Opinión
Ver día anteriorJueves 13 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Cosas del Futbol
Foto
Guillermo Franco, acosado por los estadunidensesFoto Víctor Camacho
E

strategia; ganar a Estados Unidos. Táctica; echar montón. Factores; una más que generosa afición y, por si faltara, el megahorno del estadio Azteca, con más de 34 grados centígrados. Ellos congelan a los futbolistas mexicanos en Columbus, siempre en la noche, cuando hasta las lágrimas se congelan. De modo que el futbol, guste o no, es ya algo más que patadas al balón o a la tibia y el peroné. Todo se vale.

Todo, inclusive que el cabeza dura de Javier Aguirre –vasco al fin– se empecine en colocar a Guillermo Franco desde el inicio. Se trata de un buen jugador, pero no tiene equipo, mucho menos ritmo de competición. Otra cabezonería es poner a jugar a Nery Castillo, que se anula solito.

Y lo peor fue la miopía del llamado ¿cuerpo técnico?, al ser incapaz de balancear la carga de juego por ambos lados de la cancha. En 80 por ciento del partido los mexicanos se empeñaron en la izquierda, pero el primer gol llegó desde el centro y el segundo se debió a una de las contadas incursiones de Efraín Juárez por la banda derecha.

Pese a la ausencia total de buen balompié, y gracias al calor, a la afición y a la siempre bienvenida buena suerte, la selección dio un pasito hacia el Mundial de Sudáfrica. Las televisoras deben estar de plácemes, cual debe, y los enemigos del futbol seguramente le darán la vuelta con sus siempre tristes y patéticas lecturas ideológicas.

Total: el país está igual de jodido pero tantito más contento. Al fin que la inmensa mayoría goza y sufre –hay quienes dicen que es lo mismo– viendo a 22 hombres matándose por una pelota. Dirán algunos que el asunto es demencial, pero habrá que convenir entonces en que la demencia deja mucho dinero.

Banderas e ideologías aparte –unas y otras vienen a ser como el chicle porque son objeto de vulgar manoseo–, es evidente que el futbol mexicano está afectado por el síndrome del pantalón largo. Se trata de una enfermedad descubierta por la ciencia no hace muchos decenios y que consiste en que los partidos, que formalmente se juegan en la cancha, son también víctima de un virus virulento que, adosado a los pantalones de dueños y directivos de la bolita mágica, termina por edulcorar la pureza del juego inventado por los ingleses.

Así puede explicarse, por ejemplo, cómo los árbitros cometen, casi siempre en el momento oportuno, errores que, por regla general, benefician al negocio, casi nunca al deporte.

Pero es lo que hay.