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Melito le cumplió al pueblo, ya llegó”, señala orgullosa la madre del presidente constitucional

Si esta lucha se pierde, las 10 familias dueñas del país nos van a aplastar, dicen zelayistas
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Soldados impiden el paso de los manifestantes hacia la embajada de Brasil, donde está en calidad de huésped el mandatario de HondurasFoto Reuters
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Periódico La Jornada
Domingo 27 de septiembre de 2009, p. 22

Tegucigalpa, 26 de septiembre. ¿Qué los países del mundo no piensan ayudarnos?, se desarma la voz de Lissette Miralda, rolliza orientadora vocacional que marcha desde hace 90 días por las calles de esta ciudad. Se le pide que piense, cuando deja hablar, en la condena internacional al golpe de Estado, en las acciones que varias naciones realizaron para traer de vuelta al presidente José Manuel Zelaya, en la hospitalidad brasileña. Refunfuña Lissette a unos pasos de la embajada de Brasil y frente a la sede diplomática de Estados Unidos: ¡Já, eso (la presencia de Zelaya en Honduras) es como tirarle un pedazo de carne a una jauría! Haber traído al presidente, refugiarlo ahí, no es suficiente. ¡Ahora estamos peor!

Dos de sus compañeras maestras aprueban a su lado, apoyan con algunas frases, pero es Lissette quien lleva la voz cantante, la que se acerca a los periodistas extranjeros a tirar su neta, a quejarse, a reclamar: ¿Qué nos pasa a los latinoamericanos? ¿Qué, sólo Estados Unidos puede mandar en nuestros países? ¿Para venir a ayudar necesitan más muertos?

¿Qué quiere Lissette? No le da vueltas: la intervención de los cascos azules de la Organización de Naciones Unidas (ONU) o de una fuerza militar conjunta latinoamericana en su propio país.

Voltea la profesora a mirar a los uniformados que resguardan la embajada estadunidense: ¡Si no tuvieran esos rifles ya todos nos habríamos comido un policía!

Dos cosas explican las ansias caníbales de esta profesora que en realidad no tiene cara de querer comerse a nadie. Una la explica poco antes una muchacha que, en el mismo lugar, narra la represión de la madrugada del martes. Ella y otros amigos se quedaron encerrados en un carro con los vidrios polarizados, mientras afuera se desataba la cacería. “Los cobras (policía de elite antimotines) pasaban rompiendo los vidrios de los carros, destrozando todo lo que podían. Al de nosotros le pegaron y no sabemos por qué se rompió. Luego, pasaban los militares y arrasaban con lo que quedaba. Luego, vino un equipo con cámara, para tomar las imágenes que al otro día presentaron como el ‘vandalismo zelayista’. Al final, llegaron los de la DNIC (Dirección Nacional de Investigación Criminal), supuestamente a levantar las pruebas”.

Muchos no la libraron ese día, fueron golpeados con saña y una buena parte encarcelados. Al menos siete permanecen en prisión, acusados de terrorismo y otros delitos.

El otro motivo de Lissette es su convencimiento de que su batalla va más allá del retorno de Zelaya a la presidencia: Si esta lucha se pierde, las 10 familias dueñas de este país nos van a aplastar.

Su compañera Lourdes Segura, maestra de biología, la apoya en sus temores: dice que si los golpistas ganan se irán contra el estatuto del docente (el contrato colectivo de trabajo de los maestros hondureños) y contra todas las conquistas de los pobres.

Las maestras se sumergen en larga descripción del trato que reciben de policías y soldados por ser mujeres y zelayistas. Dicen, por ejemplo, que si un día se quedan rezagadas, al pasar junto a los militares éstos les hacen señas que indican que pronto les pondrán esposas. Otras veces de plano les dicen al pasar: No se apuren, ya las vamos a macanear.

Se enoja en su relato Lourdes: ¡Ya es hora de que la comunidad internacional nos ayude de a deveras! ¡Aunque sea que nos manden piedras para defendernos!

En el techo de un restaurante de comida rápida, tres militares armados vigilan la protesta. Uno de ellos apunta su rifle hacia la multitud, como jugando. ¡Alerta! ¡Alerta!, comienzan los gritos, y las maestras se van con ellos.

Única legación sitiada en el mundo

Honduras es el único sitio que yo sé, en todo el mundo, donde hay una embajada sitiada. Eso dice Francisco Catumda, encargado de negocios de la legación brasileña, al salir bajo la mirada de cientos de soldados y policías. Está todo sitiado, no tenemos teléfono, estamos totalmente cercados, aislados, dice, una vez relevado por Lineu Pupo de Paul, representante alterno de Brasil ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Si ustedes vieran cuánto papeleo, cuánta cosa, cuánto chequeo, cuánta negociación para que yo pudiera salir a mi casa.

El nuevo responsable brasileño dice que adentro del edificio están todos cansados pero bien, aunque su antecesor confirma que incluso su asistente sufrió los efectos del olor a gas que el presidente Zelaya denunció la víspera.

Desde Nueva York, la canciller constitucional Patricia Rodas reproduce información que circula aquí desde la denuncia de Zelaya: Los químicos y armas de asedio han sido proporcionadas por las empresas Alfacom e Intercom, propiedad del israelí Yehuda Leitner, a quien la funcionaria identifica como intermediario con el gobierno de Israel.

En esas jugadas que rebasan fronteras, Zelaya dedica un momento de su día a una llamada telefónica. Ponen su voz en altavoces en San Salvador, donde militantes del gobernante Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional realizan un mitin en su apoyo. Zelaya pide que El Salvador eleve su voz para que el Consejo de Seguridad de la ONU vuelva sus ojos a Centroamérica, para que aquí no vuelva la convulsión, no vuelvan las armas como solución a nuestros problemas.

Empata con él Luiz Inacio Lula da Silva, quien desde la isla Margarita, en Venezuela, advierte que estamos decididos a enfrentar conjuntamente los numerosos retos que deben unirnos y no dividirnos. Éste es el sentido de la creación del Consejo Sudamericano de Defensa. Éste es el sentido de la condena unánime al golpe de Estado en Honduras.

Luchamos mucho para barrer al basurero de la historia las dictaduras militares de antes, no podemos permitir retrocesos de ese tipo en nuestro continente, dice también Lula, mientras los zelayistas se quitan los zapatos frente a la embajada de Estados Unidos.

Zapatazo e impaciencia de Zelaya

Es el zapatazo, dicen, y sentados en la calle golpean su calzado contra el asfalto.

También hacen la ola, y saltan al grito de el que no brinque es golpista, y cantan, como si fuera nueva, esa vieja canción de Los Guaraguao que habla del piloto que va a bombardear a los niños de Vietnam. Y hasta la bailan. Si los golpes no se han ido al basurero de la historia, parecen decir con sus pasitos de cumbia, ¿por qué habrían de irse las viejas canciones?

Por ahí anda la madre de Zelaya, Hortensia Rosales, atendiendo a la nueva marabunta de periodistas que se quedará aquí mientras haya nota y nada más. “Melito ya le cumplió al pueblo, ya llegó”, dice, muy orgullosa.

El líder campesino Rafael Alegría se quita su zapato gastado por 90 días de marchas: Micheletti, estamos tirándote el zapato porque no te podemos tirar otra cosa, dice al micrófono.

¿Sabrá Micheletti quién es Muntazer al Zaidi, el periodista creador del zapato más famoso del mundo? Si no lo sabe, aquí se lo informa Alegría: Nuestros zapatos están desgastados, pero no el alma, el corazón ni la esperanza.

El episodio no anula el canijo enredo que esta hora es para la resistencia. Los marchistas van al Parque Central. A uno de los líderes lo increpa un hombre que unos identifican como cercano a Zelaya: “Pregunta Mel qué pasó el plantón, mira, aquí en mi celular hay tres mensajes que dicen lo mismo”.