Sociedad y Justicia
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Hallan puerto seguro antiguas prostitutas

Deambularon por años en las calles; ahora, en la tercera edad, reciben refugio en Casa Xochiquetzal

 
Periódico La Jornada
Viernes 10 de abril de 2009, p. 32

Ésta es una casa de puertas abiertas. Quienes la ocupan tuvieron sólo la calle por hogar durante casi toda su vida; por eso, la mera posibilidad de restringirlas con horarios o permisos representaría en muchos casos cortarles el impulso vital que las mantiene.

Ellas deambularon solas por vías interminables. Y al final de los años, las enfermedades y la pobreza, de la que nunca pudieron salir, las dejaron en un inmenso, inabarcable abandono.

Todas son trabajadoras sexuales de la tercera edad y viven en Casa Xochiquetzal, ubicada en pleno barrio Del Carmen, en el centro de esta capital. Hasta donde se tiene registro, es la única experiencia continental de refugio para mujeres que se dedicaron a ese oficio.

Su libertad es plena. Algunas ya no quieren volver ni asomarse al mundo y se apoltronan con sus recuerdos y sus escasas pertenencias en su habitación; sin embargo, una que otra busca en la calle y vende dulces o baratijas para ganar algún dinero y seguir en ese mundo sin techos donde vivieron siempre.

Otras salen, en forma esporádica, a proseguir en el comercio sexual, aunque sólo sea por la ilusión de encontrarse con antiguos clientes de los que terminaron siendo amigas.

Provista de experiencia y probada vocación para atender a los llamados grupos vulnerables, dentro de los cuales sin duda se ubican estas mujeres, Rosalba Ríos, directora de Xochiquetzal, admite que uno de los mayores problemas que ellas enfrentan aquí es precisamente la convivencia. Toda la vida compitieron en la calle y lo siguen haciendo casi siempre; y son peleoneras, desconfiadas, ariscas...

Escuchar sus historias de vida lo corrobora. Pero también muchas otras cosas: que sí, que la vida ha sido siempre difícil, cabrona; que fueron víctimas del engaño incluso de sus maridos, quienes las prostituyeron para explotarlas; que tuvieron hijos y los perdieron porque no pudieron atenderlos ni darles educación, y que muchos familiares ni siquiera ahora saben a qué se dedican y creen que Xochiquetzal es un asilo más.

Aquí pueden escucharse relatos que agrupan todos los lugares comunes en torno a la prostitución por y desde el hambre. Pude haberme salido de esto muchas veces, pero necesitaba el dinero. Tenía que mantener a mi madre y a mi hijo. En una época viví con un taxista. Fui feliz, pero nunca me salí de esto. Le inventaba que iba al mercado o a cualquier lugar para irme a los hoteles con hombres. Cuando él enfermó y ya sabía que iba a morir, me dijo que siempre supo adónde iba yo, y que le entristecía no haberme dado el dinero suficiente. Pero yo tenía a mi mamá enferma, lo necesitaba, cuenta una inmensa mujer morena siempre con los ojos al borde del llanto.

La vida de todas fue siempre de marginación. Porque además, siempre señaladas por los prejuicios y el estigma social, son apenas sobrevivientes del sistema. Cuando oyes sus historias, te das cuenta de que prácticamente ninguna tuvo otra opción que dedicarse al sexoservicio. Las vendieron. Fueron víctimas de violencia, abuso, abandono, discriminación. ¿Quién las puede juzgar?, plantea Rosalba Ríos.

Hoy por lo menos se tienen a ellas mismas. Con sus diferencias, sus mitotes y manías, en Xochiquetzal han encontrado un puerto seguro, apartadas de la violencia, de los malos tratos que les han dejado huellas imborrables, y entre rezongos no tardan en sacar esa especie de ruda ternura que las acerca y conforta.

A los 60 años –la edad mínima para ser admitidas en esta casa–, las que pueden hacerlo son incluidas en el rol de actividades de limpieza y cocina.

Esta casona –techo y cama seguros– se abrió con la divisa de que, así sea por una vez, ellas puedan tener una vida digna. Y una muerte digna también.

Desde hace exactamente tres años una construcción antigua, de paredes sólidas y un gran patio central, ha sido sólo para estas mujeres. Sin hipérbole, para algunas representa la segunda casa que ocupan en su vida, luego de aquella en la que nacieron.

Ya sea que lleguen por decisión propia o llevadas por alguna amiga, un pariente o algún conocido, las sexoservidoras tienen aquí, sin ningún costo, cama, comida, agua, atención médica y sicológica y actividades manuales.

El Gobierno del Distrito Federal, durante la administración de Andrés Manuel López Obrador, donó el inmueble, que se sostiene también en mucho con la ayuda de Semillas, organización no gubernamental pro derechos de la mujer, y recibe respaldo de la Secretaría de la Mujer y del DIF capitalinos.