Opinión
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Marius de Zayas en el Munal
U

n destierro moderno da a conocer originales del caricaturista, ilustrador y promotor de las vanguardias, cuya vinculación con Alfred Stieglitz, el dueño de la 291,  fue visualmente explicitada a través de la exposición Stieglitz, que tuvo lugar en el Centro Cultural Reina Sofía de Madrid.

Además de Octavio Paz, quien le dedica un inciso en Los privilegios de la vista, y de su apreciación por parte de Ida Rodríguez Prampolini, tiempo ha, poco era lo que se sabía acerca del artista veracruzano nacido en 1880, hijo del destacado periodista liberal Rafael de Zayas Enríquez. En lapso reciente, corresponde al inteligente empeño de Antonio Saborit su resurgimiento.

Es justo recordar que Xavier Moyssen publicó un excelente artículo, bien ilustrado y documentado, en el número 53 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, en 1983. Muchas fotografías de las caricaturas e ilustraciones  ahora exhibidas, allí fueron dadas a conocer v.gr. En las puertas del Jockey Club (1906); la caricatura de El Chato Elízaga; Auguste Rodin y Edward Steichen, de 1912; la portada de la revista Camera Work,  con la formidable caricatura sin rostro de Alfred Stieglitz, o la casi abstracta de Paul Havilland, de 1914. En esa publicación se incluye la tinta que mediante unos cuantos trazos geométricos alude al marchand Ambroise Vollard (1914), la caricatura muy incisiva del presidente William H. Taft, el retrato caricato de Adamo Boari  y una semblanza de don Pablo Escandón como jinete, ambas de 1906. Ese año, obedeciendo probablemente a dificultades de Rafael de Zayas con el gobierno de Díaz, la familia se estableció en Nueva York, y a partir de 1909 Marius fue  eficaz colaborador de Stieglitz, el fundador de la Photo Secessión Gallery, que es la que se conoce como la 291, por su ubicación en la Quinta Avenida.

Las caricaturas mexicanas de De Zayas aparecieron en El diario ilustrado y uno de los rubros de la muestra, limpiamente museografiada, les está dedicada. No hay en ellas un rompimiento con la muy larga tradición caricaturesca, caracterizada por el énfasis puesto en exagerar rasgos y actitudes. En su tiempo, los modelos debieron ser muy fáciles de identificar, como lo ilustra la caricatura de don Pablo Macedo que se exhibe. El rompimiento de Marius con tal modalidad tiene lugar en Nueva York y se debe a su contacto no sólo con el cubismo, también con el fauvismo, Dada, la etapa preliminar de la abstracción y la escultura africana o malayo-polinesia, en la que como es archisabido, abrevaron las vanguardias.

La sección de las caricaturas en carboncillo es la más interesante; esos dibujos no son grotescos, sino irónicos. No ofrece una sola opción. Así, a veces es la tónica (el demeanour), la conducta de todo el cuerpo lo que el autor capta y lo hace a través de su capacidad instantánea de observación e igualmente debido a intuiciones que le permitían penetrar en aspectos síquicos de sus modelos, como ocurre con el sofisticado y afeminado dandy Paul Bury, o con la Dama con piel de leopardo. Por contraste, el cuerpo del alegre Eugene Meyer está insinuado con tres, cuatro líneas apenas recalcadas en la negrura, suficientes para entregar su obesidad, en tanto su rostro de perfil ofrece rasgos y expresión que debieron serle característicos.

Con el pintor Mardsen Hartley, quien en ese momento era un auténtico vanguardista, aún antes del Armory Show de 1913, hace uso del dibujo a línea en la cara de rasgos tajantes con arrugas prematuras, y de la geometría para indicar sus hombros en declive.

Los trazos geométricos y aguzados que usa para aludir a Roosevelt son simbólicos, lo mismo que la serie de círculos –lentes fotográficos– y formas algebraicas que le depara a Stieglitz.

Una sección de pinturas, la mayoría exhibidas en la Modern Gallery, complementan la exposición. Las obras exhibidas fueron las mismas que se vieron en aquel entonces. La más relevante es la pintura de su amigo Picabia, de 1913. Las dos muchachas de Marie Laurencin están entre las piezas más hermosas que ella realizara y da gusto encontrar allí el paisaje puntillista catalán de Diego Rivera (1911), además de su extraña Naturaleza muerta española pintada en París en 1915. Una mesera de Manet y los cuadros de John Covert están integrados a esta sección. La efigie en bronce de Gertrude Stein por Jo Davidson parece presidir la exposición, vigente todavía esta semana.