Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de diciembre de 2008 Num: 721

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

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EURÍDICE ROMÁN DE DIOS

Calles
LEFTERIS POULIOS

Ibargüengoitia: 25 años después
Entrevista con JOY LAVILLE SALVADOR GARCÍA

Mis días con Jim Morrison
CARLOS CHIMAL

Teatro: el acto y el discurso
JOSÉ CABALLERO

La crisis del teatro en México
JOSÉ CABALLERO

El Sueño de Juana de Asbaje
RAÚL OLVERA MIJARES

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Jorge Ibargüengoitia, 1957. Fotos: archivo Joy Laville

Ibargüengoitia: 25 años después

Entrevista con Joy Laville
Salvador García

En 1965 conocí a Joy Laville, una pintora inglesa
radicada en México, nos hicimos amigos, después
nos casamos y actualmente vivimos en París.

Jorge Ibargüengoitia

“A Jorge le hubiera gustado ver que los jóvenes aprecian su obra”, dice Joy Laville, viuda de Ibargüengoitia. Margarita Villaseñor, recuerda de ella: “Joy es la compañía y la esposa que soñó [ el escritor guanajuatense ] . Inteligente, afable, con el talismán de la creación. Mujer sin afeites ni alambiques . ”

Una tarde de primavera nos recibe en su casa de Jiutepec. Como si fuera un espíritu emergido de sus cuadros –característicos en las portadas de las obras de Jorge Ibargüengoitia–, la pintora viste colores en tonalidades pastel que enmarcan unos ojos azules, reflejos de una vida plena. Con una generosidad desbordante, nos abre su mundo, el mundo que compartió junto al autor de una de las literaturas más particulares en lengua castellana.

Para varias generaciones de lectores, los nombres de Joy Laville y Jorge Ibargüengoitia se hallan intrínsicamente relacionados, incluso si se ignora que fueron pareja hasta el trágico fallecimiento de Jorge en 1983. La razón es indiscutible: las creaciones de la artista inglesa son el sello de identificación de los textos –novela, cuento, teatro, artículos periodísticos y piezas para niños– del escritor, publicados por Joaquín Mortiz.

El génesis de esa unión, nos cuenta la creadora, “ se dio por accidente. En el comedor de la casa estaba el cuadro que aparece en Las muertas, el cual está influenciado por la serie maravillosa de fotografías de Diane Arbus sobre la gente del circo. Jorge dijo que le gustaría que esa obra apareciera en su novela sobre Las Poquianchis y habló al respecto con Joaquín Mortiz”. Desde ese momento, todos y cada uno de los escritos de Ibargüengoitia quedaron arropados por los óleos de Joy Laville, como en un juego de espejos o, más bien, como en una matriushka artística donde la obra externa enriquece la obra interna y viceversa. “Las compilaciones también son ilustradas por mí”, acota.

Ibargüengoitia fue becario del Centro Mexicano de Escritores, de las fundaciones Rockefeller, Fairfield y Guggenheim. Además, colaboró en diversas revistas y suplementos culturales de gran importancia en el país. Sobre las diversas labores que el escritor desarrolló en su vida, nos recuerda Joy Laville: “Dio clases en San Miguel de Allende; daba clases en verano y dio clases en la Universidad de California [Santa Cruz] y después en el Rancho, Iowa, [Estados Unidos] , pero a la universidad lo invitaron junto con varios escritores para ofrecer un discurso. Y en el año ' 79 fuimos a Francia; allá habló sobre sus libros.” Además de ello, fue dramaturgo, cultivó el artículo periodístico y se hundió en los placeres de la narrativa: “Él se consideraba novelista; lo que le gustaba hacer era escribir novelas”, dice Joy Laville. En su artículo “¿Usted también escribe?”, aparecido en Excélsior, el mismo Ibargüengoitia afirma: “Un Lic., un Arq., un Dr., un Ing., antes del nombre, o un ctp después, son signo de que alguien se ha pasado años leyendo libros que nadie leería motu proprio. ¿Pero nosotros? Para escribir novelas no se necesita más que leer novelas que, después de todo, se supone que la gente lee por gusto. Así que además de parásitos superfluos somos hedonistas.”


Joy Laville y Jorge Ibargüengoitia el día de su boda,1973

Sobre la esencia de la obra del guanajuatense, Joy Laville explica: “No era sarcástico, pero si algo no le gustó, lo dijo, ya que era crítico y su crítica le permitía jugar con el absurdo. Él era muy directo, por eso mismo tenía reputación de tener mal humor, pero esto es una mentira, él era muy alegre. [Sin embargo], ofendió la sensibilidad de muchos con sus novelas; pese a todo, ahora está muy estimado en Guanajuato.” Entonces, ¿cómo no recordar lo que el mismo el autor decía sobre sus escritos?: “Los artículos que escribí son los únicos que puedo escribir; si son ingeniosos es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario, y si son humorísticos es porque así veo las cosas. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue en broma, es un imbécil.”

Este año, en la versión XXXVI del Festival Internacional Cervantino, se le rindió un homenaje muy significativo al cuevanense. Durante la festividad se llevó a cabo un coloquio sobre su obra, se editó el libro En primera persona, cronología ilustrada de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), y para cerrar elocuentemente se instaló la muestra ¡Sálvese quien pueda! Jorge Ibargüengoitia: un atentado a la solemnidad, que está integrada por fotografías, documentos, obra plástica de la misma Joy Laville y caricaturas de Magú basadas en un texto de Ibargüengoitia para niños. Todo ello demuestra el reconocimiento del que goza el escritor en la actualidad, en ese “manicomio grandote”, como él mismo llamó a Guanajuato.

– ¿Cómo fue la vida en París?

– Jorge era muy disciplinado, normalmente escribía entre las 10 y 2:30 de la tarde. Era matutino. En las tardes leía recostado en un sofá; creo que nunca escribió en la noche, pese a que no dormía temprano.

– ¿Qué leía?

– Tenía un gusto muy amplío. Era muy leído y admiraba a muchos escritores.

– ¿De su propia obra había un texto que considerara su favorito o que creyera el mejor desarrollado?

– No sé si tenía un libro favorito. Pero, para mí, la más desarrollada de las obras fue Los pasos de López. Jorge siempre fue un apasionado de la historia.

Ejemplo de ello son los dos Premios Casa de las Américas que obtuvo con los textos históricos El atentado y Los relámpagos de agosto, en 1963 y 1964, respectivamente. En todos estos escritos se aprecia perfectamente esa vena crítica y desmitificadora de Ibargüengoitia, y que puede resumirse en la anécdota que refiere Margarita Villaseñor: Jorge la cuestionaba: “¿A poco crees que el Pípila fue un héroe? No se te ocurre pensar que el español rebelde le gritó al indígena humilde: ‘Oye tú, Pípila, échate una losa al lomo y ve a quemar esa puerta?'”

– ¿Qué proyectos que quedaron truncados por el fallecimiento de Jorge?

– Hace muchos años escribió teatro y lo dejó. En los últimos años de su vida estaba pensando escribir otra vez teatro. Además, estuvo escribiendo [una tercera parte] del libro titulado Isabel, cantaba y también tenía varias obras pensadas sobre el futuro. Tenía una historia sobre su familia y sus años en Guanajuato, que se desarrollaría en el rancho, antes de llegar a la ciudad.

Una muestra del cuaderno de trabajo de Ibargüengoitia, donde se asientan estos proyectos, se publicó el mes de enero en la revista Letras Libres. En el texto nos podemos dar cuenta de lo meticuloso que era el cuevanense para desarrollar sus obras. Apuntes sobre el tono que tenían que llevar, psicología de los personajes, cuestionamientos y críticas sobre los argumentos que plantea, son sólo algunos de los aspectos con los que iba hilvanando sus escritos.

– Entre toda su polifacética obra, ¿escribió alguna vez poesía?, ¿le escribió a usted poemas de amor?

– Nunca me escribió un poema, ni me trajo flores, pero me daba regalos. No era romántico, tampoco convencional. Me regaló, por supuesto, libros, entre otras cosas. Pero era muy bueno para escribir cartas. No me escribió específicamente cartas de amor, pero dijo cosas evidentemente con ese sentido, como: “¿Te caigo bien?” A Jorge lo conocí en San Miguel de Allende. Yo era persistente. Nos caímos bien pero, como siempre, son las mujeres las que damos los primeros pasos.

– ¿Cómo era en vida cotidiana?


Jorge Ibargüengoitia de scout, ca., 1947

– En la casa él se adueñaba de la cocina, o yo, pero no los dos. Él era muy inventivo, arriesgado, pero siempre salió bien su comida. Tenía un don. Improvisaba. Muchas veces salimos a algún lugar a comer algo que nunca habíamos probado. Entonces Jorge regresaba y al día siguiente, y no importaba si teníamos visitas para comer, él trataba de hacer ese mismo platillo y siempre salió bien: él era muy meticuloso en la cocina. Le gustaba cocinar. Cocinaba muy bien. Tenía fama por su paella. Hacía paella para mucha gente; los domingos siempre teníamos invitados que eran siempre los mismos amigos. A veces yo hice cosas muy humildes en la cocina, como pelar los camarones. Pero yo era la ayudante. Decía “vaso”, y yo se lo daba. Así me gustaba, porque él lo hacía maravillosamente. También era un buen bebedor. Pero en los últimos años, cuando estuvimos en París, bebió muy poco. Siempre tomamos un tequila. Yo todavía lo tomo. La cosa es que el último año, a veces se me olvida tomar. Dicen que la gente bebe para olvidar, pero a mí se me olvida tomar.

A Joy Laville la plática parece caerle bien. Ríe, piensa, nos mira, nos cuestiona y, con toda una vida luminosa de su lado, no tiene ningún problema en sostener: “Jorge y yo la pasamos muy bien. Tenía un maravilloso sentido del humor.”