Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 

De buenas intenciones...

Desde otras ciudades
Foto
Alcoholímetros ajustados Juan Pablo DuchFoto Juan Pablo Duch
M

oscú. De buenas intenciones está empedrado el camino a… la corrupción. Valga esta paráfrasis de la sabiduría popular para ilustrar de qué modo la policía de tránsito de Moscú convirtió la más reciente modificación del reglamento, que acaba de entrar en vigor, en una auténtica mina de oro.

Los diputados de la Duma, preocupados por la cifra de muertes en accidentes de tránsito que hay cada año en Rusia –poco más de 40 mil personas–, resolvieron imponer un castigo ejemplar por manejar con copas.

La idea es que nadie se ponga al volante después de beber. Sin hacer distingo de si la ingesta supone un vaso de cerveza o un litro de vodka, las consecuencias son las mismas: se retiene la licencia del infractor durante año y medio.

Y ello en el supuesto de que un conductor ebrio no haya causado daños a terceros, pues si llegara a provocar un accidente con víctimas, el alcohol es la peor agravante que se pueda imaginar.

Nada habría que objetar los controles de alcoholemia si no fuera por las arbitrariedades que, al amparo de la impunidad, cometen quienes realizan la prueba: los propios policías de tránsito, y no médicos.

El abuso más difundido, según denunció un periódico local, es utilizar alcoholímetros ajustados, de dudosa calidad y que invariablemente muestran presencia de alcohol en la sangre mayor de los aquí permitidos, 0.3 grados, aunque espire el aire un abstemio de toda la vida.

Para evitar humillaciones y la pérdida de varias horas, hasta quien no ha bebido una gota de alcohol, con tal de que lo dejen en paz, prefiere dar a los policías el equivalente de entre 500 y mil pesos para los eufemísticos refrescos.

Pero si alguien denota síntomas de embriaguez, cual si se tratara de un secuestro exprés, tendrá que telefonear a familiares y amigos para que le traigan entre 30 mil y 50 mil pesos –conforme determinen los policías, a ojo de buen cubero, la solvencia del infractor– para arreglar el asunto.

En suma, lejos de resolver el problema, los severos cambios en el reglamento derivaron en negocio redondo para los policías y, mientras no se ponga fin a la extorsión de los uniformados, difícilmente va a disminuir en Rusia la estadística mortal en accidentes de tránsito.

Juan Pablo Duch, corresponsal