Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuento de hadas
E

n Francia, durante septiembre, después de vacaciones, los libreros se arrancan el cabello sin decidir si cierran su comercio ante la avalancha de volúmenes: ¿dónde meter más de 600 libros, cada uno en un mínimo de tres ejemplares?

El espacio es reducido en París. En las mesas de los restoranes apenas caben los platos –paradójicamente cada vez más grandes y con menos contenido– de la nouvelle cuisine que la política correcta de la silueta sin gota de grasa impone: triunfan vegetarianos y anoréxicos, zanahorias y lechugas.

Los libreros, como los críticos y los presentadores de los programas llamados culturales, no tienen la posibilidad física de leer más de 600 libros (400 y pico franceses, el resto extranjeros) en una semana. Deben decidir, por intuición o corazonada, qué libros rechazan, cuáles podrían venderse.

Para los periodistas de radio y televisión, la solución del problema es más fácil: como ellos mismos publican o preparan un libro al cual será necesaria la promoción, invitan a congéneres que podrán retribuirles el favor. Desde luego, se invita a los políticos, aunque estén ya retirados, quienes escriben testimonios, revelan secretos. Libros de stars del cine o la televisión. Páginas sin aspiración literaria alguna, pero que tratan temas a la moda, más o menos escabrosos: amores incestuosos, odio a la progenitora, drogas y otras delicadezas de donde cualquier traza de heroísmo ha desaparecido. Pero un asunto primordial en el lanzamiento de un libro, del cual tienen cuenta incluso los libreros concienzudos –después de todo, tienen que vender para vivir–, es el escándalo.

Que se hable de la novela o las memorias, que se hable mal, pero que se hable. Estrategia del ruido: poco importa el contenido, menos aún las calidades literarias. Si es posible, un proceso, el escándalo asegurado.

La sorpresa, este año, vino del ex presidente francés (1974-1981) Giscard d’Estaing. Tenía reputación de ser un hombre distinguido, con diplomas que sólo alcanza la elite francesa. Era, sin embargo, un caso extraño, lanzando siempre invenciones delirantes cuando no hilarantes: invitarse a cenar en hogares modestos, donde creía dar gusto tocando el acordeón, decir ante el festín que se le ofrecía: mi plato preferido es un huevo tibio. Jugar al monarca. No debe olvidarse que su título nobiliario fue comprado por su padre. ¿De Gaulle no responde a su ministro de finanzas, Giscard, quien le pregunta qué nombre dar a un préstamo público?: Estaing, un préstamo, parece perfecto.

A sus ochenta y tantos años, Giscard publica una novelita, sin más calidades que uno de esos relatos de las llamadas revistas femeninas, donde narra sus amores con Lady Di. La princesa y el presidente o La Dama y el vagabundo, dirían algunos. Durante las casi 36 horas que duró la duda, incluso el Times de Londres dudó entre la vulgaridad del hombre dizque distinguido –capaz de hablar de sus amores con una muerta que no puede contradecirlo, la estrategia comercial o la rivalidad con Chirac– cuyas memorias aparecen en algunos días y así podrían ser eclipsadas, y quien provocó su derrota electoral.

En fin, después del escándalo suscitado pero importante para la venta, Giscard dijo que inventó esos amores, que se trataba de una promesa a Diana... El escándalo en Londres hizo reír a los ingleses, que no pierden el humor.

Para los libreros es más difícil escoger. Dos libros de una editorial que ha decidido abrise camino, La Différence, valen la pena: una novela y un ensayo.

La novela, Le moins aimé, es de Bruno de Céssole, seleccionado con esta obra para el premio Renaudot. Una novela donde narra la vida de su ilustre antepasado Charles de Sévigné, el hijo mal amado de la célebre madame de Sévigné, a quien Proust dedica tantas líneas, con su estilo embrujador. El ensayo es de Colette Lambrichs, a propósito del magnífico pintor James Ensor. Los textos son del pintor. Una lección sobre el arte, que enseña a mirar.