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Andanzas

Un adiós para Roseyra Marenco

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La bailarina Roseyra Marenco falleció el lunes pasado a causa de un paro cardiacoFoto Archivo
C

on el corazón arrugado escribo estas imágenes, recuerdos agolpados, tiempo en desorden, emociones amontonadas... Experiencias inolvidables sobre mi querida amiga y compañera de los años duros de la danza mexicana. Llegué de viaje, y encontré este mensaje una y otra vez: Roseyra Marenco falleció.

Roseyra Marenco (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1932/ Distrito Federal, 2009), en plena salud y facultades, se fue de manera sorpresiva con el corazón cansado, que dejó de latir cuando nadie lo esperaba. Discreta, vivía alejada del bullicio de la bailarinada. Su recia personalidad y especial carácter, directo, sincero, casi brusco, no daba entrada a vaguedades o imprecisiones. Roseyra Marenco fue una de las más talentosas bailarinas, integrante de aquel movimiento que se inició en las clases del convento de San Diego.

Constituyó parte del rompecabezas que fue tomando cuerpo, como decíamos, con nuestro sudor y sangre. Época heroica, hermosa, ingrata y convulsiva, de la que han escrito mucho quienes no lo vivieron como fue, con el esperado caos de intereses de una política que no fue justa para la mayoría, y las consiguientes imprecisiones de la historia oficial, la historia a sueldo.

La figura de Eyra, como le decía Amalia Hernández, era imposible de pasar desapercibida. Sus grandes maestras fueron Waldeen y Ana Mérida, así como Amalia Hernández, de quienes se hizo –sobre todo de las dos últimas– asistente, amiga, bailarina y compañera inseparable.

La conocí en las clases de la Academia, cuando ésta se ubicaba en avenida Hidalgo, y yo recién me había salido del Ballet de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Ella fue quien me llevó al estudio de Waldeen, en Insurgentes Sur, y al estudio de Amalia, en su casa porfiriana en la calle de Guadalajara. Ahí me integré; ella era la encargada de encaminarme en el repertorio del ballet moderno de México de Amalia Hernández (el primero fue el de Waldeen).

Algunos años bailamos juntas con Amalia, a quien ella reverenció, apoyó y acompañó; además, colaboró con ella unas cuatro décadas, aunque tuvo que pelear su retiro en la Junta de Conciliación y Arbitraje. En aquella época bailamos y ensayamos como desesperadas, tiempos en los que no había horarios, sueldos, familia, novios ni amigos. Nada importaba, sólo los ensayos y las clases, igual que en el ballet de la UNAM.

Bailamos en la danza moderna de Amalia, piedra angular de su ballet folclórico, de Gluck a Duke Ellington, de los sones de Michoacán a las sonatas del padre Soler, o de las danzas aztecas con los inolvidables Güiligüis y su música autóctona. Imposible olvidar a Eyra danzando el guerrero Huitzilopotztli. Era un torbellino; su presencia poderosa, musicalidad y talento eran el más puro sentido natural de la danza, sin dejar de lado su faceta como coreógrafa en la Quinta de Prokofiev, con Alma Rosa Martínez, Roseyra y yo.

Andanzas, Marenco

Hicimos temporadas inolvidables en la Sala Chopin, en la calle de Puebla; en Televicentro, bajo el manto de Luis de Llano; en diversos teatrillos por calles de la ciudad de México que ya ni recuerdo, así como unas tres giras en La Habana, donde el éxito fue de locura.

Amalia nos habló de su contrato para presentarnos en una gira por Europa. Estábamos felices y trabajábamos como poseídas en su estudio de Polanco. El núcleo inicial, sin embargo, fue el mas sólido e integrado: Amalia, Roseyra, Alma Rosa Martínez, Edme de Moya, Hugo Romero, Florencio Yescas, los Güiligüis y yo; se planeaba con mariachi, y los sones de Veracruz que solíamos bailar descalzas, con los enormes vestidotes de Dasha, nada que ver con el son jarocho; ahora sí parecíamos folclóricas.

Pero Amalia canceló todo, pues resultó embarazada de su hija Vivianita, y todo se vino abajo. Nunca cobramos un céntimo por meses y meses de arduo trabajo. Roseyra estaba furiosa y se distanció de Amalia; yo entré al Ballet de Bellas Artes y la dejé de ver por un tiempo.

Roseyra Marenco fue una excelente maestra de danza en el Instituto Mexicano del Seguro Social, donde logró jubilarse; posteriormente continuó trabajando con Amalia, en la Escuela del Ballet Folklórico de México, en la calle Violeta; pero lo más irónico de todo resultó ser que ella no fue a la gira europea que Amalia organizó tiempo después. Aquella gira, la primera del Folklórico, fue un gran éxito, y ganamos la medalla del Teatro de las Naciones o Chatelet, y Rosita no estaba.

Así pues, me parece necesario remarcar la personalidad y talento de esta gran bailarina mexicana, que sin duda no alcanzan las plumas de tanto extranjero o gente desmemoriada que no sabe, conoció o no le conviene nada, más allá de los intereses creados.

Roseyra Marenco es uno de los pilares de verdad talentoso y genuino de la enmarañada arquitectura de la historia de la danza mexicana y, créanme, lo merece de verdad, sobre todo en esta sopa de gente, donde están los que no son y los que son no están. Roseyra preciosa, hasta siempre.