Opinión
Ver día anteriorMiércoles 25 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La crisis interna y el Obama imperial
M

uy a pesar de la propaganda panista, que presenta la crisis económica como un fenómeno importado, la dura realidad socava tal versión hasta hacerla un serio problema interno. Ninguna esperanza de pronto alivio se otea en el horizonte, a pesar de los continuos esfuerzos del señor Calderón por predecir su extinción para después del verano. Por el contrario, todo parece indicar que, cuando menos, el decaimiento de la planta productiva nacional durará dos años con sus días completos. Mucho, claro está, dependerá también de lo que suceda al norte de la frontera. La dependencia de México respecto de Estados Unidos (EU) y parcialmente de Canadá, es omniabarcante. Casi no hay sector de la actividad productiva nacional que no esté atado, vía el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y otros complementos (turismo, inversiones, tecnología, maquila, migración, remesas), con sus contrapartes norteamericanas.

Una parte sustantiva de las numerosas incógnitas que se enseñorean por estos nublados días del mundo tienen su punto focal en los movimientos, señales y primeras acciones del presidente Barack Obama. El envío de su emisaria oficial (Hillary Clinton) al oriente es un punto álgido que marca prioridades inocultables de la geopolítica. El viaje de la secretaria de Estado es un tácito reconocimiento a los nuevos balances de poder. Sobre todo a partir de la quiebra de los banqueros de Wall Street y de las grandes armadoras de vehículos, cuyas repercusiones todavía no son apreciadas en toda su magnitud y ramificaciones. En el continente asiático se encuentra, ahora, la tesorería del planeta y la planta industrial más poderosa. Entre China y Japón juntan gran parte de las reservas financieras que pueden subsanar la enorme necesidad de crédito que tiene el gobierno de EU. Sin sus apoyos, el déficit presupuestario de ese país sería imposible de ser soportado, aun contando con el enorme flujo de divisas que les llega del resto del planeta. Solventar déficit del orden de 10 o 15 por ciento del PIB, como serán los que tendrán que manejar los demócratas, no es posible sin el concurso sino-japonés durante varios años por venir.

Poco a poco, en los tiempos futuros se irán aclarando tanto la dependencia que tienen los estadunidenses del capital oriental (donde también hay que incluir a Sudcorea, Singapur e India) como la de los respectivos aparatos industriales asiáticos respecto del todavía mayor mercado de consumidores del planeta. Entre las elites decisorias de México y sus difusores orgánicos, sin embargo, se sigue bordando sobre las consignas, supuestos, actos de fe y dictados del destrozado acuerdo de Washington. Las leyes del mercado como asignador indiscutible de inversiones, productos y precios; la insistencia en las privatizaciones; la desregulación a ultranza; los estándares envidiados (clase mundial) o el outsorcing siguen acaparando las mentes y el imaginario de sus asesores orgánicos. No pueden cambiar el disco ni la tonada que se les inculcaron durante la guerra fría y acontecimientos sucesivos. Días en los que la hegemonía estadunidense era indisputable y totalizadora y las recetas del Fondo Monetario Internacional se imponían sin mayores contratiempos. Los temidos policías del mundo van cayendo, de manera por demás estrepitosa, en los polvosos caminos de Irak o por el arrugado desierto afgano. Aunque, extendiendo la memoria, ya habían sido tocados de manera brutal en Somalia y, más temprano, en Vietnam.

Pero el mismo Obama todavía no se resigna a su nuevo rol de (tal vez primera) potencia, aunque ya no recale en la versión imperial indisputable. El músculo financiero e industrial que la acompañaba como tal ha sido trastocado drásticamente. El aparato militar estadunidense perdió gran parte de su biomasa y aureola de invencibilidad y prestigio. Sus enormes empresas vagan ahora por las oficinas burocráticas en busca de urgentes ayudas que las saquen a flote, ayunas de tecnología, eficiente gestión, variedad y calidad de productos, capacidad organizativa y crédito. Los pasos iniciales de Obama en Latinoamérica, en especial sus opiniones sobre Venezuela (Chávez en particular), no se distinguen de las externadas por su antecesor de infausta memoria y nula eficacia. Tuvieron un tufo de preconcepciones atadas a las posturas de la extrema derecha continental y local. Para el Obama liberal, el caso cubano y su aislamiento es insostenible, dados los apoyos que ha reunido en el subcontinente. Poco a poco se ha reforzado el coro de la izquierda latinoamericana hasta hacerse audible a millas de distancia mental. La reciente reunión, paralela a la famosa de Davos, que juntó a Brasil, Ecuador, Bolivia y Venezuela, se convirtió en un hecho que mucho tiene de implicaciones para un futuro fincado en las propias posibilidades de marcar rumbos de integración y determinar procesos políticos regionales.

Muy a pesar de los terribles golpes recibidos, los cambios en la realidad estadunidense y mundial han pasado desapercibidos en su esencia para la plutocracia que manda en México. Se continúa con la tendencia anterior, marcada, en su versión pública, por un priísmo decadente y su duplicado panista, que no atina ni arma. Calderón sigue atado a un discurso de añeja tesitura, subordinado a los intereses de los grupos de presión, internos y del exterior. Duda, y desarma a cada paso los pequeños programas que le diseñan para enfrentar su crisis. Ésa, la de naturaleza interna, que un modelo neoliberal se empeñó en provocar y que constituye, ahora, el meollo duro ante el cual se estrellan todos los afanes de millones de mexicanos.