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El reto fue zafarse del peso literario de Bertillón 166, destaca la directora Rebeca Chávez

“Ciudad en rojo no es una cinta histórica, es un drama humano”

Quiero que el filme se reconozca porque es bueno para alguien, no porque lo hizo una mujer

Me sorprende cuando la gente habla de la Revolución como una gripe que le dio, dice

Foto
El asistente Carlos Barba y la directora Rebeca Chávez en El Cobre, Santiago de CubaFoto Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 29 de marzo de 2009, p. a10

Siempre me sorprende cuando la gente habla de la Revolución como una gripe que le dio: la Revolución está pasando todavía, y tiene que seguir pasando con el sello de cada momento. Y uno no puede quedarse en la parte externa, la de convertir el arte, el cine, o lo que sea, en un auxiliar de la propaganda, asegura en entrevista la cubana Rebeca Chávez, realizadora de Ciudad en rojo, largometraje de ficción que se estrenó el martes pasado en Cuba como parte del 50 aniversario del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos y que narra 24 horas en Santiago de Cuba, durante la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista.

El argumento del filme, coproducido por el Instituto Cubano Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), Venezuela y el Programa Ibermedia, es una recreación de la novela de José Soler Puig, Bertillón 166 (premio Casa de las Américas y texto obligado en todas las cátedras de literatura cubana).

“Al acudir a una novela como ésta, cuyo escenario es un momento de una ciudad, de un grupo de gente, de la vida de Soler Puig y de la mía, donde están involucrados sentimientos y percepciones diferentes, la gran pregunta que me hacía era: ¿volver a tocar un tema histórico en el cine? Terminé respondiéndome: No, este no es un tema histórico. Bertillón 166 expresa un problema humano como cualquier otro que se enmarca en una época. ¿Por qué nadie dice que El Padrino es un drama ‘histórico’?

Cuando me enfrenté con esas preguntas, también cargada de prejuicios, quería llegar a la esencia del particular conflicto humano que aborda el escritor de la novela, externa Rebeca Chávez, quien junto con Sara Gómez (en 1977), son las únicas mujeres cubanas en realizar largometrajes de ficción.

Rebeca Chávez, con una reconocida obra en la cinematografía documental nacional e internacional es, además, una protagonista de excepción en la historia, ya que nació en Santiago de Cuba y siendo todavía una niña se involucró en las acciones clandestinas del Movimiento 26 de Julio. De ahí le viene a esta película esa mirada intensa, sin sentimentalismos y sin concesiones al morbo, a una ciudad indudablemente amada por lo que se ve en cada plano.

–¿Qué ventajas y desventajas tiene hacer cine a partir de una novela?– se cuestiona a la cineasta.

–El reto es zafarse del peso literario y hacer la traslación a un lenguaje cinematográfico. José Soler Puig escribió esta novela conviviendo con la situación de Santiago de Cuba de finales de la década de los 50, sintiendo las emociones de los personajes y leyendo casi diariamente la sección de juzgados del periódico Diario de Cuba, donde aparecían las listas de las personas fallecidas. Como causa de la muerte escribían Bertillón 166, que significa homicidio por arma de fuego. Eso le confirió una carga de intensidad a la novela, de la cual me agarré. Quería que esa atmósfera estuviera en la película, con clara conciencia de que tenía que hacer conciliar dos procesos artísticos diferentes.

–¿Cuáles son las claves secretas que utilizó para lograr esa síntesis?

–Te las podría resumir en tres objetivos, más que claves secretas: no contar la ideología, sino vivir la ideología de los personajes, cualquiera que esta fuera; que tuviera un comienzo impactante y concluyera la película sin terminar la historia, y finalmente, no confundir el desarrollo dramático y la construcción de los personajes con la información.

–¿Por qué la violencia tiene aquí tintes tan sobrecogedores?

–Porque queríamos presentar una reflexión sobre la violencia desde el punto de vista de aquellos que no tienen una vocación por la violencia, de gente que era empujada a ella y, por tanto, ese acto quedaba para siempre como una mancha o un vacío en la memoria de estas personas. Eso crea una tensión emocional muy fuerte. Aun cuando al final se triunfe sobre aquel para quien el terror es un gozo y un ejercicio de poder, permanecerá un sabor amargo en quienes no tuvieron otro recurso que ejercerla.

–Aunque filmó dos cuentos, su obra anterior es principalmente documentalista. ¿Cuánto hay del género documental en este largometraje de ficción?

–Esta película tiene mucho de documental, era inevitable, le debo gran parte de mi trabajo al género y creo que hace bastante tiempo que dejaron de existir películas puras. Ahí están para probarlo Memorias del subdesarrollo (1968) y La batalla de Argel (1965), dos películas que me dejaron alucinada.

–En 50 años de cine cubano de la Revolución, sólo dos mujeres han dirigido un largometraje de ficción: Sara Gómez en 1977 y Rebeca Chávez, ahora. ¿Cómo se siente una mujer interviniendo en un oficio dominado por los hombres?

–Me han dicho, ahora creo que como chiste, que hubo apuestas a que no terminaba la película. Y la película está ahí. Muchas veces creí que era un precio muy alto el que tenía que pagar, no artísticamente hablando, porque una siempre está dispuesta a pagar ese precio aunque no salga lo que aspira. A veces me preguntaba: ¿alguien quiere realmente que yo haga esta cinta?, y me encontraba sobre todo con los colaboradores más cercanos, como Danielito –el director de producción– o el director asistente, tan empeñados en la película que se me borraban de la cabeza los problemas y seguía para adelante. Ciudad en rojo se convirtió para el equipo técnico y los actores en un ejercicio de vamos a poder. Sí, creo que para una mujer es más difícil. No porque un hombre no tenga miles de problemas en su trabajo como director, sino porque nadie apuesta a que ellos no terminan la película. Entonces es bueno saber que se hacen esos chistes.

–Sin embargo, tal como las mujeres poetas parecen disminuidas cuando las llaman poetisas, suena a paternalismo delimitar una filmografía femenina de otra masculina, ¿no cree?

–Absolutamente. Siempre he dicho que quiero que la película se reconozca porque estuvo bien, porque funcionó, porque es buena para alguien, más allá de que la hizo una mujer. Una vez me preguntó una periodista: ¿Y usted no quiere ser famosa? Le conteste, no, yo quiero hacer buenas películas, y después que la termine y esté tranquila conmigo misma, sea cual sea la meta que me puse, me encantaría perderme en la oscura sala. Se disfruta más el anonimato que la celebridad.

–¿Crees que este filme lo juzgarán igual todos los cubanos?

–Los santiagueros disfrutarán la película como ningún otro habitante de este planeta. Irán a ver cuánto hay de Santiago de Cuba y a comparar, la mirarán con lupa. No me cabe la menor duda. Pero el público cubano, en general, es muy exigente. Nuestro cine tiene una suerte que no sé si ocurre con otras cinematografías: tiene el apoyo de su público y éste no es complaciente. Hay una gran cultura cinematográfica en nuestro país.

Al elenco artístico y técnico de primer nivel del proyecto, se suma un espléndido trabajo de musicalización a cargo de X Alfonso.