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Ver día anteriorLunes 16 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Homenaje a Leonora Carrington
A

lejados de quienes pontifican Renato y Leonora volvieron a verse más tarde, Leonora ya casada con Chiki, Emérico Weisz. María Felix, su belleza y su ingenio fue el punto de encuentro. Renato alegaba que había sido padrino de todos los matrimonios de María y testigo de cómo Diego Rivera le repetía hasta el cansancio: Cásate con tu sapito, cásate con tu sapito, y Leonora con su tropel de caballos nocturnos cabalgándole en el espíritu rivalizaba con La Doña, quien por cierto la quiso mucho, como la quiso otra mujer que en esa época atraía las miradas: Bridget Tichenor, amiga de De Chirico, que para comprobarlo, tenía en su casa de la Zona Rosa un espléndido De Chirico.

A Emérico Weisz, Chiki el fotógrafo, lo vi en varias ocasiones. Alto y larguirucho, se hacía a un lado cuando los demás se aventaban. La incredulidad y la expresión triste de sus ojos hundidos conmovía. No quería ser parte del espectáculo. Cuando todos los fotógrafos se le iban encima al personaje en turno o al evento social para retratarlo, él se retraía, y en su retraimiento había un rechazo que lo hacía muy atractivo. Seguramente a él le parecía surrealista ese ajetreo de moscas en torno a la vedet o a la anfitriona de la sección de Sociales. Para él, que a los 27 años había fotografiado la guerra de España al lado de Robert Capa, estas demostraciones apenas eran un preludio al teatro del absurdo.

A partir de que Leonora tuvo a sus hijos, Gaby y Pablo, no los soltó ni un momento. Formaban un núcleo muy unido y muy cerrado. Leonora; Emérico, Chiki, Gabriel, y Pablo se protegían, parapetados tras los muros de su casa de la calle de Chihuahua, en la colonia Roma. Se protegían por una razón muy concreta. Los niños se apellidaban Weisz, y Weisz es judío, y si Leonora no era judía y Chiki sí, aunque ninguno practicara, apenas fueron a la escuela les hicieron saber que ellos habían matado a Cristo y otras cosas más sorprendentes que las que podría contarles la hija del minotauro que su madre les hizo conocer en pintura. A Gaby y a Pablo les era más fácil comprender el mundo místico y alquimista de su madre que el de afuera. En su casa, los cuatro devoraban libros, dibujaban, guisaban, y ese refugio aislado los protegió contra la hostilidad del ambiente. Habría que recordar que Gaby nació en 1946. Si se enfermaban, se curaban solos, y una vez, cuando Leonora se enfermó, Gaby recuerda que los dos se improvisaron médicos y se turnaban para cuidarla. No tenían más parientes que ellos mismos. México era antisemita y anti extranjero. Los Weisz se constituyeron en una especie de célula viva unitaria en la que cualquier problema se resolvía entre cuatro. A imitación de Leonora, inventaban trompetillas acústicas, damas ovales, animales fabulosos, pantalones de franela, puertas de hiedra, y participaban en la escenografía y el vestuario del teatro de Alejandro Jodorowsky y el de Poesía en Voz Alta. También hacían aportaciones a la receta de cómo cocinar al arzobispo de Canterbury en una gran olla de barro, para comerlo en mole verde.

Foto
Leonora Carrington en una imagen de 2005Foto Marco Peláez

Una vez en que Pablo le avisó a su madre desde el camp de sus vacaciones que se sentía levemente mal de la panza, Leonora, sin pensarlo dos veces, tomó un taxi que hizo cuatro horas de ida y cuatro de vuelta para ir a recogerlo.

Si en el colegio el rechazo era evidente, los niños muy pronto tuvieron la certeza de que era imposible olvidar las atrocidades de los nazis en Europa, y nunca negaron su identidad judía. Por otro lado, también pesaba la identidad inglesa, la de la nursery de Crookhey Hall y la de esa madre que producía, como por encantamiento, cuadros con títulos en inglés, salvo el de ese naufragio en Manzanillo, en el que unas monjitas intentan salvar su vida en una nave que hace agua y tiene una vela roja a punto de desgarrarse.

Leonora era una madre completamente entregada (devoted es la palabra que usa Gaby), de una devoción total. Llevaba a sus hijos a ver películas de vaqueros y se estremecía con los disparos que volaban desde el techo del tren y las diligencias que convertían grandes llanuras en sets cinematográficos. Ella debía aburrirse enormemente, pero como era muy buena madre allí se quedaba sentada junto a nosotros, recuerda Gaby. Más bien creo que Leonora recordaba el cuadro de Max Ernst que le causó una enorme impresión y la hizo buscarlo: “Deux enfants menacés para un rossignol” (Dos niños amenazados por un ruiseñor).

A partir del momento en que los niños regresaban de la Westminster School, Leonora dejaba sus pinceles, salvo en una ocasión en la que Gaby entró en un momento crucial y Leonora le señaló que guardara silencio y tomara una silla, porque con un pequeño y delicado pincel encimaba un color rojo en delgadas capas, una figura mágica que requería toda su atención.

Más rebelde que su hermano Pablo, a Gaby lo expulsaron de la Westminster en 20 ocasiones. Leonora, siempre apoyadora, aplacaba a la directora para que volvieran a admitirlo. Seguramente revivía con su hijo su propia rebeldía: a ella también la habían expulsado de la sociedad que en 2009 sigue siendo injusta y conformista. Chiki, el padre, era mucho más severo y menos conciliador que Leonora, quien compartía los actos libertarios de su hijo mayor. Lo curioso es que a ambos hijos les dio por la medicina. Pablo es médico y pintor. El sortilegio de la pintura de Leonora fue su pócima. Gaby es poeta. También a él le fascinó la medicina, pero se lanzó a la antropología, al teatro, a la literatura comparada, a la filosofía y sobre todo a la poesía.