Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

De quietudes y quietismos

C

onvertida hace años del otro coso más importante del mundo a la plaza de trancas con mayor capacidad en el orbe, la Plaza México, gracias a la falta de bravura y presencia del ganado que se lidia, a las pobres combinaciones que se brindan, a la falta de criterio de sucesivos jueces, a sus premiaciones pueblerinas, al exceso de toros que se regalan e incluso son cambiados, y a la falta de formación e información taurina de los públicos que a dicho escenario concurren –algunos a uno o dos carteles de relumbrón y otros pocos con asiduidad franciscana–, la monumental de Insurgentes parece condenada a que le sigan dando gato por liebre, en cuanto a toros y en cuanto a faenas.

De Aguascalientes escribe el incansable crítico y riguroso escritor taurino licenciado Xavier González Fisher, a propósito de las taleguillas ensangrentadas con que terminan sus trasteos los figurones, los que figuran y los desfiguros, unos por ventajosos, otros por quietistas y los más por sus carencias técnicas.

Recuerdo dos situaciones –comienza González Fisher– que escuché comentar a los propios protagonistas. El primero fue el maestro Armillita, que contaba que en una corrida de año nuevo aquí en Aguascalientes, no sé si a finales de los 30 o principios de los 40, salió vestido de blanco y oro. Desde la noche anterior llovía y el ruedo de la San Marcos, que tiene mal drenaje, estaba hecho un barrizal. Cuando se arregló una pequeña parte del ruedo, soltaron los toros en su orden y don Fermín los llevó en sus turnos a la parte arreglada del ruedo. Al final de la corrida, su vestido estaba níveo, inmaculado y él con las orejas en las manos. Y decía tu paisano que el buen torero no debía acabar con el delantero de su vestido como si fuera mandil de carnicero.

La segunda fue de Jesús Delgadillo El Estudiante, que por allí de 1963 o 64 cortó un rabo aquí en Aguascalientes. Decía Jesús que ese día también vistió de blanco y oro y que terminó la tarde con el vestido inmaculado. Y dijo textualmente: es que así se le corta el rabo a un toro...

Hoy parece consigna que los toreros terminen con su ropa precisamente como mandil de matarife. Y eso a mí me parece que es consecuencia del quietismo, porque ahora da la impresión de que quien no sale revolcado es porque no se arrima. De allí que abunden los barrigazos para salir manchadito y dar la impresión de que nos arrimamos... –concluye González Fisher.