Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de enero de 2009 Num: 724

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La autobiografía lectora de Michèle Petit
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Excepto las cigarras
HÉCTOR KAKNAVATOS

El palacio no nacional
RENÉ ASDRÚBAL ANDRÉS

Vida y locura de Ken Kesey
RICARDO VINÓS

El paraíso inocente de Subiela
JUAN MANUEL GARCÍA entrevista con ELISEO SUBIELA

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Germaine Gómez Haro

Alan Glass: El maestro del azar

El arte de Alan Glass (Canadá, 1932) se inserta en el territorio ambiguo de uno de los movimientos de vanguardia más trascendentales de la primera mitad del siglo xx : el surrealismo. Desde 1970 Glass reside y trabaja en México, lugar ideal para el desarrollo de una creación sui generis. El Museo de Arte Moderno es sede del merecido y muy esperado homenaje a casi seis décadas de creación de uno de los artistas más representativos de ese movimiento tan fecundo en nuestro país, “surrealista por excelencia”: Zurcidos invisibles. Construcciones y pinturas. Una retrospectiva de Alan Glass, 1950-2008.

Constructor de cajas fantásticas, pintor y dibujante, Glass se considera un “artista obsesivo” que ha dedicado su vida a explorar el mundo de los sueños, del azar, de las coincidencias venturosas y de la creación automática. Su obsesión lo ha convertido en un excéntrico coleccionista de objetos variopintos que son el alma de su creación, basada en asociaciones y correspondencias que remiten a lo que Baudelaire llamó “el inagotable fondo de la universal analogía”.

Alan Glass es heredero en línea directa de las tendencias innovadoras y renovadoras del siglo pasado, que buscaron romper con la representación convencional de la tradición pictórica y escultórica. Artistas como Man Ray, Miró, Francis Picabia y Joseph Cornell, entre otros, recurrieron al objet trouvé –“objeto hallado”– para la construcción de cajas, collages y ensamblajes tridimensionales, que fueron la principal contribución del surrealismo a la escultura. Estas indagaciones lúdicas solamente en apariencia, tuvieron en realidad una esencia revolucionaria que propició el viraje del arte moderno hacia nuevos derroteros. Siguiendo la brecha abierta por sus antecesores, desde hace más de cinco décadas, Alan Glass se dedica a la elaboración de unas cajas alucinantes que se perciben como una metáfora poética de la memoria, una suerte de espejo cóncavo que refleja instantes suspendidos fuera del tiempo.

Son un microcosmos personal en el que se despliega una constelación de pequeños detalles disparatados dispuestos en un conjunto armonioso, preñados de una poderosa fuerza simbólica, que dota a cada composición de un significado que rebasa la realidad palpable.

Si para Octavio Paz el surrealismo es más una sensibilidad que un movimiento estético, para Glass representa toda una forma de vida. El artista de origen canadiense se siente un “surrealista innato” que, desde niño, se dejó llevar por los dictados de la intuición, haciendo caso omiso a las leyes de la razón. Su aguda percepción lo trajo a México motivado por la fascinación que le provocó una calavera de azúcar que la hija de André Breton guardaba con celo bajo un capelo de cristal. Ahí comprendió el poder de los inquietantes “juguetes fúnebres” que sacudieron a Breton en “el país del humor negro”.


Fotos: cortesía Casa Lamm

La exposición está integrada por alrededor de 150 obras distribuidas en dos núcleos: Construcciones, que reúne sus hermosas y celebradas cajas y diversos objetos tridimensionales, y Pinturas, que abarca su trabajo gráfico y dibujístico sobre papel y tela. En una época dominada por la prisa, el trabajo rápido y el desdén por el rigor en el oficio, la creación de Alan Glass destaca por su minuciosa factura y un cuidado extremo en la elección y combinación de los elementos más disímbolos, que envuelven sus composiciones en un aura de sofisticación y elegancia. A decir del artista, el proceso creativo de cada obra varía de acuerdo con las circunstancias que la generan y la libre participación del azar, que es su principal aliado. En el interior de sus cajas alternan la incoherencia y la razón, la exuberancia y la austeridad, sensaciones contradictorias hilvanadas por lazos inquietantes, asombrosos y divertidos, que revelan su capacidad de sugerencia onírica. Cada caja es como la punta de un iceberg donde se almacenan y entrecruzan un sinfín de anotaciones, recuerdos, fetiches, evocaciones… Una lúdica y a la vez meditada cadena de asociaciones poéticas hilan todo ese material para urdir su trama en un escenario distinto en cada pieza.

Sus cajas, pletóricas de poesía y humor, son eco de ese “lenguaje de las flores y de las cosas mudas” que invocaba el gran Baudelaire. En el arte de Glass, el sinsentido se transforma en tierra fértil que incita al goce estetico y aviva la ensoñación.