Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Descreer y relativizar

A

diferencia de otros padres más normales, el mío me enseñó a desaprender, no a aprender, con un anarquismo sutil que lo mismo le permitió ser Caballero de Colón que aficionado a la lectura y al beisbol, amante de una vecinita viuda o cantor de tangos y boleros. Ciro el chico, como se autoapodó, me transmitió un gusto intenso por algunas cosas de la vida y dos verbos: descreer y relativizar, como involuntario testimonio de un arte de vivir a partir de la conciencia de la propia muerte.

Por eso al leer que cada día aumenta el número de cadáveres no reclamados por los deudos –morirse y ser sepultado también se ha encarecido–, recuerdo lo que decía ese padre cuestionador cuando mi previsora madre quiso convencerlo de que adquiriera una fosa en un panteón: por mí no se apuren en sepultarme, que a los tres días les apesto la cuadra, y dejó que su mujer pagara a plazos la dichosa tumba.

Hoy como nunca abundan los estados depresivos, entendidos no sólo como tristeza excesiva, pesimismo y desesperanza o como trastornos recurrentes del estado de ánimo, opuestos al vitalismo de la televisión, los centros comerciales, las posturas seudoespiritualistas y el teísmo emergente tipo el mundo está como está porque nos hemos olvidado de Dios, como si acordarse del Supremo eximiera de pensar con claridad.

Si bien en la depresión puede haber predisposición sicológica, biológica o genética, hay además factores culturales e ideológicos que materialmente orillan al individuo a deprimirse, a partir de la creciente pérdida de sentido de vida frente a la irracionalidad de un sistema social en esencia estúpido y embaucador.

Agravio e indefensión son dos causales nuevas de la depresión cada día más extendidas entre la ciudadanía mexicana, que a diario es sometida a humillaciones diversas y, lo peor, sin posibilidades de defenderse. Son monopolios, duopolios y oligopolios de los amos de un país secuestrado por la demencial ambición de unos pocos, la manipulada pasividad de muchos y la oligofrenia o deficiencia mental de una clase política sin remedio.

Descreer y relativizar aquello en lo que decidamos seguir creyendo se vuelven entonces herramientas para enfrentar estas situaciones de pérdida de dignidad y seguridad. Echar mano de otros valores y criterios, y aplicarlos con creatividad e imaginación, pueden ayudar a esa depresión que da puntual cuenta de un estado de cosas que sólo los imbéciles quieren ver con optimismo.