Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de noviembre de 2008 Num: 716

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Andrea Camilleri: actualizando el referente
JORGE ALBERTO GUDIÑO

Siete poemas
LEDO IVO

Del Chavo del Ocho a la efedrina
JUAN MANUEL GARCÍA

Carlos Fuentes: La memoria y el deseo
ANTONIO VALLE

El pensamiento de Hermann Keyserling
ANDREAS KURZ

La filosofía en México ¿para qué?
GABRIEL VARGAS LOZANO

Gays de California, ¡uníos!
ROBERTO GARZA ITURBIDE

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Jorge Moch
[email protected]

De índole sexual

Para mi Fabiana, a quien le encanta decir “pene”

La sexualidad franca y sin tapujos es en la televisión mexicana un atractivo fantasma: todos sabemos que está allí, en los besos con lengüita que nos parece ver en las telenovelas, en los acostones imaginados: esas escenas en que cuando el varón se le encima a la doncella (o viceversa) la toma oscurece, se va a cambio de pantalla, a implícita adivinación de cómo habrá sido ese intercambio de secreciones, a quedarse el respetable con las ganas de ver más. El discurso previsible es el de la decencia: hay cosas que no deben ver los niños. Antes, y ahora muy de vez en vez, aparece algo de piel sudando las ganas a cuadro cuando ya estamos de madrugada, puro televidente indebido, o insomne, o trasnochado, o degeneradito. A diferencia de otras televisiones, de otras culturas occidentales, la mexicana sigue siendo un ejemplo de contradicción en que desnudo es igual a sexualidad. El desnudo en una escena de noticiero se oculta, se borra, se cuadricula. El desnudo frontal está tontamente prohibido y sin embargo las alusiones sexuales son constantes, aunque indirectas porque no hacen sino reflejar la naturaleza represiva del medio, de refilón y buscando siempre una carcajada fácil, que justifique la excitación por la ruta del humor presunto. Eso es censura aunque se matice, y lo que hace es seguir llevando a la sexualidad humana al territorio de lo pícaro, lo sucito, lo rinconero. Las víctimas de la censura son la insolencia, la verdadera libertad de expresión y no quienes con el culo fruncido berrean que se les censura cuando no se les permite censurar. El desnudo, el exceso verbal o erótico, serían ese rompeolas contra el que debieran estrellarse conminutas todas esas estúpidas buenas conciencias: el rancio conservadurismo paternalista, los presuntos pispones sociales que encarnan a menudo en acicaladas señoras de poder omnipotente, cuando se trata de la esposa del presidente en turno –en recientes años demasiado, peligrosamente cercanas tales señoras a los antediluvianos mazacotes de la alcurnia clerical– o peor, en hombrecillos atenazados por sí mismos y sus más oscuros retorcimientos, como Jorge Serrano Limón o las diversas sucesiones de la vela perpetua, allí la Asociación Nacional de Padres de Familia o sus corporativos antifaces. En fin, que flamígeros dedos que pretenden imponer a la gleba su credo nunca faltan, pero afortunadamente entre la perrada las ganas, la sicalipsis, la merita lujuria, tampoco.

Es viejo y manido el pugilato entre lo que es erótico y lo que es pornográfico. En una televisión tan morigerante y mojigatona como la mexicana, el debate se vuelve más confuso, porque incorpora esos elementos con tufo a moralina de derechas, cuyas riendas gobierna un clero históricamente intolerante, belicoso y llenecito de contradictorios anacronismos, entre los que destaca su impúdico rechazo al cuerpo humano y a la sexualidad ejercida con libertad. Al parecer, en la tortuosa y siempre contradictoria lógica del duopolio es válida la oferta erótica mientras no sea explícita, es decir, mientras sea hipócrita. Es fácil tomar cualquiera de los programas de la mañana, el mediodía o la tarde de cualquiera de sus canales y disfrutar, mientras no sea mediante clara y abierta confesión, con sabrosos cuerpos ajenos. Los bailarines del fondo, invariablemente y sea cual sea el sonsonete en cuestión, se contorsionan con sugerencias para cualquier preferencia. Es válido, aunque resulte en exhibición de un pésimo gusto y una vulgaridad innecesaria, el empleo del doble sentido, del albur, de la inelegante referencia a lo genital: ¿qué es vulgar y qué no?, ¿qué es humor popular, del gusto de nuestra bonita familia mexicana?, pues vaya: sin muchos dedos de frente, no es necesario colegir que no es muy vulgar un soneto “porno” de Novo, pero que sí que Galilea Montijo diga a cuadro que le gustan de “este” tamaño.

La vulgaridad genital que tanto abarata la anatomía, particularmente la femenina, la homofobia que desfigura continuamente al homosexual convirtiéndolo en arquetípica caricatura de sí mismo –en un país de histórica persecución homofóbica, a menudo con desenlaces trágicos–, la permanente cosificación de la mujer y un sinnúmero de otros rasgos que hacen evidente que seguimos viviendo en un país de machos ignorantes y arbitrarios, son los elementos que pretenden humor y entretenimiento para nuestras familias. A ver si ya va siendo hora de que de veras empecemos a ejercer nuestra propia censura y exijamos más desnudos y menos alharacas.