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El artista se presentó en la sala principal del Palacio de Bellas Artes a finales de los años 90

Nada entendieron quienes dejaron solo al maestro
 
Periódico La Jornada
Miércoles 15 de abril de 2009, p. 5

La última visita de Merce Cunningham a México ocurrió al despuntar la década de los 90 del siglo pasado. Al iniciar la función, el poder del esnobismo tenía la sala principal del Palacio de Bellas Artes llena. A la mitad de la función casi se vació. No entendieron nada quienes abandonaron al maestro, quien bailaba solo en medio del proscenio.

Preñado del amor y del humor que cultivó con su pareja sentimental, el compositor John Cage (1912-1992), Merce Cunningham deslumbró con su genio improvisatorio, prosístico y poético, escrito con su cuerpo, animado de partículas minimalísticas. Se divirtió horrores lanzando chorros de luz, el escenario desnudo por completo, al público, en su mayoría horrorizado, desertor y cerrado al entendimiento.

La música de John Cage

Un par de años después de esa visita a México ocurrió otra presentación relevante del bailarín y coreógrafo, esta vez en la sede de sus habituales temporadas de cada marzo, en Nueva York.

Ahí también estuvo La Jornada. Celebró el maestro 40 años de la fundación de su trouppe de bailarines supremos, la Merce Cunninhgam Dance Company. Estrenó coreografía: Beach Birds, con música de John Cage, fallecido siete meses antes de este estreno.

“Lo extraño –apuntó entonces Cunningham–. Extraño nuestras conversaciones. Muchas cosas. Extraño la manera tan original en que veía y escuchaba”.

Unos días antes de la función de estreno, organizó una fiesta en lugar de un funeral: sé que John ha sido muy importante para una gran cantidad de personas. Fue maravillosa fiesta. Yo no quería hacer ninguna ceremonia fúnebre. John no hubiera asistido.

Humor y amor.

En escena, la noche del estreno, aves, cuerpos, soledades multiplicadas por medio del movimiento natural de los seres vivos. Bailarines que toman las posiciones naturales de las aves. El silencio como música. El concepto zen de John Cage. Y un piano suelta tenue, extremadamente tenue, el resorte de un par de teclas en unísono y dos palos de lluvia iluminan el ambiente, tensado por las aves, que danzan. Cantan, gimen. Iluminan.

“Nosotros –anotó Merce Cunningham a propósito de su trabajo en unión con Cage– iniciamos nuestras colaboraciones con la certeza de que el elemento unitario que comparten danza y música es el uso del tiempo.

“Eso nos condujo a la idea de que si coordinamos danza y música podrían constituirse en entidades separadas –independientes e interdependientes– compartiendo un tiempo común y reuniéndose solamente en los puntos estructurales. Es de esta manera como la música coexiste con la danza, más que subrayar o reforzar el movimiento. De la misma manera la vista y el sonido coexisten en nuestras vidas.”