Opinión
Ver día anteriorMiércoles 28 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Uruguay sin Artigas
H

asta cierto punto, con mirada superficial, podría entenderse que a raíz de la singularidad cultural de sus pueblos originarios, Bolivia, Chile y Paraguay se piensen distintos de sus vecinos. Menos lógico, en cambio, resulta la separación entre Uruguay y Argentina.

¿Qué los distingue? ¿Los debates en torno a si el mate se toma con palo o sin palo, o si la carne vacuna se asa a carbón o “a leña? Afortunadamente, la polémica acerca del origen de Gardel quedó superada. Todo mundo sabe que nació en Indonesia.

Paridos cara a cara por un solo río, los gauchos y payadores de ambas orillas del Plata entonaban, a la hora de la emancipación, los mismos cielitos patrióticos. ¿Qué pasó después? ¿Por qué José Artigas (1765-1850), héroe de la primera victoria de las Provincias Unidas del Sur contra los españoles (Las Piedras, mayo de 1811), no lo es de los argentinos?

Así como Bolívar en el norte de América del Sur, Artigas no tenía en mente fundar un paisito. Con mirada larga y profética, sus ideales abarcaban el territorio que hoy, justamente, pretende integrar el Mercosur: Banda Oriental (luego Uruguay), sur de Brasil y varias provincias de la Mesopotamia y pampa húmeda argentinas (Liga Federal, 1813-1820).

¿Qué lo impidió? A diferencia de sus contemporáneos, Artigas comprendió que la suerte de los pueblos del Plata no podía responder a intereses elitistas. En agosto de 1812, luego de las primeras escaramuzas entre portugueses y orientales, Buenos Aires negocia con el virrey español de Montevideo.

Artigas, entonces, expone los fundamentos jurídico-políticos de la soberanía oriental. Diciembre de 1812: “El pueblo de Buenos Aires es y será siempre nuestro hermano, pero nunca su gobierno actual… yo no soy el agresor ni tampoco el responsable”. Enero de 1813: La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada, y ostentada como el objeto único de nuestra revolución. Mayo de 1815: Yo deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí.

Artigas intima a los terratenientes a explotar sus propiedades: De lo contrario, las mismas se destinarán a fondos públicos.

Las oligarquías emiten su dictamen: Artigas, traidor a la patria. El Banco de Inglaterra se frota las manos. En mayo de 1816, cuando Juan VI es coronado rey de Portugal, Londres mueve los hilos para que Brasil alcance las fronteras naturales, hasta los ríos de la Plata y Uruguay.

En agosto empieza la invasión portuguesa a la Banda Oriental. Manuel José García, agente del gobierno proinglés de Buenos Aires en la corte de Río de Janeiro, la justifica: “Necesitamos de un poder extraño… capaz de organizar el caos en que están nuestras provincias”. En octubre, decepcionado, Artigas exhorta al gobierno argentino de Juan Martín de Pueyrredón “… a cambiar la política de avasallamiento de los pueblos que ha sido común en sus antecesores”.

En noviembre de 1817 envía otro oficio a Pueyrredón: Hablaré por esta vez y hablaré para siempre. V.E. es responsable ante la patria de su inacción y perfidia contra los intereses generales. El oficio corrió como pólvora por todas las provincias. Artigas escribe a Jefferson, a Bolívar y, a partir de allí, desencadena la lucha desigual en dos frentes colosales: el oriental contra los portugueses, y el occidental contra Buenos Aires.

Buenos Aires y Portugal sellan un pacto y negocian la Banda Oriental que Brasil bautiza de Provincia Cisplatina. Pueyrredón contrata a un plumífero que no se anda con chiquitas. Artigas es calificado de genio maléfico, hombre turbulento que quiere la segregación, insubordinado, rebelde, traidor a los destinos de América, apóstol de la mentira, destructor de los pueblos, oprobio del siglo XIX, afrenta al género humano. El aludido escribe a E.M. Brackenridge, secretario de Washington en Montevideo: “… mi gente no sabe leer”.

Buenos Aires ordena el regreso de San Martín, quien se encuentra en Mendoza preparando la campaña libertadora de Chile. Pero el Libertador desobedece la orden y expresa que no está dispuesto a desenvainar la espada “… para mancharla con sangre de argentinos”. Pero Buenos Aires llega a un acuerdo con Portugal y disuelve la Liga Federal. Artigas se ve obligado a buscar refugio en Paraguay (1820).

Cinco años después, los caudillos artiguistas encabezan la rebelión contra el opresor brasileño, poniendo los ojos en la reincorporación a las Provincias Unidas. Sin embargo, frente a las disputas entre unitarios y federales argentinos, el pueblo oriental proclama su independencia (1828).

Lord Ponsomby, jefe del Foreign Office, recibe por encargo organizar el equilibrio de la región. Y tras concertar la paz entre Buenos Aires y Río de Janeiro se jacta de haber puesto un algodón entre dos cristales.

En el decenio de 1970, una décima del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa decía: Fuimos un balcón al frente/ de un inquilinato en ruinas/ el de América Latina frustrada en muchos amores/ cultivando algunas flores, entre Brasil y Argentina.