Opinión
Ver día anteriorLunes 4 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Tierra, de Elena Noriega

T

ierra es un ballet estrenado entre 1950-1951 y pertenece a la llamada época de oro de la danza mexicana. Viene a mi recuerdo para resaltar los valores olvidados, que es preciso rescatar y ahuyentar la oscuridad del olvido que todo lo devora. Actualmente, las voces de los hijos de la tierra suenan en todo el mundo. No en vano, el 22 de abril se estableció como el Día de la Tierra, celebrado en todo el planeta. Amenazada y destruida, sus defensores apenas comienzan a conmover al ciclópeo monstruo de la producción-consumo.

Habría que apurarse un poco y recordar que endenantes la gente iba al mercado o la tienda con su gran bolsa personal; lavaba la ropa con jabón de pastilla y no existían tantos botes de plástico para yogur, leche, aceite y millones de recipientes inventados para destruir el océano. Las aguas eran claras y abundantes e ir al campo y echarse un chapuzón en algún riachuelo y recolectar berros para la ensalada era de lo más común. También vivíamos la etapa de exaltación de lo mexicano, y crear ballets con tales temas era lo más natural.

Hoy, el rostro de la nación es pintarrajeado por los grafiteros; ya se ven muros y fachadas garabateados por la insolente ignorancia de la rabia sin el menor respeto al derecho ajeno. Parece como si dijeran, luego de una mentada, si yo no tengo, pues tú ¡jódete!

Pero en aquel entonces… Elena Noriega, La China Noriega como le decíamos en el ballet Contemporáneo de Bellas Artes o en el Ballet Mexicano –en la danza mexicana también era conocida como La Madre Tierra–, siempre gentil, comprensiva, dulce y acogedora, con nada más que su tierna piel contra cascabeles, nauyacas y cuanto más, fue una bailarina e importante figura del Ballet Mexicano en la era de Miguel Covarrubias, que realizó notables ballets que componían el repertorio dorado de la época.

Eclipsada por la pujante lucha de poderes entre la bailarinada de la época cobijada por el subsidio oficial, Elena murió pobre y olvidada después de haber intentado cuajar sus obras y trabajo entre los descendientes de Ramiro Guerra en Cuba, con su inolvidable Suite Yoruba, punto de arranque de la cubanidad en la danza moderna cubana.

Su obra monumental, podríamos decir, fue Tierra, que junto con El chueco, de Guillermo Keys, fueron piezas representativas y de lo mejor del famoso repertorio nacionalista. La coreografía requería de toda la compañía y a mí, como segunda generación del Ballet de Bellas Artes, me tocó bailar Los tres maíces. La música fue de Francisco Domínguez –no la he vuelto a escuchar por ninguna parte–; la escenografía fue de su esposo, el arquitecto José Morales Noriega, quien hizo una sencilla y contundente escenografía: cerros al horizonte, cielo enorme y un montón de zarzas enmarañadas, de esas que vuelan en la polvareda del desierto. El vestuario era de Arnold Belkin.

El reparto fue así: la Tierra, la propia Elena Noriega; Los tres maíces en su versión original, Beatriz Flores, Rocío Sagaón y Martha Castro, y yo, como segunda generación del repertorio del grupo, también los bailé, entonces con Alma Rosa Martínez y Beatriz Flores.

El éxodo, la siembra y cosecha componían la obra. El tema de las danzas es la visión indígena mexicana sobre los aspectos de la tierra: el negativo, seca y árida, como la muerte; el positivo, fértil, creadora, que hace germinar el maíz y da la vida.

En el éxodo aparecía La China en el centro del escenario con su quesquémetl, su refajo, su gran falda india, sus trenzas y la expresividad de sus enormes movimientos con las piernas abiertas en grand plié en segunda posición. Grandota, con su expresivísimo rostro de enormes pómulos, Elena Noriega era verdaderamente la gran madre. Era la mujer indígena que acoge en su seno, en su regazo, a la niña que muere durante el doloroso éxodo de los campesinos que van en busca de tierra fértil.

Luego, en el despertar, se sucedían danzas de actividades cotidianas del pueblo: mujeres peinándose, moliendo la masa hacen tortillas o tejen en telares; los hombres hacen loza, fuman y cultivan la tierra.

Un hermosísimo baile acompañado solamente por el ritmo de los tenabares o semillas sonoras que rodean sus tobillos.

Finalmente, después de la danza de Los tres maíces, en su germinación bailan con el pueblo como seres humanos en una danza rítmica de cosecha y alegría. Entonces, la tierra parece extender infinitamente sus brazos, con una influencia fecundante y feliz. El público aplaudía a rabiar, aunque el oleaje neoyorquino de nuevas corrientes lo denostara un tanto. Elena también me invitó a protagonizar el ballet Tres juguetes mexicanos con Farnesio de Bernal, Raúl Flores, Marcos Paredes y Josefina Lavalle interpretando un melodrama amoroso que acaba con el amor de la sirena de barro negro (yo) y el caballito de colores de Metepec, Farnesio de Bernal, a causa de la envidia de los cirqueros.