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Con Algunas letras de Francia busca dar realidad a la literatura con un oyente activo

Recopila Adolfo Castañón sus ensayos de muchos años sobre 42 escritores franceses
 
Periódico La Jornada
Lunes 10 de agosto de 2009, p. a12

La literatura francesa tiene en México a uno de sus estudiosos y custodios más atentos: Adolfo Castañón. El poeta y ensayista ha ejercido la tarea por largo tiempo, con rigor, admiración reverencial y pasión simultáneos. Su libro más reciente: Algunas letras de Francia, es el nuevo fruto de esa labor.

El volumen, publicado por el sello Veintisieteletras, recoge un conjunto de ensayos y apuntes escritos a lo largo de muchos años sobre autores que parecen haber escogido a Castañón –así lo percibe él– para hacer manifiesto un diálogo imaginario que no buscaba otro objeto que el de dar realidad a la literatura a través de un oyente activo.

Ordenado alfabéticamente, el libro hospeda a 42 escritores franceses de distintas épocas y tendencias. Entre otros: Raymond Abellio, Maurice Blanchot, André Breton, Roger Caillois, Celine, Mircea Eliade, Joris-Karl Huysmans, La Fontaine, Le Clézio, Malraux, Nostradamus, Saint-John Perse, George Sand, Marcel Schwob, Gilles Vigneault, Valery, Voltaire y, para Castañón, el imprescindible Montaigne.

El primer encuentro de Adolfo Castañón (ciudad de México, 1952) con la lengua francesa se dio cuando era niño, en las canciones de George Brassens y las películas de René Clair. Lo cuenta José de la Colina en una carta incluida en el libro a manera de prólogo, y el autor de La caverna lo amplía en entrevista.

Era un tiempo –los años 40, 50 del siglo pasado– en el que en México aún había una gran estimación por la cultura francesa, con la cual se identificaban las minorías ilustradas.

Los profesionistas de toda disciplina estudiaban en libros franceses: No era una excentricidad de mi padre, historiador y abogado, ni de mi madre, dentista, tener interés por la cultura francesa.

Con 21 años, viaja a Europa, y se pasa un año de trotamundos, visitando distintos países y, sobre todo, Francia, para ver si era verdad todo lo que había leído o le habían contado: Vi que el francés que yo había aprendido era una lengua viva.

Entonces –dice Castañón– soy resultado y efecto de ese contexto, de ese ambiente, hay otros autores de mi generación que podrían estar señalados por eso, pero en mi caso ha habido una adopción más sistemática del tema francés.

Del conocimiento vino la pasión por la literatura francesa y su fascinante nómina de autores.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los intelectuales y científicos dejaron el francés para empezar a educarse en inglés: La cultura dominante es el inglés, incluso en Francia, es un hecho que no se puede soslayar.

Castañón busca contribuir a que no se desanuden los lazos culturales y literarios que han mantenido Latinoamérica, México en particular, y Francia: “La literatura francesa clásica medieval y la del siglo XIX son tan poderosas, que lograron asentar arquetipos que están latentes, vigentes, palpitantes, detrás de la literatura mexicana o latinoamericana, hay un ir y venir entre ambas literaturas; y creo que los mexicanos y latinoamericanos cumplimos una cierta función en relación con la cultura francesa. En la medida que estamos fuera, en que tenemos una mirada periférica, en esa medida podemos ser capaces de salvar y custodiar formas, actitudes y gestos que en la metrópolis, en Francia, se van eclipsando, se van perdiendo.

A lo mejor mañana los franceses tienen que venir a buscar el espíritu de la literatura francesa debajo de un ladrillo mexicano.

–¿Por qué eligió esos autores y no otros?

–Porque me enamoré de esos y no de otros, y también porque no cupieron otros. Elegí a autores del Renacimiento, como La Fontaine, Montaigne o Nostradamus, y otros del siglo XIX, pero no tengo un Balzac ni un Baudelaire, a quienes quiero y admiro, pero me pareció que no había tenido ocasión de medirme con ellos. Detrás de cada uno hay una circunstancia coyuntural. Por ejemplo, Marcel Schwob me gusta mucho, además, fue un autor importantísimo para dos autores que son esenciales y clave: uno es Juan José Arreola y otro Jorge Luis Borges.

Este libro es una invitación a descubrir no sólo la amplitud, la riqueza de la cultura francesa, sino en cierto modo de la literatura sin más.