Opinión
Ver día anteriorSábado 25 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ciudadanía y régimen político
E

l proceso electoral concluyó. Las calles quedaron limpias, pero el futuro del país no. Más allá de las preferencias partidarias, hay algunos acuerdos posibles en el balance de resultados.

1) Que se estancó la transición del régimen político que evolucionó hasta 1997, cuando el partido entonces dominante perdió su mayoría en la Cámara de Diputados. Ahora padecemos las consecuencias del congelamiento de la transición. 2) Que no parece probable que ningún gobierno pueda funcionar tal como está el actual régimen político, que ya no es presidencialista, puesto que el presidente desde 1997 no tiene la mayoría parlamentaria para aprobar sus iniciativas, y tampoco semiparlamentario, puesto que el Congreso sigue con muy escasas atribuciones. 3) El resultado de esto es el estancamiento económico. Somos la economía con peor desempeño en América Latina, la crisis vino de afuera, pero se sumó a la que ya existía dentro, y por eso somos uno de los países a los que les pegará con particular rigor. 4) La pobreza aumenta, el empleo disminuye, y no parece que la ciudadanía vea salida en alguno de los partidos existentes. Mal haríamos en suponer que con más partidos la cosa sería mejor. El incremento tan significativo del voto nulo, más la abstención acumulada, deja ver que para un sector altamente significativo de la población los partidos, como están ahora, no son alternativa.

El 11 de abril escribía en estas páginas que sería difícil esperar que se modificara el régimen político, si sus actores principales permanecen iguales. Unos tratando de recuperar el poder, sin tener una nueva propuesta de Estado que haga pensar que su visión va más allá de la añoranza de lo perdido; otros insistiendo en su pretensión de resolver los grandes problemas nacionales sólo con medidas gerenciales, las más de las veces copiadas acríticamente de la administración privada. Quienes más insistieron en el discurso de la transformación hoy se encuentran sumidos en la confrontación más inoportuna, estéril y vergonzosa, puesto que no se trata de la confrontación entre proyectos sociales, sino en la pugna por el poder interno. Desafortunadamente el proceso de las elecciones y sus resultados confirman esos temores. El país está atrapado en un círculo vicioso que parece no tener salida: no cambia el régimen político porque sus actores principales no tienen interés en modificarlo, ni los demás actores sienten mayor presión para cambiar, ya que suponen que el mismo régimen podría darles nuevas oportunidades. ¿Cómo romper esta espiral de ignominia? Los actores políticos son por supuesto los que tienen mayor responsabilidad para modificar las cosas.

Acción Nacional tendría que demostrar que es capaz de entender el mensaje de la ciudadanía y cambiar sustancialmente el rumbo de las políticas que sus gobiernos han impulsado. Basó su campaña en el llamado a fortalecer al presidente, para que éste continuara con su proyecto, y claramente la ciudadanía dijo NO. Sería entonces de esperarse por un lado una disposición a modificar la política económica, que hasta ahora ha estado sólo atenta a los mercados y a las ganancias empresariales. Y, por otro, a recuperar su principal promesa de campaña y generar los empleos suficientes que el país requiere, por encima de cualquier otra prioridad. Tendría que cambiar la política social, para que no se reduzca como hasta ahora a la transferencia de recursos que vuelve dependientes del gobierno a los pobres, sino para que éstos puedan contar con los medios suficientes para hacerse cargo de su propio desarrollo. Tendría que estar dispuesto a una verdadera reforma del Estado que disminuya el poder presidencial en favor de la representación popular. Pero sobre todo tendría que estar dispuesto a ser respetuoso de los derechos humanos, acatando para ello las recomendaciones de los organismos internacionales.

Para demostrar lo que han dicho sus dirigentes, que no es el viejo partido el que retorna, sino el PRI del siglo XXI, el Revolucionario Institucional tiene que acreditar que no tiene el proyecto de mantener inalterado el sistema político, permaneciendo tres años a la espera de las elecciones presidenciales, para entonces gozar del sistema político, tal como lo dejó hará entonces 12 años. Tendrá que aprovechar la oportunidad de hacer alianzas con las fuerzas progresistas, para impulsar las reformas socioeconómicas que urgen para sustituir al caduco neoliberalismo, y también las reformas que requiere el régimen político. De no hacerlo así, terminarán dándose cuenta de que sólo volvieron al lugar en el que se quedaron en 1997, en caso de regresar a Los Pinos en 2012.

El de la Revolución Democrática es paradójicamente el partido que más cambios debe realizar, si es que quiere ser, como sus principios lo afirman, una alternativa para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Hay un cambio sustancial que debiera realizar: sustituir las ya cansinas pugnas entre corrientes y caudillos, para dar paso a la discusión de fondo sobre el proyecto social, y en función de éste hacer los arreglos organizativos que se requieran. Plantear las cosas a la inversa no hará sino mantener la decadencia. Pero, como en el pasado reciente, es necesario que la ciudadanía, que también debe ser autocrítica, y pensarse ella misma en clave de democracia, de eficacia y de derechos, se reorganice para forzar estos cambios. Hay muchas cosas que corregir adentro, porque hay muchas más cosas que hacer afuera.