Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un status quo laberíntico
M

ediante los Tratados de Teoloyucan, el 13 de agosto de 1914 se establecieron las bases para la disolución definitiva del ejército federal porfirista y la capitulación de la ciudad de México, lo que sucedió a la caída del gobierno de Victoriano Huerta y ante el triunfo del ejército de Venustiano Carranza.

El 11 de agosto el gobernador huertista de la ciudad de México, Eduardo Iturbide, acompañado de los ministros plenipotenciarios del Brasil, Gran Bretaña y Guatemala y los encargados de negocios de Estados Unidos y Francia, se trasladó al campamento de Obregón en Teoloyucan, estado de México, para acordar las bases para la rendición y disolución del ejército federal. Dos días después se firmó el tratado de disolución y capitulación.

La historia del Ejército Mexicano es de alguna manera la historia del país, porque México se ha construido sobre la base de numerosas guerras y batallas que dieron libertad, leyes y garantías a los mexicanos. Hoy experimenta una de las más graves situaciones de su historia: está asfixiado en un status quo. Por ello se entiende una situación profundamente estancada cuya inercia hace muy difícilmente cambiarla y para romperla es necesaria la aplicación de cambios realmente profundos.

El status quo que experimenta el Ejército Mexicano en su esforzada lucha contra el crimen no es, por supuesto, producto de una decisión propia, es como el actuar de todos los ejércitos, producto de decisiones políticas de coyuntura o premiosas.

En nuestro caso fue la falta de perspicacia y conocimiento del presidente electo FCH, que apostó a endurecer una política de Estado de carácter prohibicionista y represivo. Se equivocó y nos encerró en esta trampa. Tres ex presidentes latinoamericanos –Gaviria, de Colombia; Zedillo, de México, y Cardoso, de Brasil– acaban de declarar oficialmente en el seno de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas: las políticas prohibicionistas basadas en la represión no han producido los resultados esperados. Estamos más lejos que nunca de la erradicación de las drogas. Romper el status quo implica cambiar hacia el enfoque de protección de la salud; de no hacerse, nuestros soldados seguirán muriendo inútilmente.

Hay que recordar la arrogante exclamación de Fox en Sinaloa: estamos luchando la madre de todas las batallas. Calderón hizo suya la idea, pero llevándola a un extremo, aconsejado quién sabe por quién, un día se sabrá; decisión que acaba de ratificar urbi et orbi, diciendo días después que el Ejército permanecerá en las calles mientras no tengamos una policía confiable, pero evitó decir que él no sabe cómo o cuándo la habrá. Esto es, por donde vamos, nunca.

El hecho real e incontrovertible es que todas las fuerzas, todos los recursos del Estado están ya comprometidos. Poco o muy poco quedaría por hacer y ello sería muy peligroso, sobre todo sin arriesgar más la seguridad de la población civil. La responsabilidad está en las políticas mal concebidas. ¿Qué queda?

¿Suspensión regional y temporal de garantías? ¿Empleo a fondo de la Fuerza Aérea? ¿Reconocer que la inteligencia disponible es ineficaz y que actuamos siempre en respuesta? ¿Un Vietnam mexicano? ¿Legitimar la participación de más fuerzas norteamericanas? O más bien, cambiar de estrategia, yéndonos a la protección humana por la vía de la educación y la salud.

Esta es la esencia del status quo, que en su propia concepción obliga a su rompimiento mediante nuevas estrategias. El Ejército no fue concebido ni está preparado para esta lucha. A su inquebrantable lealtad se le está retribuyendo con una gran injusticia.

La conmemoración del Día del Ejército, al trasladarse a Monterrey, parecía anunciar la ocasión para romper el estancamiento. Era el momento de anunciar el cambio paulatino hacia nuevos paradigmas, nuevas concepciones y otros compromisos que abandonen el concepto de guerra. Resultó otro acto fallido.