Opinión
Ver día anteriorMartes 1º de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Nueva legislatura?
H

oy se inician formalmente los trabajos de la 61 Legislatura. ¿Puede ser ésta, en sentido estricto, una nueva legislatura?, no nueva, naturalmente, porque acaba de ser elegida, sino porque sea capaz de dar un giro a lo que la sociedad percibe respecto del quehacer de los diputados.

Seguramente todas las legislaturas han sido distintas, y sin duda nunca como hoy la legislatura en turno ha gastado en publicidad en la que se echa incienso a mares acerca de las bondades y los arduos, indispensables, sustantivos, imprescindibles trabajos que, dicen los diputados mismos, hacen por la nación. Y, sin embargo, la propaganda hecha para alabarse a sí mismos termina, como es de esperarse, en vituperio.

La imagen social sobre la Cámara de Diputados no cambia. Es, por supuesto, una exageración excesiva, pero si uno pregunta a cualquier mujer u hombre de a pie para qué sirve la Cámara, la respuesta será inmediata: para nada. Es la verdad política, aunque no lo sea en tal grado en los hechos efectivos. No sólo es la percepción de su inutilidad, sino que, además, ganan millonadas, gozan de toda clase de privilegios, tienen fuero absoluto (aunque no es el que les otorga la ley), disfrutan de atención médica como nadie, y mucho más.

Y es que la clara percepción de que muy por encima de los asuntos de la nación están los intereses partidistas de los diputados, tanto en periodos electorales como en los no electorales, y que una curul es un potencial escalón en la búsqueda de otras y mejores posiciones en la estructura política para seguir medrando con el presupuesto, es una marca a fuego grabada en la frente de los diputados. Es una desgracia para el país, pero sólo la propia cámara está en la posibilidad de demostrar que las cosas pueden ser de otra manera.

Por supuesto, la legislación electoral ayuda enormemente a que prevalezca tal imagen de los supuestos representantes de los ciudadanos. Según los estudios de Sartori sobre los sistemas de partidos y su interrelación con los sistemas electorales, es posible entender qué modelos de partidos son producto, o inducidos o favorecidos por determinados sistemas electorales. Y qué otras variables juegan: integración o no al sistema político o al sistema social de los distintos partidos, para concluir si es un sistema relativamente centrípeto, o polarizante, o excluyente, o conlleva fuerzas centrífugas.

Un asunto ha quedado claro hace tiempo: los diputados son responsables ante los capos de su partido, no ante sus electores. Los diputados lo saben, pero parece que lo prefieren, a pesar de que se trata de un adefesio institucional sin legitimidad política. Sí, disminuir el número de diputados, reformar la ley a efecto de que puedan ser relectos, acercar a los ciudadanos a los procesos legislativos, daría otra legitimidad a esa instancia decisiva de los poderes de la Unión. Veremos en qué aguas quiere navegar la nueva legislatura.

Esta legislatura, además, enfrenta el hecho de que las ideas de la ortodoxia, que fuera brújula del mundo por orden de los mandones del planeta, se han ido al basurero; esperemos que para siempre. No obstante, el Ejecutivo sigue expresándose en el lenguaje de tal ortodoxia, y los nuevos diputados no han abierto la boca sobre las arduas tareas que les esperan. Menos mal que la maestra Ifigenia Martínez ha iniciado un discurso que ojalá fuera capaz de adoptar la mayoría de los diputados: el neoliberalismo no tiene más nada que aportar al futuro de México.

Ninguna otra legislatura de al menos las últimas tres décadas ha tenido encima la responsabilidad que le tocará a la 61: generar nuevas ideas, nuevos enfoques para los problemas del presente, nuevas soluciones. No hay recetas y las tienen que inventar o descubrir, y además acordar y comprometer las mayorías de la Cámara, para dar salidas vigorosas a la más virulenta crisis que el país haya vivido desde tiempos ahora inmemoriales.

¿Reformar el Banco de México para que se ocupe del conjunto de los equilibrios financieros y aporte soluciones para impulsar el crecimiento, lo cual significa que un banco central autónomo es hoy una barbaridad económica, en épocas de crisis devastadoras, y mucho más aún en un país subdesarrollado?

Una reforma, como la referida, puede ser algo que a los habitantes-dueños del banco les suene a un enorme rebuzno. Y a eso mismo debe sonarle a Carstens y sus ejércitos formados estructuralmente en la ortodoxia, así como a sus colegas partidistas nuevos diputados. ¿Cómo, entonces, podría esta cámara llevar a cabo una reforma tan indispensable?

El PAN puede ser prescindible para llevar a cabo una reforma como ésa, pero ¿se atreverán el resto de los diputados que tienen que probarnos que sí son nuevos?

Pensar prácticamente de manera inversa a la nefasta ortodoxia dominante hasta antes del tsunami económico planetario ya probó que pudo hacerlo hasta Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos y conspicuo representante de la ortodoxia más rancia. ¿No pueden hacerlo los nuevos diputados mexicanos? Sería inexplicable, pero puede usted apostar que sobran en México conservadores aún más rancios.