, y la del Tecnológico de Virginia, que cobró la vida de una treintena de personas en abril de 2007.
Los estremecedores episodios de violencia individual que recurrentemente siembran terror y zozobra en la sociedad estadunidense tienen como componente indiscutible la desmesurada proliferación de armas de fuego en manos de la población del vecino país, amparada en la anacrónica Segunda Enmienda de la Constitución: al día de hoy se estima que en Estados Unidos existen más de 280 millones de armas de fuego en posesión de particulares y que más de 80 personas mueren al día por agresiones cometidas con ese armamento. La posesión –legal o no– de armas de fuego por parte los habitantes de aquella nación se ve alimentada por el espíritu belicista de los recientes gobiernos estadunidenses, en particular el que encabezó George W. Bush, y por el decidido respaldo de los sectores más reaccionarios y chovinistas de la nación vecina, como la Asociación Nacional del Rifle, organización ultraconservadora estrechamente vinculada al Partido Republicano.
Pero la diseminación de tales armas entre la población no basta, por sí misma, para explicar la exasperante frecuencia con que trastornos mentales individuales desembocan en masacres como las referidas, las cuales, vistas en conjunto, dejan entrever una enfermedad colectiva que no ha podido ser ni siquiera explicada. Resulta desolador que, en una sociedad que goza de grandes niveles de desarrollo y de riqueza –en buena medida producto del colonialismo depredador históricamente ejercido por Washington–, y que se empeña en ostentarse como modelo de civilidad ante el resto del mundo, tengan lugar episodios como los aquí referidos, que denotan justamente un retraso civilizatorio y una propensión a la violencia y la barbarie.