Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de marzo de 2009 Num: 732

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Fantasy Black Box (Fragmento)
EFRÉN MINERO

Los disparates de Konstantino
TAKIS SINÓPOULOS

Actualidad de la enseñanza social de la encíclica Populorum progressio
MIGUEL CONCHA MALO

¿Qué es Kind of Blue?
ALAIN DERBEZ

El legado poético de los antiguos mexicanos
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON Entrevista con MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Es el momento de estar solo
RICARDO VENEGAS entrevista con VICENTE GANDÍA

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Columnas:
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Ana García Bergua

Miseria y televisión

Quizá tiene razón Salman Rushdie cuando afirma, en una columna que publicó en el periódico The Guardian, que la película Slumdog Millionaire tiene una trama totalmente inverosímil: en efecto, ya es bastante raro que alguien gane un programa de concurso en la televisión; más raro es que lo logre un muchacho de los barrios más pobres de una ciudad –especialmente un programa de preguntas y respuestas–, el cual ni siquiera sabe leer y escribir, y el hecho de que las preguntas susciten en él flashbacks perfectamente armados en orden cronológico, como Rushdie señala, es verdaderamente ridículo. Yo todavía me pregunto por qué, a pesar de eso, la película me gustó, o por lo menos me pareció que veía en ella algo que forma también parte de la realidad de México y de muchos países: esa mezcla pegajosa y cada vez más difícil de desentrañar, entre la miseria y la televisión.

Desde el tan humillante Palo ensebado de los años setenta que conducía Luis Manuel Pelayo, en el que unos pobres diablos trepaban desesperados por un palo del que inexorablemente iban a resbalar, pasando por el inolvidable personaje de Margarito Pérez encarnado por Ausencio Cruz en el programa La caravana –el eterno concursante que siempre perdía al son del “¡lástima Margarito!” que le espetaba Víctor Trujillo en plan de locutor arrogante–, hasta los actuales programas de concursos que fabrican estrellas, la historia es la misma siempre: gente cuya desesperación queda magnificada por unas cámaras que realizan acercamientos al sudor y las lágrimas, y un público que atestigua el fracaso y la humillación ajenos como si fueran propios.


Salman Rushdie

Tal vez por eso Slumdog millionaire, independientemente de su valor como película, que ya Luis Tovar calibrará, pone el dedo en una llaga: la miseria que muestra es devastadora y las imágenes de la basura multicolor en la que viven los niños poseen una misteriosa correspondencia con las luces y el oropel de los estudios de televisión, como si las bolsas de Sabritas y el piso acharolado de los estudios tuvieran la misma naturaleza brillante y engañosa, chocante en su aspecto y a la vez deprimente. Finalmente, siempre vemos esos programas como una suerte de imágenes de desecho: imágenes que ven los más pobres, los que ni siquiera saben teclear en internet, la única ventana por la que pueden soñar con salir de la miseria.

Hasta hace poco, el canal Film and Arts pasaba un programa cómico inglés que se llama El show de Vivienne Vyle (The Life and Times of Viviente Vyle). La protagonista, encarnada por la actriz y escritora Jennifer Saunders, es la conductora de un reality show que invita a sus programas a gente con problemas gravísimos, para exhibirlos y ganarle el público a su competidor, otro conductor de reality al que su público quiere por su comportamiento en apariencia comprensivo y bondadoso. Viviente Vyle, en cambio, es una perra, una bitch fría y dominadora, con un curioso parecido a Margaret Thatcher, que dice a sus invitados cosas terribles y a la que le es imposible conectar directamente con él público. Paradójicamente, por eso el público la quiere. La crítica que hace el programa a este tipo de manipulación es muy buena –además de la interpretación de Saunders y su marido gay, que son geniales–, pues ésta siempre raya con lo peligroso: casos de adictos que vuelven a caer en la droga luego de ir al programa, historias de violencia familiar terriblemente dramáticas, a las que la televisión trata con una ligereza insultante: por ejemplo, después de que han desnudado sus historias más truculentas en la televisión, les dan una hora gratis de terapia. Si bien este programa es una comedia, posee un muy serio espíritu crítico, muy distinto del que priva en nuestra televisión y, en general, en la televisión destinada a las multitudes de los países subdesarrollados. No sé por qué dejaron de pasarlo y si fue por falta de rating , esto no haría más que confirmar un nivel de crítica poco digerible en los países latinoamericanos en los que se ve Film and Arts.

Slumdog Millionaire muestra esta conexión entre lo más triste de la condición humana y el espectáculo, esa herencia del circo romano que perpetúan unos leones disfrazados de locutores (aunque los leones, la verdad, son más bonitos) con una especie de cinismo, algo que ya sabemos todos. Quizá por eso uno acepta sin mayores problemas la inverosimilitud de la trama y, sobre todo, la del final, para dejarse atrapar por la historia. Finalmente, todos vivimos de ilusiones.