Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de septiembre de 2009 Num: 760

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos cuentos
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

La hora nada
KRITON ATHANASOÚLIS

El cuarto jinete
LEANDRO ARELLANO

El liberalismo desquiciado
ANGÉLICA AGUADO HERNÁNDEZ y JOSÉ JAIME PAULÍN LARRACOECHEA entrevista con el doctor DANY-ROBERT DUFOUR

Variaciones de una indignación: cinco poetas de Kenia

Taibo I y Taibo II con semana negra
MARCO ANTONIO CAMPOS

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Alberto Durero, Los cuatro jinetes del Apocalipsis

El cuarto jinete

Leandro Arellano

De nuevo se empaña la región más trasparente: un humor maligno -envuelto en polvo cósmico- estalla sobre México, provocando pánico y dolor. Aterida la patria impecable, la angustia y una pasmada sensación de orfandad se abate sobre todos. Anclados a quince mil kilómetros de distancia, escoltamos en la prensa el desenvolvimiento del contagio y las infalibles estadísticas.

Atenas, Constantinopla, Venecia, Egipto, Londres, China, Marsella, Abisinia, España, India, y otras urbes y regiones han sido asoladas por la peste. El virus de la plaga desconoce el escrúpulo, ignora razas, edades, sexo o religión, se traslada de un sitio a otro, sin frontera que lo contenga.

Una percepción inmemorable atribuye a un mandato divino los desastres naturales y las calamidades públicas. Las sucesivas plagas que se abatieron sobre el antiguo Egipto al fin persuadieron al Faraón de la inutilidad de mantener sometido al pueblo hebreo, revela La Biblia (Éxodo 7:11). Con el flagelo de las plagas que azotaron a la civilización del Nilo, Jehová había dado muestras de su determinación por liberar a la tribu de Israel. Y siglos más tarde, San Juan anuncia las calamidades que se cernirán sobre la tierra. Emisario de la mortandad, el cuarto jinete cabalga sin brida (Apocalipsis 6:8).

En China, donde las supersticiones parecen más enraizadas que en Occidente, las catástrofes naturales y los azotes públicos constituyen una forma de juicio celeste sobre los hechos de los gobernantes, testimonio divino que el pueblo paga con ingentes sufrimientos, carga implícita de condenas y promesas por descifrar..., nos ilustra Alejandro Pescador (Los oráculos de Beijing, México, 2008).

Tucídides, un testigo menos conmovido por las supersticiones o el designio divino, relata en La guerra del Peloponeso (Libro II, Capítulo VIII) que...la epidemia comenzó, según dicen, primero en tierras de Etiopía, que están en lo alto del Egipto; y después descendió a Egipto y a Libia; se extendió largamente por la tierras y señoríos del rey de Persia; y de allí entró en la ciudad de Atenas y comenzó en Pireo, por lo cual los de Pireo sospecharon al principio que los peloponesos habían emponzoñado sus pozos...Los atenienses, viéndose así apremiados de fuera por guerras y dentro con la epidemia, comenzaron a cambiar de opinión y a maldecir a Pericles, diciendo que él había sido el autor de aquella guerra, y que era causa de todo sus males.

El gran historiador griego sabía de lo que hablaba, él mismo fue atacado del mal y vio a los que lo padecieron.

Un testimonio más extenso y detallado que el del historiador griego nos lo hereda Daniel Defoe en El diario del año de la plaga, donde narra la epidemia que invadió Londres en 1665 y mató a más de cien mil personas. Defoe cuenta prodigiosamente la intromisión y el desarrollo del azote, y detalla con lenguaje terso y datos precisos la manera como la peste se transmitía: por efluvio, por exhalación y por contacto, destacando que la negligencia fue lo más terrible de los ciudadanos.

Igual que a México, le fueron suspendidos los contactos con varios países. Relata que las naciones europeas temían el arribo de embarcaciones inglesas y ningún puerto de Francia, Holanda, España o Italia admitía sus barcos. En un episodio que se repite recurrentemente, informa que corrió el rumor de que la carne de consumo podía estar infectada. Su interesante crónica o testimonio, que es ambas cosas, destaca que eran muchas las voces que atribuían el flagelo a un castigo divino y cuenta que, desde Hipócrates, se creía que los humos purificaban el aire. La plaga es un enemigo temible y viene armada de terror, anotó.

En una acción similar a la de las autoridades mexicanas, el alcalde de Londres expidió normas detalladas para combatir el flagelo, disponiendo lo que debían hacer la población, los habitantes, los vigilantes, las enfermeras, médicos, y lo conducente en calles, casas, alimentos, bebidas y mascotas y decretó la prohibición de reuniones públicas y fiestas, así como el cierre de bares y tabernas.

En la celebrada novela de Camus la señal ominosa de la peste que se avecina sobre Orán es anunciada por las ratas que emergen de las cloacas para morir en la desesperación. Que el hábitat de esos roedores sea el inframundo y que su presencia se asocie a plagas, podredumbre y otras calamidades, les creó la repulsión generalizada que detentan. A la epidemia mexicana no hubo un agente que la previniera, fue detectada por los médicos después de encarar varios casos de una gripe o neumonía atípica.

San Roque, el santo patrono de los apestados, habría nacido en Montpellier según la tradición, hacia mediados del siglo XIV; pero fue la peste de Venecia la que propagó su devoción en Europa. En Venecia misma se constituyó una cofradía, la Escuela de San Rocco, que sobrevive todavía y mantiene una de las más bellas colecciones de arte. Su santoral se celebra el 16 de agosto y varios pueblos en España realizan vastas celebraciones en su honor, bien que el Santo cuenta con templos bajo su advocación en todos los rumbos de la cristiandad.

Una tendencia actual propende a trocar los nombres originales de las cosas. A una calamidad como la que se ha cernido sobre México se le llamaba peste, que el Diccionario de la Real Academia Española define como: enfermedad contagiosa y grave que causa gran mortandad en los hombres o en los animales. Luego de varios escarceos las autoridades sanitarias internacionales acabaron por definirla Influenza A1H1, relevando así de responsabilidad a los humildes puercos, a quienes tantos inconvenientes se atribuyen, cuando lo cierto es que ofrecen a la humanidad carne sabrosa y limpia entre las más.

Designaciones no le han faltado a través de los siglos: plaga, epidemia, azote, calamidad, tifus, neumonía, gripe. En ocasiones y de acuerdo a ciertas características se le llamó muerte negra, peste bubónica, peste negra, peste hemorrágica. Cualquiera que sea el nombre con el que se le designe, el mal sigue atacando y contagiando con la misma virulencia, cobrando víctimas del mismo modo al principio de la historia. Las armas de la medicina han hecho posible que el número de muertes sea considerablemente menor, por supuesto.

Evitar el pánico de la población es obligación de las autoridades, como lo es igualmente el informar sobre el riesgo inminente de una catástrofe. Al convocar a Inglaterra a resistir el fascismo, Winston Churchill aseguró la población que a causa de ello iban a padecer, que arrostrarían con sangre y dolor la preservación de su libertad. No dejó de llamar la atención que en una población voluntariosa y escéptica como la mexicana, la ciudadanía haya respondido al exordio de las autoridades de permanecer enclaustrados en sus casas por varios días.

Ha sido una experiencia perturbadora vivir cada día vigilantes de la información, de unos medios extremados como son la mayoría en los tiempos que corren, de leer en los encabezados el nombre de México capturado en la tragedia, como apestado. Hubo excepciones, como en todas partes. Desde El País, Pablo Ordaz ha informado en buena ley, con amor y con verdad, igual que Defoe.

Mas no entendamos fracaso donde sólo hay sufrimiento.