Opinión
Ver día anteriorViernes 3 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Carta a Eduardo Galeano
H

ace varios años quería escribirle esta carta, amigo Galeano. Usted no me conoce, usted ni siquiera se lo imagina, pero usted me salvó la vida. La literatura y los chistes me salvaron la vida.

Déjeme contarle: en 1997 yo era diputado federal en México por el Partido de la Revolución Democrática. Formé parte de la comisión que investigó los innumerables fraudes que se cometieron con la empresa nacional de alimentos populares Conasupo. Sin miedo estuve haciendo fuertes señalamientos públicos, indicando a los probables responsables del saqueo de nuestros bienes públicos y del negocio con la comida de la gente y la sobrevivencia de los campesinos.

Una noche de junio, al llegar a mi departamento en un taxi se subieron dos individuos al vehículo, me golpearon, me hicieron bajar la cabeza y empezaron a amenazarme. Me condujeron a los cajeros automáticos para sacar dinero y averiguar cuánto tenía en mis cuentas.

Sin dejar de amenazarme y golpearme me llevaron a un hotel de mala muerte. Me ataron con los brazos por atrás y me tiraron boca abajo en el suelo, en medio de las dos camas. No cesaban de amenazarme, me pateaban, me insultaban. Ya como a las cinco de la madrugada empezaron a retransmitir por la televisión uno de los partidos de la Copa América de futbol que se celebraba en Bolivia, entre Perú y Venezuela. En un momento dado comentaron que había un portero muy extravagante en otro equipo, pero no se acordaron del nombre. Al cabo de un rato, se acercó de nuevo el jefe de ellos para golpearme. Antes que llegara le dije: yo sé cómo se llama ese portero. Se extrañó y me dijo: dime nada más las iniciales. Tuve que decirle mucho más que las iniciales para que se acordara del portero colombiano René Higuita. Vi que eso los calmó un poco y entonces les dije: ¿quieren que les cuente una historia de Jorge Campos, el portero mexicano? Y aquí viene lo raro de la historia: unos días antes un amigo me había contado que leyó una historia que usted, señor Galeano, había escrito precisamente en su sección Ventanas de La Jornada, con motivo de la Copa América:

“Andaba un equipo de la televisión mexicana cubriendo la guerra de Bosnia-Herzegovina. Se encuentran una patrulla de serbios. Como no pueden entenderse, son aprehendidos e incluso los amenazan con fusilarlos. Entonces, el comandante serbio ve que a uno de los mexicanos le sobresale su pasaporte de la camisa. Lo toma, lo lee y exclama emocionado: ‘México, Jorge Campos’, y los deja libres.”

Se hizo un silencio sepulcral. El más joven de mis captores afirmó: ¡No le veo el chiste, pero el jefe le respondió: No es chiste, agarra la onda. Ése fue el parteaguas de mi corto cautiverio. A partir de entonces mis secuestradores dejaron de golpearme y de insultarme. Entonces, sí, empecé a contarles chistes. La tensión se relajó y hasta me dijeron: tú nos caíste bien, tú sabes perder y vas a salir vivo de esto.

A media mañana, una vez que les firmé toda una chequera que llevaba conmigo, luego de amenazarme si acudía a las autoridades, me dejaron atado en el hotelucho y luego se marcharon.

Un año después un amigo me llama y me dice: “ya atraparon a quienes te secuestraron, lee La Jornada de hoy”. Es la edición del 7 de junio de 1998 y en la contraportada dice: Presos, asaltantes de un judicial, un diputado federal y el chofer de Alejandra Guzmán. Humberto Ortiz comienza así su nota: Sus rostros inexpresivos, con un aire casi de inocencia, contrastan con la pormenorizada confesión de más de 480 asaltos cometidos en menos de un año, la mayoría con una saña increíble sobre sus víctimas. Más adelante consigna: recuerdan también cómo asaltaron a un diputado del PRD, quien, sometido y obligado por sus victimarios, tuvo que contar chistes durante horas para evitar que lo mataran (La Jornada, 7/06/98).

Lo más extraño de todo esto es que, una vez libre, empecé a buscar el supuesto texto suyo que relaté a mis secuestradores, pero nunca lo he encontrado. Ya no sé incluso si alguna vez usted lo escribió. Lo importante para mí es que me lo aprendí y lo narré con toda mi convicción, ya que repaso, disfruto y comparto tantos textos suyos desde que una compatriota de usted puso en mis manos la trilogía Memoria del fuego en el gris exilio parisino.

Así pasa con los escritores como usted, amigo Galeano. Llega un momento en que el texto se les independiza y anda ahí, por el mundo, generando otros nuevos textos, inspirando luchas de la gente, alimentando justas rabias, haciendo más placenteras las vidas de muchos y salvando las de unos cuantos. Por esto último, mi familia, mis amigos y yo le damos las gracias; por lo demás, toda nuestra América en lucha.