Opinión
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Música

Carlos Zaldívar, músico y misionero

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Zaldívar en su concierto en el Tecnológico de SaltilloFoto Juan Puga
C

onocí a Carlos Zaldívar en 1971, cuando era el requinto de un grupo llamado Sacrosaurio. Usaba el pelo largo, era moreno, de mandíbula fuerte y lucía un poblado bigote negro. No era muy alto, tocaba una telecaster y vestía pantalón acampanado y un chaleco con bordados sicodélicos. Los Sacrosaurios ensayaban en mi casa, por lo que tuve oportunidad de escucharlos muchas veces y hacer amistad con él.

Un día llegó a avisarme que se iba para Oaxaca, pues había decidido emigrar en busca de mejores oportunidades. Luego lo fui a buscar y lo encontré en una casa en las afueras de la ciudad. Había formado Sierra Madre, que sonaba estupendamente. Poco después le perdí el rastro y no lo vi más.

Pasaron más de 30 años, hasta que por medio de Internet, me enteré de una reunión del Epílogo, primer grupo de Carlos, en la Alameda de Saltillo, Coahuila. Logré comunicarme con él por medio de un correo electrónico… una vez que aclaré quién era yo, se restableció aquel diálogo suspendido durante muchos años. Él aún tenía una gran cantidad de cosas que compartir y me invitó a Saltillo a escuchar un concierto de su nuevo grupo Uno.

Luego de una noche en autobús, llegué un jueves en la mañana a la terminal central de Saltillo y le llamé; un rato después me encontré con él en la puerta de su casa. Ha cambiado poco. Luce un poco más robusto y su vestimenta y look son algo diferentes: ahora usa el pelo más corto y su bigote es gris. Me saludó y de inmediato comenzó a platicarme sobre lo que había sucedido desde aquella última vez.

“Fue al vivir en Oaxaca, que decidí irme de misionero; allí conocí a Maggie, originaria de Michigan, con quien me casé y tuve cinco hijos que ahora ya son grandes; sólo uno, el menor, de 11 años, salió músico: es baterista y desde hace dos años estudia en la escuela Yamaha de aquí. Ya con los misioneros formamos otro gran grupo musical de muchos elementos; había una chica que cantaba precioso, un bajista, un pianista excelente, dos bailarines, percusionistas y coros; todos ellos eran compositores de muy buenas canciones. Yo tocaba una de las guitarras, la otra, ¿quién crees? ¡Jeremy Spencer!, guitarrista principal (slide) de Fleetwood Mac. Aquí está la portada del disco que grabamos en Brasil, en la cual aparece la foto del concierto que ofrecimos en el estadio de Maracaná, lleno hasta los topes; fue grandioso, mira, aquí estoy yo (…)”

Con Uno, Zaldívar retorna a su origen cósmico-místico y logra recuperar, casi en su totalidad, la esencia de una carrera caracterizada por un gran espíritu de aventura y avidez por viajar. Primero fue Brasil, después a Japón, Filipinas, Indonesia y Malasia, lugares que escogió para difundir su mensaje y su música. Uno es la conjunción de sonidos que Carlos recogió de su periplo y que armoniza para iluminar y guiar por medio de la gran expresividad de su guitarra y su voz.

En su más reciente concierto, que se celebró el 26 de marzo pasado en el Auditorio del Tecnológico de Saltillo, Zaldívar se hizo acompañar de dos músicos, un baterista y un bajista. El grupo de asistentes se redujo a un racimo de amigos y colaboradores del grupo, pues no se dio abasto con organizar el acto y además actuar en él. No obstante, los asistentes pudimos disfrutar de ¿Por qué?, Poderosa, Money (Beatles), Purple Haze, Nuestro amor, Gotta Get You Into My Life (Beatles), Mi gente, Paseo, Una flor en el desierto, He buscado por todo el mundo (el éxito de Avándaro) y una versión de Cielito lindo en guitarra slide. Todo en arreglos y composiciones recientes de Zaldívar, en las que abarca muchos géneros y técnicas diferentes dependiendo del contenido de cada pieza.

Un día después del concierto, Carlos y yo caminábamos alrededor de la Alameda de Saltillo, iluminada de manera tenue con los últimos rayos del atardecer. Mientras tomábamos un agua fresca, señaló una residencia a un costado de la Alameda, donde vivió la última etapa de su vida como misionero, hace ya cuatro años. “Hace como seis años, el exceso de trabajo me provocó un ataque de úlcera que casi cobró mi vida y me vi obligado a dejar la comunidad. Estaba resuelto y se lo comuniqué a Maggie, pero ella prefirió quedarse; fue muy duro, pues supe que la extrañaría y que tendría que buscar otro tipo de ocupación.

“Afortunadamente seguimos siendo buenos amigos y a veces, ella viene a ayudarme a llevar el equipo con su camioneta; siempre está cerca y al pendiente de mí y de nuestros hijos. Todavía somos una familia y nos apoyamos mutuamente. Tuvimos un periodo difícil hasta que todo se aclaró y terminé dedicándome a lo que coseché durante mis experiencias en otros países: los idiomas. Y es notable que aquí en Saltillo tenga la oportunidad de enseñar cuatro diferentes. Además, se ha corrido la voz, así que gracias a Dios, tengo bastante chamba.

“También tengo un taller de reparaciones y ajustes, compra y venta de guitarras e instrumentos musicales. En cuanto a música, tengo la ilusión de seguir hasta la vejez, algo así como BB King, que a sus 90 continúa tocando. Sigo componiendo y grabando, pero lo que más me gusta es tocar en vivo.

Quiero agradecer y saludar a los grandes amigos que me han apoyado y con los que he tenido el placer de tocar recientemente y que me hablan y escriben seguido. ¡Qué tiempos aquellos!