Opinión
Ver día anteriorJueves 2 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Más de jóvenes dramaturgos
P

ara los autores jóvenes y todavía no consolidados existen varias perspectivas y no quiero hablar de la mala suerte de entregar sus obras a directores y actores poco formados profesionalmente, con lo que nunca se podrán apreciar las posibles virtudes de sus textos. Una, la ideal y de la que existen variados ejemplos, la de toparse con un director y un grupo igualmente jóvenes y talentosos con los que pueda iniciar su vida de teatrista. Otra, también excelente, la de que un director de probada trayectoria se interese en un texto suyo y lo suba a escena con actores muy profesionales. La tercera, el espinoso camino de dirigir sus obras, lo que, de no contar con actores y actrices capaces y con una activa imaginación escénica, puede emborronar textos dramáticos dignos de mejor suerte, aunque en muchas ocasiones los autores que dirigen sus obras (directurgos, les dice con ingenio Ignacio Flores de la Lama) han demostrado gran talento en ambas modalidades. El último que muestra tenerlo es Richard Viqueyra, quien ha sabido allegarse actores muy disciplinados para sus montajes.

José Alberto Gallardo, que ya había llamado la atención con No Otelo y que dirigió al alimón con Viqueyra Autopsia de un copo de nieve de Luis Santillán para la UNAM, merecía contar con mejores elementos para escenificar su muy interesante Breve silbido desde el exilio. Es un claro ejemplo de que algunos éxitos anteriores de crítica y público no logran siempre que un autor y director joven reúna un reparto equilibrado para sus escenificaciones.El texto de Gallardo habla de la enfermedad como un exilio en donde se establecen barreras con los amantes sanos, por muy amorosos que éstos se comporten. B, que sufre de sida, lee en una novela la historia de C, enferma terminal de cáncer, mientras A, el relator –siempre en comunicación con los espectadores– juega el doble papel de amante del real B y del ficticio personaje que es C.

El lenguaje que utiliza Gallardo es notable, en ocasiones poético, muy alejado del pseudo realismo verbal a base de palabras soeces que emplean muchos de sus contemporáneos y la trama no requiere de muchos ornamentos esceográficos, ya que el entrevero de las dos historias sugiere un espacio neutro en donde una y otra puedan contarse, con desplazamientos de A para encarnar sus dos personajes. Por desgracia, el reparto parece hecho con los actores que aceptaron, no los que proyectaran mejor a sus personajes. Damián Cordero, con experiencia como autor y director, carece de la sutileza necesaria para encarar los cambios de A de narrador a marido de C y amante de B, con lo que las tres realidades –la escenificación, la obra real y la novela– no quedan del todo delimitadas. Paola Izquierdo, bien conocida en teatro cabaret es la de mejor desempeño como C, la enferma de cáncer y Abel Ignacio Hernández tiene todavía dificultades para vocalizar, aunque mejora en el desenlace de B.

En el marco de escenificaciones de Teatro emergente que ofrece El Milagro, el grupo L G S T presentó La pura idea excita de David Gaitán –quien también actúa con buena expresión corporal pero rostro un tanto inexpresivo– junto a Ana Beatriz Martínez que muestra mayor ductilidad, con dirección colectiva. El arranque de Gaitán es muy bueno, con expresa crítica a la doble moral que se espanta del cuerpo desnudo pero no deja de admirarlo (en caso de que sea digno de admiración), con la premisa de que si aparecen desnudos en escena el público dejará de fijarse en el devenir de la obra, como justa réplica a quienes, descendientes de la moral judeocristiana, ven pecado en la desnudez humana.

El actor y la actriz cuentan una historia de celos, amor y desaveniencias de pareja, intercalando las escenas en que lo hacen en desnudo total, como el principio y los dos monólogos con que se dirigen al público, con otras en que visten algunas de las numerosas ropas que les son aventadas desde los dos bastidores que enmarcan el sofá, única escenografía –apoyada por la iluminación de Matías Gorlero– y que asimismo se han colocado en los asientos del público, que no se atreve a aventarlos también, quizás cohibido por la insistente desnudez de los protagonistas en una obra que no es tan acertada como su punto de arranque.