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Ver día anteriorSábado 11 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Gran crisis
H

ay quienes ven en la conmoción que padecemos una redición del crack de 1929. Pero no, el presente no es un tropiezo productivo más entre los muchos de los que está empedrado el ciclo económico. La de hoy es una debacle civilizatoria por cuanto balconea sin atenuantes el pecado original del gran dinero; la irracionalidad profunda del modo de producción capitalista, pero también del orden social, político y espiritual en torno a él edificado.

Y este talón de Aquiles sistémico va más allá de que al reducirse relativamente el capital variable tanto por elevación de la composición orgánica como por la tendencia a minimizar salarios, se reduzca tendencialmente la tasa de ganancia y a la vez la posibilidad de hacerla efectiva realizando el producto. Ciertamente la contradicción económica interna del capitalismo, formulada por Marx hace siglo y medio, estrangula cíclicamente el proceso de acumulación, ocasiona crisis periódicas –hasta ahora manejables– y, según los apocalípticos sostenedores de la teoría del derrumbe, algún día provocará la debacle definitiva del sistema. Pero este pleito del capital consigo mismo es sólo la expresión entripada –económica– del antagonismo entre el gran dinero y el mundo natural-social al que depreda.

La contradicción ontológica del capitalismo no hay que buscarla en los tropiezos que sufre el valor de cambio para valorizarse, sino en el radical desencuentro entre el valor de cambio autorregulado y el valor de uso; en el antagonismo que existe entre la lógica que el lucro le impone a la producción económica y la racionalidad propia de la reproducción social-natural del hombre y los ecosistemas. Sin obviar –por sabido– el agravio canónico que siempre se le ha imputado al gran dinero: una soez desigualdad por la que en el arranque del tercer milenio los dos deciles más bonancibles de las familias poseen 75 por ciento de la riqueza, mientras en el otro extremo los dos deciles más depauperados apenas disponen de 2 por ciento.

Recesión y sobreproducción

Las perturbaciones endógenas del capitalismo fueron estudiadas de antiguo por Smith, Say, Ricardo y Stuart Mill, quienes pensaban que el sistema procura su propio equilibrio, y por Malthus, Lauderdale y Sismondi, quienes aceptaban la posibilidad de trombosis mayores. Pero fue Marx quien sentó las bases de la teoría de las crisis económicas, al establecer que la cuota general de plusvalía tiene necesariamente que traducirse en una cuota general de ganancia decreciente (pues) la masa de trabajo vivo empleada disminuye constantemente en proporción la masa de trabajo materializado (Carlos Marx. El capital. Fondo de Cultura Económica, México, 1965. Volumen III, p. 215).

Ahora bien, la disminución relativa del capital variable y, adicionalmente, la posible desproporción entre las ramas de la economía, pueden crear también problemas en el ámbito de la realización de la plusvalía mediante la venta de las mercancías, operación que, según Marx, se ve limitada por la proporcionalidad entre las distintas ramas de la producción y por la capacidad de consumo de la sociedad (constreñida por) las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo (Ibid, p. 243). La primera de estas líneas de investigación inspiró a Tugan-Baranowsky, quien desarrolló la teoría de las crisis por desproporción, mientras que Conrad Schmidt exploró los problemas del subconsumo.

Después de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado, Baran y Sweezy plantearon la tendencia creciente de los excedentes y consecuente dificultad para realizarlos. “No hay forma de evitar la conclusión de que el capitalismo monopolista es un sistema contradictorio en sí mismo –escriben–. Tiende a crear aun más excedentes y sin embargo es incapaz de proporcionar al consumo y a la inversión las salidas necesarias para la absorción de los crecientes excedentes y por tanto para el funcionamiento uniforme del sistema” (Paul A. Baran, Paul M. Sweezy. El capital monopolista. Siglo XXI Editores, México, 1968, p. 90).

Pero Marx vislumbró también algunas posibles salidas a los periódicos atolladeros en que se mete el capital. “La contradicción interna –escribió– tiende a compensarse mediante la expansión del campo externo de la producción” (Carlos Marx. Ibid, p. 243). Opción que parecía evidente en tiempos de expansión colonial, pero que una centuria después, en plena etapa imperialista, seguía resultando una explicación sugerente y fue desarrollada por Rosa Luxemburgo, al presentar la ampliación permanente del sistema sobre su periferia, como una suerte de huida hacia delante para escapar de las crisis de subconsumo apelando a mercados externos de carácter precapitalista. “El capital no puede desarrollarse sin los medios de producción y fuerzas de trabajo del planeta entero –escribe la autora de La acumulación de capital–. Para desplegar sin obstáculos el movimiento de acumulación, necesita los tesoros naturales y las fuerzas de trabajo de toda la tierra. Pero como éstas se encuentran, de hecho, en su gran mayoría, encadenadas a formas de producción precapitalistas (...) surge aquí el impulso irresistible del capital a apoderarse de aquellos territorios y sociedades” (Rosa Luxemburgo. La acumulación de capital. Editorial Grijalbo, México, 1967, p. 280). Esta línea de ideas sobrevivió a la circunstancia que le dio origen y ha generado planteamientos como el que propone la existencia en el capitalismo de una acumulación primitiva permanente, y más recientemente el de acumulación por despojo, acuñado por David Harvey (David Harvey. Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. Akal, Madrid, 2007).

No menos relevante es explicarse el desarrollo cíclico de la acumulación y por tanto la condición recurrente de las crisis del capitalismo. Análisis que –por ejemplo– permitió a Kondratiev predecir el descalabro de 1929 (Nikolai Dimitrievich Kondratiev. Los ciclos largos de la coyuntura económica. Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM, México, 1992), que posteriormente fue desarrollado por Schumpeter, entre otros, y que Mandel ubica en el contexto de las llamadas ondas largas (Ernest Mandel. Las ondas largas del desarrollo capitalista. La interpretación marxista. Siglo XXI Editores, Madrid, 1986).

El pecado original

Como se ve, mucha tinta ha corrido sobre el tema de las crisis económicas del capitalismo. Y no es para menos, pues algunos piensan que en la radicalidad de sus contradicciones internas radica el carácter perecedero y transitorio de un sistema que sus apologistas quisieran definitivo, además de que –en los hechos– las crisis de sobreproducción han sido recurrentes (1857, 1864-66, 1873-77, 1890-93, 1900, 1907, 1913, 1920-22, 1929-32, 1977, 1987, 1991, 1997, 2008-?). Sin embargo, la irracionalidad básica del sistema no está en los problemas de acumulación que enfrenta; sus contradicciones económicas internas no son las más lacerantes, y si algún día el capitalismo deja paso a un orden más amable y soleado no será por obra de sus periódicas crisis de sobreproducción, sino como resultado del hartazgo de sus víctimas, sin duda alimentado por los estragos que ocasiona la recesión, pero también por otros agravios sociales, ambientales y morales igualmente graves.