Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Línea de tiempo
L

a antología de la artista argentina Liliana Porter (1941), residente en Nueva York, está vigente hasta mayo. Quizá no es del dominio común su permanencia en México hacia finales de los años 50, como estudiante de la carrera de artes plásticas que se impartía en la Universidad Iberoamericana, justo en la ex Hacienda de Goicochea (hoy el restaurante San Angel Inn).

El rector o director de la institución era don Felipe Pardinas (sj) eminente sociólogo y maestro notable. El profesorado incluía entre otros a Mathias Goeritz, Manuel Felguérez y al grabador Guillermo Silva Santamaría, con quien la joven Porter pudo haber estudiado, pues el grabado fue entonces la disciplina de su predilección, medio que le proporcionaría en lo futuro opciones variadas de aplicación como puede verse en la muestra que comento.

Además de su consabido gusto por los juguetes, algunos de cuerda –cosa que guarda significado ontológico–, es recicladora de obras de arte que ha admirado y en algún sentido también apropiacionista, por lo menos con el homenaje que rinde a Picasso en la pieza fechada en 1973 con tiraje 23/50.

La atractiva serie La llave de los sueños retrabada a Magritte manejando fotograbado y aguafuerte. El fotograbado es una técnica que permite múltiples impresiones fidedignas, pero ella lo utiliza con objeto de entresacarle cualidades que le son propias, como lo hizo Alfred Stieglitz en su revista Camera Work.

Aunque la técnica es similar a la impresión en offset, aquí se perciben trabajos más claros y definidos, con cierto sesgo hacia el intaglio.

Hay recreaciones de instalaciones, entre ellas una de pared a base de hilos tensados, clavos y serigrafías. Estas últimas, de mínimas dimensiones, están destinadas a aumentar o repetir la apariencia de los clavos, pues su impresión en la mampara contrasta el objeto real con su representación.

Otra de las instalaciones de pequeño formato parece rendir homenaje a Cézanne. Consta de  tres cuerpos geométricos perfectos posados sobre una repisa, de allí se trasladan a una tela mediante representación desdibujada, muy fina, para reaparecer en el canto superior del mismo soporte en su aspecto volumétrico.

El tríptico El viajero (1989), de la colección Scotsdale (Arizona), está dedicado a Through the looking glass (a través del espejo), la conocida narración cuyo autor, Lewis Carroll, ha sido fuente de inspiración de numerosos artistas en todos los medios y latitudes.

La exposición permite con  soltura disfrutar de los videos, que no sólo acentúan aspectos de la obra, sino que son obras conclusivas por derecho propio, especialmente Video for you, con duración de unos 15 minutos, realizado en colaboración con Juan Mandelbaum. Inicialmente se filmó en 16 mm y después fue transferido a video digital. La extrema brevedad de cada episodio es aquí rasgo estético fundamental, acompañado por la atractiva selección musical, congruente con las imágenes.

El título de la exposición, Línea de tiempo, se connota mediante las incursiones de la línea en aguafuerte, tanto en los rotograbados (desde el que abre la muestra) como en otras piezas. Una especialmente idónea es la línea sinuosa que acompaña el trayecto del espectador al descender por la rampa al espacio inferior. El diminuto habitante de las pampas, colocado al final de la rampa, lanza esa línea hacia arriba.

A lo largo del trayecto hay repeticiones propositivas, destinadas a mostrar, creo yo, la idea del tiempo que avanza o regresa, no de un modo consecutivo o retrospectivo, como tendemos a considerar que sucede, sino mediante recursos que lo subvierten, en muchos casos permeados de humor y juegos visuales-lingüísticos muy bien ideados, como sucede con Wrinkle (1968), que describe la acción de arrugar una hoja hasta que se convierte en un puñado de papel.

Otra pieza, muy graciosa, es Reconstrucción. El plano ofrece la fotografía de un pingüino de cerámica hecho trizas, al que se anexa el pingüino en el estado que tuvo antes de su quebrazón. De alguna manera este tipo de recursos me recordó con insistencia al mexicano Manuel Marín, sin que exista más conexión entre ambos que una posible y lejana empatía que retrotrae a recuerdos de infancia.

El responsable curatorial de la exposición, Tobías Ostrander, es curador del museo Tamayo. La museografía es impecable.