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Imitar al rey

Ceseo, seseo y distinción

E

s una leyenda infame, de una mala leche verdaderamente latinoamericana, aunque divertida: refiere que los españoles de España hablaban bien el español, hasta que apareció en escena Carlos I (o V de Alemania), quien pronunciaba en forma muy defectuosa; los cortesanos dieron en imitar al rey, de ahí se extendió el ceceo por buena parte de la Península, y el idioma se preservó mejor mientras más lejos se hallaban de la Corte sus hablantes.

Es cierto que el soberano tenía un prognatismo muy marcado –distintivo, por lo demás, de la dinastía de los Habsburgo, muy cogelones (o jodedores, dirían por allá) entre ellos y tendientes, en consecuencia, a sufrir defectos genéticos. El pobre hombre no podía ni cerrar la boca ni masticar bien, lo que le provocaba variados trastornos digestivos, y por supuesto, hablar le costaba un mundo. Un diplomático veneciano describió así la prominente mandíbula real: Su faz inferior es tan ancha y tan larga, que no parece natural de aquel cuerpo; pero parece postiza, donde ocurre que no puede, cerrando la boca, unir los dientes inferiores con los superiores; pero los separa un espacio del grosor de un diente, donde en el hablar, máxime en el acabar de la claúsula, balbucea alguna palabra, la cual por eso no se entiende muy bien.

La imitación desmesurada y servil de los defectos de un monarca o gobernante es un lugar común en la cultura. En el siglo antepasado, el compositor Gustave Nadaud, comprometido con las causas del pueblo, se burló de los lambiscones que adoptaban cualquier pose mameluca de Boanaparte el Pequeño en la canción El rey cojo: Un rey de España o bien de Francia / tenía un callo en el pie; / creo que era en el pie izquierdo / y cojeaba que era una lástima. // Los cortesanos, especie hábil, /se pusieron a imitarlo / y quien de la izquierda, quien de la derecha, / aprendieron todos a cojear. // Vieron pronto el beneficio / que esa moda significaba / y del antecámara al funcionario / todo el mundo cojeaba, cojeaba. // Un día, un señor de provincia, / olvidando su nueva habilidad, / llegó a pasar ante el príncipe / erguido y recto como un árbol. // Todo el mundo se puso a reír / excepto el rey, quien en voz baja, / murmuró: Señor, ¿qué significa esto? / Veo que vos no cojeais. // ¡Señor, os equivocais! / Estoy plagado de callos, mirad: / si camino más derecho que los demás / es porque cojeo de ambos pies.

Pero eso de que el ceceo fue introducido en la Península por el rey y su mandíbula hipertrofiada es una mentira podrida y calumniosa: se trata, en cambio, de un complicado fenómeno lingüístico que consistió en la aparición del sonido interdental fricativo sordo (la theta, en el alfabeto griego) equivalente a la th anglosajona. La explicación histórica más clara que encontré es la de Luis Carlos Díaz Salgado en su Elogio del ceceo:

Hacia el siglo X “nuestro idioma poseía cuatro sonidos sibilantes: uno era dental sordo, sonaba /ts/ y se representaba en la ortografía por medio de la letra ç: ‘plaça’ /platsa/. Otro era dental sonoro, sonaba /dz/ y era representado por la grafía z: ‘dezir’ /dedzir/. Luego había dos sonidos alveolares, uno sordo, representado por ss que sonaba parecido a nuestra s actual: ‘passar’ /pasar/ y otro sonoro representado por la letra s: ‘rosa’ /roza/ que sonaba parecido a la z inglesa de ‘zip’ o a la s francesa de ‘chose’ [...] Con el tiempo este sistema se derrumbó, y en la Castilla del siglo XVI desaparecieron las sibilantes sonoras, y se comenzó a utilizar sólo dos, ambas sordas. Así, las grafías ç-z pasaron a representar el mismo sonido dental sordo. Y las grafías ss-s el mismo sonido alveolar sordo. Actualmente, en el castellano del centro norte peninsular tenemos una situación muy parecida a la del siglo XVI, con un sonido interdental sordo representado por las grafías z y c: ‘decir’, ‘plaza’. Y un sonido alveolar sordo representado por la grafía s: ‘pasar’, ‘rosa’. Sin embargo, en la Andalucía de los siglos XV al XVI –y esto es muy importante en la historia lingüística del español de América– la transformación de las sibilantes no iba a ser la misma que la que estaba ocurriendo en Castilla en esa misma época. En el sur de España se siguió distinguiendo entre sibilantes sordas y sonoras, y las que desaparecieron fueron las alveolares. Así, se pasó a tener un sonido dental sordo representado por las grafías ç-ss: ‘plaç’, ‘passar’. Y otras dos, z-s, para representar un sonido dental sonoro: ‘dezir’, ‘rosa’. Con el paso de los años la diferencia entre sordas y sonoras también desapareció y todas pasaron a ser sordas. Así, de los cuatro fonemas sibilantes primitivos del castellano se pasó a tener uno solo. Por eso, hoy día, hay andaluces que utilizan un único sonido dental ese representado por las grafías s-z-c. O un único sonido interdental zeta representado igualmente por las grafías s-z-c. A los primeros se les llama seseantes y a los segundos, ceceantes. Las tres formas de pronunciación actuales de las sibilantes del español (distinción s-z, seseo y ceceo) tienen el mismo origen: el castellano medieval. No se puede decir que ninguna de ellas sea mejor o más hispana que otras.

Foto
Retrato realista del señor Carlos de Austria (o Habsburgo) cuando rondaba la treintena.Autor: Christoph Amberger

Los españoles dicen que cecean quienes pronuncian la ce suave (antes de e o de i), la ese y la zeta como zeta (o zea, loz que hablan azí), pero en Latinoamérica le llamamos cecear a lo que del otro lado del Atlántico se denomina distinción, es decir, homologar la c y la z con la theta griega y pronunciar la ese y la ce en estilo apicoalveolar (con una como vibracioncita que la asemeja a un sonido intermedio entre la sh y la zeta anglosajona), esh dezir, lo que shuena másh bien ashí, que es como se quedaron hablando los habitantes de regiones sepentrionales castellanas, de donde el estilo se expandió a la mayor parte de la Península, con la clara excepción de Andalucía, en donde cecean (en el sentido peninsular) o bien pronuncian la ce suave, la ese y la zeta (cuando no se las comen) igual, y de la misma forma que en Latinoamérica: allí y en el poniente del Atlántico, la pronunsiasión no hase distingos entre la se, la ese y la seta.

Doctos, destácenme o destásenme. Clavados en el tema, vayan a consultar (links, en el blog) la wikientrada Reajuste de las sibilantes del idioma español, el trabajo de Mirta Muñoz El seseo y el ceceo, o llamen de urgencia a su lingüista de cabecera. Pido perdón a los peninsulares por el chistorete del inicio y concluyo, con una frase del propio Díaz Salgado: En esto de la lengua, si hay bandos, no son el americano y el español, o el andaluz y el castellano, sino el de los que pretenden que el idioma sea un ente inamovible y los que entendemos que para mantener la unidad hay que conservar la diversidad.

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Ante la catástrofe que se abate sobre Honduras por culpa de los oligarcas y los gorilas vernáculos (y que serán derrotados por la resistencia del pueblo y las presiones de la comunidad internacional), recuerdo con escalofrío lo que contó hace unas semanas, en la vecina Guatemala, la valiosa periodista Marielos Monzón: un día se encontró en un restaurante en una mesa cercana a la que ocupaba Giovanni Fratti, uno de esos que organizan manifestaciones blancas supuestamente contra la violencia delictiva y la impunidad, y que realmente apuntan a desestabilizar al de por sí balbuceante gobierno de Álvaro Colom. La informadora escuchó de boca de Fratti –porque éste, con su volumen de voz, quería que todos los presentes lo escucharan– amenazas de este corte: Vamos a cambiar este país a sangre y fuego y “vamos a revivir a la ‘Mano Blanca’ y a ‘Jaguar justiciero’”, en referencia a dos de los escuadrones de la muerte que en décadas pasadas, y al servicio de dictaduras militares, secuestraron, torturaron, desaparecieron y asesinaron a cientos de miles de guatemaltecos. Cuando Monzón se retiraba del lugar, el conspirador gritó: ¡Esa, que es de la guerrilla...!

Estas amenazas resultan mucho más alarmantes tras lo ocurrido en Honduras, pues indica que la ultraderecha guatemalteca no ha prescindido de sus tendencias asesinas y genocidas. En una réplica vergonzosa, el tal Fratti chilló porque, según él, la periodista no habría debido publicar algo que había sido dicho en un ámbito privado. La eterna coartada de quienes profieren o cometen canalladas es alegar, una vez que éstas son descubiertas, que su privacidad ha sido violentada.