Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desamparo económico
L

a presentación del secretario de Hacienda Agustín Cartsens ante el Senado, la semana pasada, pone en evidencia el desamparo en el que está la economía mexicana.

Primero, dice Carstens que una recuperación aquí está sometida a lo que ocurra en Estados Unidos, donde la vuelta al crecimiento será lenta. Segundo, la situación de debilidad de los mercados financieros del mundo reducirá la disponibilidad de recursos para invertir.

Concluye, entonces, que aunque espera que haya crecimiento el año entrante, aunque todavía menor al de 2008, las fuerzas de la recuperación provenientes de fuera no van a ser tan briosas como nos hubiera gustado.

Pues, no, efectivamente no tendrán mucho brío y no puede dejar de advertirse el modo de pensar en Hacienda, donde las condiciones de la evolución económica no se adaptan al gusto de los funcionarios. Pero ha sido esencialmente el mismo equipo, con nuevas generaciones, el que ha profundizado el carácter de la fuerte dependencia con aquella economía y con el financiamiento externo.

Pero el desamparo no acaba ahí. Según el análisis ofrecido por Hacienda, se reconoce ya de modo explícito que se enfrenta el problema estructural de la reducción de la producción de crudo en el país.

Vaya, que el petróleo ya no sirve ni como muleta, ya que nunca fue en verdad una palanca, para apoyar incluso el exiguo crecimiento del producto que se pudo observar en promedio en el país en las últimas tres décadas. En cambio, Pemex es una empresa con un desorden espectacular y virtualmente en quiebra.

La plataforma de producción de crudo que en 2004 fue de casi 3.4 millones de barriles diarios caerá a 2.6 en 2009, y a 2.5 millones en 2010. Sólo entre 2006 y 2010 la caída sería de 23.1 por ciento. Los precios del petróleo no van a compensar la condición de crisis en el sector.

A pesar de eso, los recursos obtenidos del petróleo siguen representando 40 por ciento de los ingresos totales del gobierno federal. Con la fuerte recesión de este año y la magra expansión esperada por el gobierno, los ingresos derivados de los impuestos caen también, más que en 1982 y 1995. La brecha se cubrirá este año con recursos diversos que ya no se dispondrán el año entrante. Consecuencia inevitable: reducción del gasto público.

Tras su análisis, en Hacienda concluyen de modo inevitable que: el impacto de una recuperación gradual de la economía global no constituye un motor significativo para el crecimiento doméstico y por lo tanto es necesario atender el frente interno para fortalecer nuestra capacidad de crecimiento.

De esto último, sin embargo, no se aprecia nada en claro. No se propone una estrategia consistente ni de tipo integral. Se pone de relieve en la visión gubernamental la contención del desempleo, lo que es muy discutible en cuanto a la evolución que presenta y sobre lo que hay poca discusión. Igualmente, se hace referencia a los programas de financiamiento de la banca de desarrollo, aunque no se ofrece una evaluación de su impacto en las empresas y en la producción. O sea, las políticas no parecen suficientemente ancladas para enfrentar la crisis y eficaces para superar el pasmo del mercado interno en un horizonte definido aunque sea de manera laxa.

Si el mercado interno es ahora una prioridad de la política económica –fiscal y monetaria– tiene que expresarse en medidas concretas y, por cierto, ser parte sistemática de la propuesta de presupuesto federal para 2010.

Para ello sería indispensable que las secretarías de Hacienda y Economía, así como el Banco de México tuvieran, ya sea conjuntamente o de modo articulado, cuando menos un par de escenarios del desenvolvimiento esperado de la economía. A ello habría que añadir las medidas que hicieran posible alcanzar esos escenarios, más allá del mero desamparo que por ahora pueden proponer.

Esos escenarios, si existen, son un secreto. No pueden, además, consistir sólo de proyecciones basadas en los modelos cuantitativos convencionales. Esos ya mostraron sus limitaciones y dejan de ser útiles precisamente cuando más se les necesita, es decir, cuando cambian las condiciones de manera radical, como ha ocurrido desde octubre de 2008. No se reconoce abiertamente ese cambio.

Si esto es así, se vuelve inevitable la redefinición de las políticas de crecimiento, más allá de las acciones sacadas de la caja de herramientas actuales: menos gasto y esperar que la economía estadunidense se recupere.

¿Qué se hará en esta economía a partir de la fragilidad estructural del sector petrolero? ¿Cómo se compensarán los ingresos públicos? ¿Cómo se restructurará el mercado laboral? ¿Qué papel jugará el sector financiero? ¿Cómo se reconstituye la productividad y la capacidad de competencia? La lista de interrogantes es muy larga, pero el planteamiento estratégico no se encuentra por ningún lado.

El error más craso que se puede cometer es pensar que una vez superada esta etapa, la economía mexicana puede volver a su modo de operación anterior y a las políticas públicas que ya no resisten más. Esto puede ser cómodo para muchos en el ambiente político y económico del país, pero es un espejismo que pronto se va a desvanecer como otros muchos que se han creado en los años recientes.