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El bailaor presentó su sexto espectáculo en el Auditorio Nacional la noche del lunes

Frenético y cadencioso, Joaquín Cortés mostró su esencia calé

Ante un público entregado a su arte, pleno de vitalidad, dijo: ¡Soy gitano! Me encanta llevar mi cultura a todo el mundo

En un arrebato, bajó del escenario para regocijo de sus seguidores

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Cortés recordó a su su madre, fallecida el año pasado
 
Periódico La Jornada
Miércoles 24 de junio de 2009, p. 9

¡Soy gitano!, gritó orgulloso el bailaor Joaquín Cortés (Córdoba, 22 de febrero de 1969), la noche del pasado lunes en el Auditorio Nacional, casi lleno, al borde del final de la presentación de su sexto espectáculo, que lleva por título Calé, que en romaní significa gitano.

“¡Me encanta llevar mi cultura, mi esencia a todo el mundo. ¡Soy gitano! Todos los que están aquí (su compañía) son errantes, nómadas, que cumplen mis sueños.

Ante todo, les ofrezco disculpas por los errores técnicos. La verdad es que la mayoría no se percató de tales fallas. Pero Cortés, sí ya que para su espectáculo, luces, música y baile deben estar estrictamente sincronizados.

El bailaor expresó su satisfacción por esta presentación, ya que había sido pospuesta debido a la emergencia sanitaria por la influenza. Anteriormente había dicho que se exageró en el extranjero sobre el riesgo de contagio.

Fueron generosos los aplausos del público, entregado a su arte, a su vitalidad, a su sensibilidad. Habla por su pueblo y su cultura, por un grupo discriminado por ser minoritario, pero siempre orgulloso.

También recordó a su madre, Basilia Reyes Flores, fallecida el año pasado.

Como miles de luciérnagas

Dos horas duró Calé, su sexta obra después de Cibayí, Pasión gitana, Soul, Live y Mi soledad. Como en una fiesta gitana, el grupo de músicos apareció en escena. Cayó la noche en el foro y en torno de una hoguera, músicos y bailaoras mostraron su arte. Entre luces que semejaban miles de luciérnagas apareció Cortés.

Comenzó a zapatear y desde ese momento todo fue un acto de hipnosis colectiva. El ritmo fue de lo frenético a lo cadencioso.

Resultó memorable cuando entre una oscuridad espesa y una música ondulante los torsos desnudos de 10 bailaoras, transportaron al público al ámbito erótico de lo gitano. Casi todo el cuadro se desarrolló con ellas en el suelo. Sus largos faldones incitaban a la sensualidad.

Cortés dejó en varios momentos el escenario para lucimiento de los integrantes de su compañía. Fue la noche del flamenco en su variedad y síntesis. La vanguardia que busca Cortés ahora estiliza los movimientos.

En lo visual, los claroscuros contrastaron con los rojos intensos, enmarcados en figuras geométricas, sobre todo triángulos. Las llamas de las hogueras se extiendieron hasta una especie de bosque. Los recursos escenográficos son multimedia. La sincronización es indispensable, sus músicos deben estar pendientes en los cuerpos, los pies y las manos de Joaquín Cortés.

Vamos a improvisar un poquito para ustedes, dijo, y puso en tensión a los músicos, quienes no deben perder detalle de ese torbellino de jazz flamenco.

Narró una fábula. Contó que había un niño que quería volar. Ése era su sueño. Ese niño soy yo. Me encanta vivir mi cultura, mi sueño en todo el mundo.

En un arrebato, bajó del escenario y corrió por el pasillo. Las mujeres que pudieron se cruzaron en su camino para besarlo, otras sólo lo abrazaron y muchas consiguieron un choque de manos.

Saltó de nuevo al escenario para dar una última muestra de su talento. Dos veces durante el espectáculo tuvo que cambiarse de camisa por el sudor que empapaba la tela. Cortés ha devenido gitano universal que ha hecho valer su cultura, la de un pueblo errante, que tiene como patria a la noche, en fiesta de arrebato alrededor de una hoguera eterna.