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Feria del libro de minería

El escritor presentó el libro Pedro Infante. Las leyes del querer, en el Palacio de Minería

Amorcito corazón evoca épocas en que ser feliz era posible: Monsiváis

Explora el significado del actor desde la sociología, la antropología, la sicología colectiva y el periodismo

Fue capaz de buen número de atrocidades fílmicas, pero de maravillas también, dijo

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En su reciente obra, el autor aborda la creatividad del director Ismael Rodríguez, las cualidades de Fernando Soler y la fuerza poética de José Alfredo JiménezFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Lunes 23 de febrero de 2009, p. a10

Del lado izquierdo, Carlos Monsiváis; del lado derecho, Pedro Infante. Por momentos pareciera que ambos cruzaran miradas.

Uno está sentado en una silla, tres cuartos de perfil: para poder ver al público del Salón de Actos del Palacio de Minería y, a la vez, al otro, al actor, que se proyecta en una pantalla como charro, agente de tránsito, mecánico o carpintero.

En el momento de las proyecciones, Monsiváis deja de hablar y se apagan las luces, en una evocación, dice, de los desaparecidos y monumentales cines de barrio, con todo y palomitas, que el escritor también echa de menos.

Es la noche del sábado 21 de febrero y el autor comenta su libro Pedro Infante. Las leyes del querer (Aguilar), en el que hace una exploración del actor y sus películas, colaboradores en la generación de identidad nacional y de un sentido de comunidad o colectividad.

Una época en la que parecía que la felicidad era posible en México (1930-1960), muy lejos de la crisis actual, con todo y blindajes, aunque muy cerca de condiciones en las que, por ejemplo, los presidentes del país reprobaban a las madres solteras.

El tren de la ausencia

Por la pantalla del Salón de Actos pasan escenas de cintas como Nosotros los pobres, Pepe El Toro, No desearás a la mujer de tu hijo, A toda máquina, Qué te ha dado esa mujer, La vida no vale nada. Recuerda el escritor que Pedro Infante llegó a filmar 12 películas al año, de excelentes a malas.

A partir de esa cinematografía de la llamada Época de Oro, Monsiváis analiza, comenta, cuenta, charla y hace pensar y reír.

Desde la sociología, la antropología social o la sicología colectiva, pero también desde el periodismo y el buen sentido común, el escritor explora el significado de la figura de Pedro Infante, mejor actor de lo que se piensa, aunque menor cantante de lo que se cree; pero muy bueno.

Aborda además la creatividad del director Ismael Rodríguez, coautor del mito de Pedro Infante; las cualidades de Fernando Soler y de otros actores que dieron imagen y cuerpo a esos referentes de identidad; la fuerza poética y hallazgos del compositor José Alfredo Jiménez: Qué bonita es la venganza cuando Dios te da licencia..., o de Manuel Esperón: En el tren de la ausencia me voy, mi boleto no tiene regreso...

Amorcito corazón

Al hablar, por ejemplo, de la cinta Nosotros los pobres, en particular de la escena perfecta en la que Pedro Infante canta Amorcito corazón a Blanca Estela Pavón, y con la que Monsiváis decide abrir y cerrar su presentación, dice: Esta escena es seguramente la más contemplada, observada, memorizada de la historia del cine mexicano, y una de las más célebres de la historia del cine latinoamericano.

De la canción comenta: “Amorcito corazón es siempre entrar de nuevo a la magia del bolero, a la fuerza impresionante de un ídolo, a la coherencia o congruencia de la pareja, a las miradas de amor esperanzadas, más que desesperadas, y a la idea de que hubo un tiempo en que la felicidad era posible, en que la crisis no abarcaba incluso al bolero y a la nostalgia”.

Tras abordar perspectivas diversas –entre ellas la del bolero como fuente de la cultura popular y parte fundamental de la tradición, o la borrachera en el cine, o la amistad viril entre los personajes de Pedro Infante y Luis Aguilar–, Monsiváis compartió al final: “Lo que me propuse hoy al presentar el libro y al presentar más estrictamente mi admiración creciente por Pedro Infante, una gran figura, una personalidad notable, capaz de un buen número de atrocidades fílmicas, pero también de maravillas, y sobre todo capaz de sustentar la idea de la tradición en la versatilidad o en la variedad que una persona quiere atribuirle a su presente. Además, pensando en alguien que no representó jamás a la autoridad, que siempre fue en sus películas emblema de la clase trabajadora, despedir esta sesión con la secuencia de Amorcito corazón, que nunca sería la de Maximiliano y Carlota, aunque en algún momento sí pudo haber sido la de Benito Juárez y Margarita Maza”.

Y en la pantalla, Pedro Infante canta de nuevo a Blanca Estela Pavón: Compañeros en el bien y el mal, ni los años nos podrán pesar...