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Más de un centenar de piezas fueron diseminadas por todo el recinto madrileño

Abren la primera gran retrospectiva dedicada a Juan Muñoz en el Reina Sofía

Cada vez que se expone, la obra del fallecido artista se reinventa, indicaron expertos

Subrayan su ingenio turbador y la exigente amplitud de miras que lo definen como humanista

Foto
Ventrílocuo mirando un doble interior, 1988-2001, obra de Juan Muñoz (1953-2001), que forma parte de la exposición del artista en el Museo Centro de Arte Reina Sofía, en la capital española
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 22 de abril de 2009, p. 4

Madrid, 21 de abril. Lo que se contempla es también una ilusión, ésa fue al menos una de las máximas de uno de los artistas contemporáneos más sugerentes y subversivos del siglo pasado, el español Juan Muñoz (1953-2001).

Sus esculturas habitadas por silencios rotundos y espacios en ocasiones asfixiantes, sus pinturas y trazos que recuperan con lucidez la eterna dualidad de la modernidad, convierten a la obra artística de Muñoz en un espacio en el cual el espectador queda atrapado.

Artista poliédrico

El Museo Centro de Arte Reina Sofía inauguró hoy la primera gran retrospectiva que dedica a uno de los pocos artistas españoles contemporáneos que provoca unanimidad en expertos, coleccionistas, críticos o simples aficionados.

Su obra, singular y evocadora, hurga con voracidad en las miserias del ser humano, pero al mismo tiempo cobija con ternura las expresiones más bellas del hombre: la palabra, la mirada, la poesía, el silencio, el espacio habitado por el silencio, la sombra de un hallazgo artístico.

Muñoz fue un artista poliédrico, un lector voraz, un creador infatigable, un filósofo sin remilgos, un creador que en pleno auge de la posmodernidad se atrevió a reinventar los cánones más clásicos de la modernidad.

Muñoz se sentía continuador de la herencia del arte moderno: inevitablemente encajado en su transcurso, pero de alguna manera excéntrico. Armado de una visión amplia y alejada de la ortodoxia modernista lineal, su trabajo dio entrada a un caudal mucho más rico a la vez que alejado del formalismo, un espectro cultural muy abierto desde el que entabló un diálogo efectivo con el espectador contemporáneo, y en el modo en que la mirada y la subjetividad se construyen, son problematizadas constantemente, explicó Manuel J. Borja-Villel, director del museo.

La exposición consta de más de un centenar de piezas que fueron diseminadas en el recinto, incluidos jardines, terrazas y pasillos, donde el espectador se puede encontrar de repente algunas esculturas de Juan Muñoz suspendidas en el aire, sus ventrílocuos mirando en lontananza o sus enanos melancólicos sumidos en sus reflexiones dolientes. Porque –coincidieron en señalar las curadoras de la muestra– la obra de Muñoz se reinventa cada vez que se expone, pues son piezas vivas que habitan el espacio o los espacios que ocupan en cada una de sus exhibiciones.

Entre las esculturas y cuadros que destacan se encuentran precisamente algunos de sus enanos más emblemáticos, como Sara, que lo mismo aparece mirándose frente al espejo, con la parte frontal del vestido pintado de azul, el rostro cubierto de una profunda tristeza hasta el punto de que pareciera que el propio espejo se va a soltar a llorar en cualquier momento. O la misma Sara parada de puntitas frente a una gran mesa de billar que hace las veces de taller de fotografía en la que va revelando sus propias imágenes.

Pero también están algunas de sus primeras figuras, los acróbatas de madera con miembros articulados, las pequeñas bailarinas de manos en forma de campana o estatuillas sentadas sobre bancos de cartón dotadas de voces mecánicas.

Lector de Paz y Joyce

Respecto de la progenie artística de Muñoz, la curadora Sheena Wagstaff explicó que al igual que Eduardo Chillida, Antoni Tápies y Jorge Oteiza, Juan Muñoz también se crió bajo la férrea dictadura franquista, donde la vida era gris y la libertad era muy escasa.

Esa circunstancia vital la combatió con su incisiva erudición, que lo hizo interesarse por todas las facetas artísticas del hombre, hacerse lector habitual de los grandes escritores contemporá-neos –de manera destacada de Octavio Paz y James Joyce.

La profunda curiosidad intelectual, el ingenio turbador y la exigente amplitud de miras de Muñoz sirven para definirlo como humanista contemporáneo, y la notable herencia que ha llegado al siglo XXI demostrará que su forma de abordar elementos aparentemente localistas auguraba un nuevo universalismo posnacional.

Justo Navarro, escritor y conocedor de la obra de Muñoz, explicó así el universo del artista: Un mundo de figuras ajenas y gemelas a la rara realidad terrestre. Son muñecos de ventrílocuo, tambores insonoros, vacíos balcones sin casa, letreros de hotel sin hotel, asiáticos reidores y monocromos, uniformados, de cara uniforme, prisioneros o trabajadores de fábrica, indistintos, repetitivos, apariciones de aparcamiento subterráneo, ese templo o museo o centro de retiro para la aglomeración y el aislamiento en cubículos numerados bajo la luz industrial.

La retrospectiva de Juan Muñoz es una coproducción del recinto madrileño con la Tate Modern de Londres y concluirá el 31 de agosto.