Opinión
Ver día anteriorLunes 11 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La constelación suspendida
C

opos o frutos, miles de garzas blancas cargan las extendidas y largas ramas desnudas de los ceibones. Aunque es pleno día, están encorvadas, tal vez dormidas. Apunto la fecha: 6 de mayo de 2009. Y también: kilómetro 116. El calor es seco, tan sofocante, que hasta el sudor quema debajo de la camisa.

Debe tratarse de algún fenómeno meteorológico. Garzas se ven por acá todo el tiempo, sobre todo en potreros y valles, y comparten los ríos con sus parientes cormoranes, írices, grullas. Rondan vacas y humedales, se subrayan en el aire preferentemente al caer la tarde. Pero de una en una, unas cuántas a lo más. Nada de grandes parvadas.

Los copos hoy son multitud. Y permanecen inmaculadamente inmóviles, como esperando algo que no parece inminente, y les da tiempo para una siesta colectiva.

Época de sequía. Los pastizales amarillean. El paisaje se adelgaza y pone rígido, oculta menos que en época de lluvias, se desnuda y desnuda todo eso que el paisaje habitualmente contiene: gente, bestias, arroyos y caminos. El verdor es ralo y opaco. Por algo los rebeldes en las montañas siempre han sabido que este clima es propicio para las operaciones militares contra las comunidades. No hay lodo ni follaje, hay poca agua.

Con ese fondo, la constelación de garzas brilla por su presencia sobre las inmensas ramas, sin hojas, igual que los duraznos cuando florean. Tan énfática su masa, que para imaginaciones como la de Alfred Hitchcock resultaría amedrentadora.

Y para como están los ánimos del personal, ahora cualquier pájaro, cualquier cerdo, cualquier estornudo o anuncio televisivo, cualquier vecino mete miedo. O la duda. Y entonces, ¿qué culpa tienen los que acuden a las explicaciones más imaginativas de los fenómenos naturales? ¿Quién dijo que las de miedo –como llamaba mi abuelita a las películas de horror– guardan relación con el pensamiento científico ni las evidencias? Y tienen un no sé qué que nos deja temblando.

Pero como aquí no hay nadie, no hay quien venga a enojarse con ellas o tener miedo a estas aves dotadas de gracia, que cuando están despiertas son palafitos de sí mismas en las orillas y los pantanales, o saetas blancas y cruficadas al volar todas cuello, todas ala. Y cuando dormidas: estos copos de nieve, esta constelación suspendida.

Lástima que no estaré aquí mañana para verlas estallar en vuelo como fuegos pirotécnicos contra el grisáceo azul del cielo. Ya otras veces he presenciado el estallido, ese momento en que todas las garzas se cubren para cubrir el cielo con una especie de tul. En aparente caos, sin formación de vuelo, un nudo de espirales que no se tocan.

Esta vez me tocó el momento previo, el capullo blanco de la inminencia. Y eso tiene también su belleza, su magia.