Opinión
Ver día anteriorJueves 7 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Francis Bacon en el Museo del Prado
E

sta primavera se puede admirar en Madrid una retrospectiva de Francis Bacon, el pintor inglés que, junto con Lucien Freud y antes William Turner, logró vencer el complejo de insularidad que aquejaba a varios pintores de la isla y se volvió internacional.

Una exposición bellísima, muy completa e inquietante. Hay cuadros de todos los periodos, esas crucifixiones enigmáticas de su primera época, tema que lo obsesionaba, aunque no fuera religioso. Cuadros pintados en la década de los 50, cuando aún no tenía seguridad en sí mismo, y que son quizá los más conmovedores de su obra.

Para ese entonces ya había elegido el luego recurrente formato del tríptico para expresarse: en la muestra se admiran varios de los trípticos dedicados a George Dyer, su trágico amante.

Un cuadro pintado en 1973 me llama la atención, se intitula Estudio sobre el cuerpo humano u Hombre encendiendo una luz. Como suele suceder con este pintor, se ha inspirado en una fotografía de Muybridge, el fotógrafo inglés de principios del siglo XX; representa a un boxeador, visible entre las muchas otras fotografías que se pueden observar en la reproducción de su estudio que se ofrece como complemento de la exposición.

Representa a un hombre de espaldas prendiendo un foco; la bombilla colocada dentro de un rectángulo irregular color verde botella; su cordón, una línea blanca perfectamente trazada, divide en dos mitades la superficie color café oscuro de otro rectángulo situado exactamente detrás, que cubre la mitad izquierda del fondo del cuadro.

Sobre el lienzo verde de enfrente –elemento puramente pictórico como los demás elementos geométricos del cuadro, ¿será verdad?– el hombre desnudo trepa y su pierna izquierda desaparece detrás de un vacío, quizá una puerta. El piso de color gris rata recibe de repente el impacto de una extraña sombra café oscuro: hace juego con el rectángulo posterior, y, a mi modo de ver, delinea una boca, como si una mancha repugnante enturbiara la limpidez del linóleo.

Extrañamente, el rostro no tiene dientes, tan familiares en Bacon –por ejemplo la serie de representaciones donde aparece el papa Inocencio X, cuyo modelo es el cuadro de Velázquez, cuadro que, por otra parte, Bacon nunca quiso ver y sólo conoció a través de una fotografía.

Dos rectángulos perfectamente trazados complementan el fondo derecho del lienzo; son de color gris claro y están divididos por una línea vertical negra, al lado de la cual, otra vez a la derecha y como en espejo, aparece otra bombilla encendida, situada un poco más arriba de la que sostiene en su mano izquierda el personaje allí representado.

Las fotos sólo me interesan como documento –le confió Bacon al escritor francés Michel Archimbaud en la década de los 90, poco antes de morir–. Claro que muchos fotógrafos son artistas, pero no es ése el aspecto que tomo en cuenta. Sé que la gente piensa que me he servido de ellas, de las fotos, y he sido el primero en aceptarlo. Cuando afirmo que para mí son simples documentos, quiero decir que no las utilizo en absoluto como modelos, ¿me entiende usted? La foto es en el fondo un medio para ilustrar, y a mí la ilustración no me interesa en absoluto.

¿Que cuáles fotos me han marcado?, pues las fotos de animales salvajes, las de Eadweard Muybridge, fotos sobre la descomposición del movimiento; también algunas fotos científicas como las que encontré en un libro que compré en París hace mucho tiempo y que me interesó enormemente, sobre las enfermedades de la boca.

Y agrega, hablando ahora de cine, complementando sus ideas acerca de la fotografía: “Hay películas que me han gustado mucho y que han influido mucho en mi obra, como por ejemplo El acorazado Potemkin.

“¿Sabe usted? Eisenstein es un gran director. ¿Se acuerda de la carriola que desciende por los escalones de Odesa o de la mujer que grita? El cine mudo tenía imágenes muy bellas, muy poderosas.

Si no hubiese sido pintor, me hubiera gustado ser director de cine.