Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de mayo de 2009 Num: 741

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Marcianos
ARNOLDO KRAUS

Plinio: un precursor
LEANDRO ARELLANO

El pájaro mayor
HERMANN BELLINGHAUSEN

Noventa años de la revolución proletaria en Hungría
MAURICIO SCHOIJET

Radicalmente Rosa
ESTHER ANDRADI

Cézanne y Munch: divergencias y convergencias
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Marcianos

Arnoldo Kraus

En mi infancia era frecuente que en la televisión, o en los periódicos, se hablase acerca de los marcianos. Había un locutor que además de famoso era, al menos eso me decía mi padre, gran conocedor del mundo de los marcianos. Escribía libros, comentaba acerca de los ovnis y aseguraba que existía vida extraterrestre. Además de que tenía un horario privilegiado en la televisión, la vida familiar en el Distrito Federal de hace tres o cuatro décadas permitía la convivencia y el intercambio de ideas: muchas familias, pobres o ricas, estaban atentas a sus comentarios.

Aunque con frecuencia el locutor se equivocaba, ya que aseguraba que en determinada fecha llegaría un OVNI, lo cual nunca sucedió, la gente no sólo no perdía la confianza en él, sino que, incluso, seguía con mayor detenimiento sus comentarios.

La popularidad de el locutor no disminuía a pesar de sus yerros; la sociedad era sana y creía en él. Era ameno y, aunque trabajaba bajo la égida de patrones corruptos, la sociedad sabía que era honesto. Se creía en él porque siempre ha sido sano confiar.

En esa época la vida era, si no mejor, si más sencilla. No todo requería explicaciones ni era tan avasalladora la información. Simple y llanamente se cuestionaba menos, se creía más. Se le creía, también, porque aseguraba que los marcianos beneficiarían al ser humano.

“No se han contaminado con nuestras guerras. Entre ellos se parecen mucho. No hay ricos ni pobres. Todos tienen el mismo coeficiente intelectual. No hay guapos ni feos. No roban y todos mueren a la misma edad”, eran algunos de sus argumentos.

En una ocasión, un espectador muy perspicaz, contestatario y estudioso del mundo de los marcianos le habló para manifestarle su desacuerdo por la supuesta bondad de los marcianos.

–Mi nombre es Pedro –se presentó–. Quisiera recordarle lo que sucedió en 1938, cuando se transmitió por radio la adaptación que hizo Orson Welles de la novela La guerra de los mundos, de H. G. Wells. ¿Es posible?

–Adelante. Transmitiré sus comentarios en vivo para compartirlos con los televidentes.

–Casi inmediatamente, incluso antes de acabar la serie –decía Pedro con énfasis contundente–, familias enteras en Nueva York y en Nueva Jersey abandonaron sus hogares despavoridas, cubriéndose el rostro y la cabeza con lo que tenían a la mano. Muchas personas fueron presas de tal pánico que incluso olvidaron cerrar sus hogares. Las estaciones de camiones y de trenes se saturaron y fueron insuficientes. Se ignora cuántas personas fueron arrolladas por la masa, pero se dice que fueron “cientos”. El pánico –continuó Pedro visiblemente emocionado–, se debía a que los marcianos no tenían un aspecto muy amigable. Orson Welles afirmó que poseían tentáculos y que eran criaturas grandes, mayores que osos, y que brillaban como el cuero húmedo. “Los ojos son negros, la boca tiene forma de v y les cuelga una saliva repugnante”, aseguró Welles. Esa información –remataba Pedro–, era suficiente para cuestionar la supuesta bondad de los marcianos.

–Ese es uno de los problemas de la ficción. No suele respetar la realidad: la deforma y convierte en mentira muchas de las teorías de quienes nos apegamos a la realidad. No hay duda que el mundo sería mejor si la ficción fuese más atenta a la realidad. Las novelas de ficción deberían desaparecer. Suficientes problemas tenemos con las novelas que hablan sobre los seres humanos de verdad –replicó El Locutor.

Mientras mostraba su último libro, El mundo de los marcianos. Otra vida es posible, El Locutor aseguraba, con vehemencia, que no tenía dudas: el mundo sería mejor si la ficción fuese más atenta a la realidad .

Apenas entrábamos en calor los televidentes cuando el tiempo del programa se agotó. Muchas dudas quedaron en nuestras mentes. Hubiésemos querido saber quién tenía razón, si Pedro o El Locutor. Hubiésemos querido realizar muchas preguntas y confrontarlos. Mientras que uno alababa a los marcianos, el otro pensaba que no eran sujetos dignos de confianza; mientras que uno había dedicado buena parte de su vida al estudio de la realidad marciana, el otro pretendía demoler la teoría de la bondad de éstos por medio de Welles, de Wells y de los seres humanos que habían sido pisoteados por la masa que huía despavorida.

Cuarenta años después sigo recordando el programa de El Locutor y la intervención de Pedro. Es increíble, pero, incluso hoy, sigo lamentando mucho que Pedro y El Locutor no hayan dialogado. Ambos detentaban su verdad. Me hubiese encantado escuchar un debate entre un marciano, Pedro y El Locutor. Quizás la conjunción de sus ideas hubiese servido un poco para mejorar la condición humana.

Desde entonces me he sentido huérfano, por no haber podido aclarar mis dudas. El problema no es sencillo, pues Pedro y El Locutor murieron hace dos años, el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar. Incluso, aunque parezca increíble no lo es: los enterraron en la misma fosa.

Además, por si ese hueco fuese poco profundo, ni siquiera tengo a quién consultar: los marcianos no han llegado, los aeropuertos diseñados por El Locutor para que aterricen los ovnis siguen sin construirse y, lo que es peor, Welles no leerá más y Wells ya no escribirá. Ambos están enterrados en Marte.