Opinión
Ver día anteriorMartes 2 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alice Rahon en el MAM
D

urante los últimos años de su existencia, que fue larga, Alice Rahon, aficionada que fue a viajar, tanto por México como por otros países y continentes, vivió casi en reclusión en su casa de Tlacopaque.

La prematuramente desaparecida prosista e investigadora Lourdes Andrade compartió con ella buena parte de los últimos tres años de su vida. La visitaba con frecuencia un antiguo amigo suyo, el pintor Tomás Parra,  quien conserva vivas memorias, así como algunos testimonios de ella.

Gracias a Lourdes, a quien se deben varios escritos valiosos sobre Alice, yo pude verla en un par de ocasiones, rodeada de sus gatos. La visitaban también Eva Sulzer y el profesor estadunidense: Wayne Siewart.

Él, integrado al colegio de letras de mi Facultad, fue quien me habló de cartas ilustradas, escritos, dibujos y poemas, que Alice conservaba de sus amistadas europeas, que guardaba en un baúl. Marcel Duchamp, Max Ernst, Ives Tanguy y Anaïs Nin, además de Picasso estaban entre ellas.

Como es natural, a los 80 años o más Alice había envejecido considerablemente, pero conservaba trazas de su legendario encanto. Su belleza y la armonía de su figura perfecta están constatadas a través de fotografías y resultan análogas a la de algunas divas cinematográficas de las décadas de los 30 y 40. Era alta, esbelta, de magnífica figura y, como le gustaba mucho nadar, la conservó hasta edad avanzada.

Mis visitas tuvieron lugar con motivo de una exposición minirretrospectiva que pudo montarse en 1986 en el Palacio de Bellas Artes, gracias a gestiones de Lourdes Andrade. Recuerdo de aquel tiempo la entusiasta participación de las hermanas Pecanins.

De entonces a la fecha, Alice no ha estado olvidada, pero las nuevas generaciones de pintores y de investigadores poco o nada la conocen, de aquí la importancia de la exposición vigente.

Hay entre lo que se exhibe versiones de ciudades, cuadros de formato amplio, que resultan importantes, pero no están, a mi criterio, entre lo mejor de su producción, salvo uno: La cuadra. Es la vista no de una calle, sino de una manzana completa, representada en picada; es un precioso cuadro clásico realizado el mismo año en que murió Paalen, 1959.

Las ciudades de Alice Rahon remiten a sus mundos interiores, dice la breve explicación en turno. Con todo respeto sugiero que tales lugares comunes se eliminen de los comentarios escritos que acompañan las exposiciones. No ayudan, hasta estorban un poco.

Bahía en Acapulco ostenta rasgos orientales, se ve que Alice se fascinó con esas síntesis y las asimiló al grado de que las hizo suyas. Igual acontece con The wind (1954), donde los esgrafiados dan cuenta de un uso que perfila con suma delicadeza otras obras. Algunas ostentan arenas mezcladas con pigmento.

Tenía sentido del humor y era muy capaz de metamorfosear un testimonio, convirtiéndolo en otro, cargado de discreta ironía. ¿Será el flechado El gato herido una alusión a El venado herido de Frida Kahlo? Lo pintó en 1946 y el conocido cuadro del venado flechado como San Sebastián que Frida realizó es de ese mismo año.

Una de las piezas más graciosas y con mayores ímpetus innovatorios es Johnny Got his Gun, con adhesiones tipo collage, alusivas quizá al hecho de que la novela antibélica (mismo título) de Dallon Trumbo, que ganó un premio de los libreros estadunidenses en 1940, a su vez retomó la denominación de una comedia jocosa de 1919, Johnny Get your Gun, musicalizada y muy reditada.

En La balada de Frida Kahlo, pintura a la que ya me referí en mi nota anterior, Alice rindió  homenaje póstumo a su colega, que era siete años menor que ella. Igual sucede en Frida aux yeux d’hirondelle (Frida con ojos de golondrina), de 1956, retrabajado una década después.

Alice Rahon fue amiga de otro surrealista en exilio: Gordon Onslow Ford, quien llegó a México con su esposa Jacqueline, en 1941. Acabaron por establecerse en Erongarícuaro, villa tarasca donde construyeron  una casa conocida como el molino. Fue colaborador de Dyn y amigo de Paalen, pues ambos, admiradores del arte prehispánico, realizaron pesquisas en aras de encontrar ídolos.

Se exhibe la carta que Onsolow Ford le escribió a Alice con motivo de la muerte de Paalen, preguntándole por el archivo y papeles de éste.