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Milk, un hombre, una revolucion, una esperanza
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Sean Penn durante una conferencia de prensa en California, donde promociona la cinta Milk del director Gus Van SantFoto Ap
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i nombre es Harvey Milk y estoy aquí pa- ra reclutarlos. La consigna, eficaz y contagiosa, alude irónicamente al llamado del Tío Sam (“I want you”) para incitar a los jóvenes a participar en las aventuras intervencionistas del imperio. La época es los años 70; el lugar, San Francisco, California; el clima social, el auge de la contracultura y la liberación sexual.

Quien profiere el nuevo llamado beligerante es un activista político de 40 años, Harvey Bernard Milk, nacido en Long Island, quien luego de llevar en Nueva York una discreta vida de homosexual conservador, decide viajar a San Francisco, instalarse ahí, salir ostentosamente del clóset e iniciar una trayectoria de militante gay. Su itinerario es semejante al de miles de otros parias sexuales que eligieron la ciudad californiana como un espacio de libertad y anonimato, luego de cargar por largo tiempo el estigma impuesto por la intolerancia moral y religiosa de sus lugares de origen.

Milk decide hacer carrera política defendiendo los derechos de las minorías sexuales y de otros grupos socialmente desfavorecidos, hasta alcanzar, luego de dos intentos fallidos, el cargo de concejal en la alcaldía de San Francisco, en 1977. Este triunfo como primer hombre político abiertamente gay en un cargo público, consolida su popularidad en la comunidad homosexual californiana, que lo proclama simbólicamente alcalde de Castro Street, en referencia al lugar donde Harvey inicia su activismo.

Milk, un hombre, una revolución, una esperanza, de Gus Van Sant, describe la trayectoria de este infatigable activista por los derechos homosexuales, y también los estragos que su dedicación política provoca en su vida sentimental. Gus Van Sant, director de la cinta, y Dustin Lance Black, guionista, documentan, a partir de material de archivo, el clima de la época, las prácticas represivas e intimidatorias contra las minorías sexuales (las redadas policiacas), el desdén de buena parte de la población, la homofobia institucionalizada, las campañas de denigración de fundamentalistas religiosos y políticos (Anita Bryant, John Briggs), activos en el púlpito, la calle y el set de televisión, y destacar, de modo paralelo, el carisma y sentido del humor de Harvey Milk, el judío homosexual capaz de combinar provocación y elegancia en cada respuesta.

Frente a los muy viriles sindicalistas cerveceros a quienes solicita su voto: Tranquilícense, dejé mis zapatos de tacón alto en casa. Frente al fatigado argumento ultraconservador que en un debate reprocha a los homosexuales no formar familias y no reproducirse: Dios sabe que seguimos intentándolo. El acierto capital de Gus Van Sant (Mi camino de sueños, Elefante) ha sido elegir a Sean Penn, un actor formidable, identificado por sus posturas políticas progresistas y su magnetismo publicitario (temperamento vigoroso y seductor, ex amante de Madonna, destreza camaleónica en sus caracterizaciones), para interpretar al personaje público gay. Su actuación, impecable, rescata y combina con astucia la fragilidad sentimental y la tenacidad de carácter de Milk, un hombre esencialmente feliz en su entrega política, contradictorio, generoso y conflictivo, como cualquier otro, que sólo aspira a esa vida digna que sus opositores heterosexuales asumen para sí mismos como un derecho incuestionable.

La película presenta a este activista a un público masivo que tal vez no tenía la menor idea de su existencia o relevancia política, y describe la formidable respuesta comunitaria a su lucha pionera por los derechos sexuales, con formas de organización y estrategias participativas que resumen una larga tradición de lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.

Gus Van Sant no crea villanos fáciles. El retrato que hace de Dan White (Josh Broslin), el rival político de Harvey Milk que acaba asesinándolo, a él y al alcalde George Moscone, es de una complejidad fascinante: muestra la frustración moral y el autodesprecio como el caldo de cultivo de un odio irracional al gay carismático y exitoso que es urgente eliminar en un absurdo ajuste de cuentas. El director traza con mano firme, calibrando bien las etapas del proceso, los rasgos de este desequilibrio homofóbico. Hace 25 años el documentalista Robert Epstein obtuvo un Óscar por su trabajo en The times of Harvey Milk, crónica indispensable de la trayectoria trágica del militante homosexual. Gus Van Sant demuestra con su manejo del tema y el personaje, su destreza para transitar de su narrativa minimalista habitual a la recuperación inteligente de una memoria colectiva.

Se exhibe en salas de Cinemex, Cinépolis, Cinemark, Cinemas Lumiere y en la Cineteca Nacional.