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Personajes perennes de la ciudad
U

no de los aspectos fascinantes de la antigua ciudad de México, hoy llamada Centro Histórico, es el encuentro constante en sus construcciones, calles y plazas de los personajes que han dejado huella en nuestra historia. Un caso es el ilustre don Joaquín García Icazbalceta, bibliófilo, investigador, impresor, filólogo, traductor, historiador, cronista de la ciudad de México y ante todo un hombre que amó profundamente a su país y se afanó por preservar la riqueza de su pasado.

Nació en 1825 en la capital y cuando contaba con cuatro años de edad su familia se tuvo que ir a España como resultado del decreto de expulsión de los españoles, expedido en 1828. Ocho años más tarde la familia pudo regresar y en 1848, durante la invasión estadunidense, se alistó en el batallón Victoria, con el que participó en varios hechos de armas. En su hacienda de Morelos, destruida durante la Revolución, aplicó avanzadas medidas de justicia social.

Pero su pasión fueron los libros, los que no sólo coleccionó, sino que escribió e imprimió, en una imprenta con un taller de encuadernación que estableció para tal fin, dejando obras notables. Conocedor de varias lenguas, realizó importantes traducciones, entre otras, la de los famosos diálogos latinos de Francisco Cervantes de Salazar, obra que él rescató y gracias a la cual podemos conocer cómo era la ciudad de México de mediados del siglo XVI.

Fue tan prolífico don Joaquín que su pequeña imprenta no fue suficiente para publicar toda su producción, por lo que varias de sus obras las editó la Antigua Librería de Andrade, en donde se reunía en tertulias con Manuel Orozco y Berra, Lucas Alamán, Manuel Payno y José María Lafragua.

Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua y perteneció a muchas otras sociedades nacionales y extranjeras. La lista de su producción ocuparía varias páginas, entre sus investigaciones, traducciones, compilaciones y sus trabajos de filología y lingüística. Llama la atención que no obstante ser un ferviente católico examinó con rigurosa crítica histórica la debatida cuestión de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. No obstante presiones de gobernantes conservadores y miembros del alto clero, negó que hubiera evidencias históricas de dichas apariciones. En una carta al obispo de Yucatán del 29 de diciembre de 1888, resumió en una frase lo que siempre fue su convicción más íntima y lo define como un hombre de una ética inexpugnable: Por ningún interés del mundo desfiguraría yo la verdad histórica.

En los paseos por el Centro Histórico, aparece don Joaquín al visitar el hermoso palacio del Conde de Heras Soto, en donde vivió varios años y que, actualmente, es la sede del Archivo Histórico del antiguo Ayuntamiento de la ciudad de México. Y nuevamente lo encontramos al darnos una vuelta por el templo dedicado a San Cosme y San Damián, en donde se encuentran sus restos en una hermoso sepulcro. Curiosamente, en las cercanías del templo, precisamente en la calle de nombre Joaquín García Icazbalceta vivió Miguel León Portilla, el ilustre sabio e historiador quien también fue cronista de la ciudad de México y tuvo a bien nacer en la calle llamada Sor Juana Inés de la Cruz. Bien dicen que infancia es destino.

Y ya que andamos en el rumbo vamos al restaurante Boca del Río, que lleva décadas en su amplio local, situado en San Cosme 42, con su piso y sillas verdes y adornos de enormes girasoles de plástico. Como el nombre lo indica, la especialidad son los platillos de origen acuático. Las quesadillas de cazón son un buen inicio para acompañar el tequilita o si está fuerte la canícula, una cerveza bien fría. Ahora tienen chiles en nogada, con todos los ingredientes tradicionales, pero con el añadido de camarón y pulpo, originales y sabrosísimos. Si es postrero va disfrutar las fresas con crema.