Usted está aquí: sábado 15 de noviembre de 2008 Espectáculos “Me volví voz e imagen de África sin ser consciente del significado”

■ En 2005, en La Habana, Cuba, Makeba concedió una entrevista a este periódico

“Me volví voz e imagen de África sin ser consciente del significado”

■ Sudáfrica le rendirá un homenaje hoy

■ “No soy activista; canto sobre verdades”, expresó

Ernesto Márquez

Ampliar la imagen En esta imagen de 1992, Miriam Makeba, al centro, y Hugh Masekela, también cantante sudafricano, comparten con Nelson Mandela y el cantautor estadunidense Paul Simon, en Johannesburgo En esta imagen de 1992, Miriam Makeba, al centro, y Hugh Masekela, también cantante sudafricano, comparten con Nelson Mandela y el cantautor estadunidense Paul Simon, en Johannesburgo Foto: Ap

Sudáfrica rendirá hoy un último homenaje a la legendaria cantante Miriam Makeba –quien murió la semana pasada– con un funeral público, en una sala de conciertos con capacidad para 20 mil personas, en Johannesburgo, informó la agencia Afp.

Numerosos músicos, actores y personajes del espectáculo sudafricano acompañarán a la familia en el funeral de Mamá África, quien falleció a los 76 años de un ataque al corazón.

A continuación, publicamos extractos de una entrevista inédita a esa voz africana, realizada en La Habana, Cuba, en 2005.

Cuando Miriam Makeba decidió dejar de cantar en público planeó una gira de despedida por cerca de 52 países con el único interés de “devolver tanto cariño y decir: gracias y adiós”.

Tiempo atrás ya quería despedirse de los escenarios, nos dijo en una insólita entrevista realizada en La Habana, Cuba, el 5 de octubre de 2005, justo antes de presentarse en el teatro Astral. Cuba era uno de los tres países latinoamericanos seleccionados (los otros, Venezuela y Brasil) en la gira que pondría punto final a su carrera.

Con la intención de invitarla a participar en el Festival Internacional Afrocaribeño de Veracruz, del cual yo era en ese entonces director artístico, viajamos a La Habana donde se dio el encuentro.

Nos recibió en el hotel donde se hospedaba. Venía de cantar en Estados Unidos, “feliz y exhausta”. Con su bonito vestido de colores cálidos y el elegante turbante que coronaba su atuendo no cabía duda: era la representación más convincente de la mujer africana y, mejor aún, de todo el continente. Mamá África le llamaban.

Desigualdad, el eterno problema

Lo primero que destacó en aquel momento fue su alegría y gran amabilidad. “Oh, México, sí, sí, sí. Siento mucho a ese país, lleno de cultura, pero también de pobreza”, nos dijo de entrada. “He deseado ir a cantar allá, pero por alguna razón siempre se me ha negado.”

Los minutos iniciales de la entrevista giraron en torno a nuestro país y la gesta zapatista. “Sabemos de la importancia de su lucha y de lo poco que se ha hecho en su favor... El eterno problema de las desigualdades. Vengo de un país inmensamente rico en recursos de todo tipo, y pese a ello la mayoría de la población es tremendamente pobre.

“Nací en Johannesburgo en 1932; crecí en la injusticia; ante el sufrimiento no se piensa, se actúa. Todo lo demás es demagogia.”

Escucharla hablar de forma pausada y armoniosa embelezaba. Con las manos en su regazo y el gesto sereno, hilaba sus ideas.

“Desde mi posición de cantante he luchado por la justicia y la igualdad. Nunca me he considerado activista política. Canto y hablo sobre verdades. Nuestro entorno siempre ha sufrido por el apartheid, el racismo y la miseria. Así que nuestra música tiene que estar influenciada por ello.”

Insistía en que cada canción y cada aparición en público iban ligadas a la situación social de su pueblo. “No canto cosas políticas, sólo la verdad.” Cantar era su sino. Desde su más tierna infancia le gustaba cantar.

“Lo hacía por puro placer y entonaba con voz linda. A veces subía a la rama de algún árbol y creía ser un ave… ‘Volar, volar’, decía.” La opinión de la gente del pueblo estaba dividida acerca del talento de la niña Makeba: “Está destinada a ser algo grande”, decían unos; “será un problema para la familia”, opinaban otros. Pero todos coincidían en que Zenzi –su nombre verdadero– poseía una bella e impactante voz.

En aquella cita habanera, la primera dama de la canción africana nos confesaba humildemente que el talento se lo había dado el ser supremo, aunque reconocía que fueron su madre y su abuela quienes le proveyeron las primeras palabras para cantar en xhosa, su idioma materno. Sin embargo, y ante la necesidad de proyectar su carrera a escala internacional, tuvo que cantar en otros idiomas. “Pese a todo he mantenido mi cultura y la música de mis orígenes; gracias a ello me convertí en voz e imagen de África, sin ser consciente de lo que significaba.”

Música de este planeta

Mamá África fue una de las responsables del inicio, en la década de los años 60, de lo que ahora conocemos como world music; aunque le disgustaba la etiqueta, bromeaba al decir que “toda la música viene de nuestro mundo”.

“Cuando llegué a Estados Unidos hubo quien me llamó folclorista; otros jazzista-folclorista. No sabían cómo etiquetar lo que hacía. Ahora me incluyen en el world music, como si viviéramos en otro planeta. Lo que hacemos es música, llámenle así.”

Sobre el éxito mundial de su canción Pata Pata apuntó que no se lo explicaba, porque tenía en su repertorio mejores temas. “Apareció en un momento en que la gente pedía a gritos alguna canción fresca, y luego se convirtió en un referente del canto africano. Pata Pata fue escrita por Dorothy Masaka, quien se inspiró en esa frase zulú que significa ‘las caricias que se hacen los amantes’; aunque muchos la tomaron como de bandera política no es más que una canción con ánimo danzario.”

A Miriam Makeba no le gusta hablar de su vida privada, sin embargo, en aquella ocasión se atrevió: “Me he casado muchas veces, pero sólo tuve una hija, que murió. Me dejó un nieto y una nieta que están conmigo en el escenario y que me han dado un biznieto cada uno”.

Por primera vez en la entrevista una sombra de tristeza cubrió su rostro. “Mi marido, Stokely Carmichael, era líder de los Panteras Negras. Estábamos vigilados por el FBI, y nos fuimos a Guinea. Allí murió mi hija. No he conseguido olvidarle… Ese tipo de cosas no se superan nunca.”

Quizá sea por ello que su “última energía” la utilizó en brindar apoyo a niñas desprotegidas de su país.

“Cuando volví a Sudáfrica, después de 30 años de exilio, noté que había muchos hogares para niños y ninguno para niñas. Las calles estaban llenas de niñas mendigando y no tenían dónde dormir. Ahora tienen un hogar. Esas niñas son las futuras madres de la nación. Si no las cuidamos, si viven de mendigar y de prostituirse, ¿qué tipo de nación y de madres tendremos?”

Su regreso a Sudáfrica, el 10 de junio de 1990, después de la excarcelación de Nelson Mandela –quien le ofreció participar en su gobierno, lo que rechazó–, le hizo compenetrar en la reforma pactada que permitía al Congreso Nacional Africano gobernar siempre que no tocara los frutos del expolio que durante siglos el colonialista blanco impuso sobre la mayoría nativa.

We speak peace to you” (Hablemos de paz) era una de sus frases recurrentes, y que describía a la perfección el anhelo de armonía en un país en el que aún hay mucho por hacer.

Aparente libertad

“El país ha avanzado, pero la mentalidad de la gente no”, nos decía la tarde previa a su presentación en el Astral. “Es cierto que nuestros hijos pueden ir a cualquier escuela; que podemos vivir donde queramos… pero aún hay problemas. La miseria genera violencia; aunque el gobierno trabaja por eliminarla todavía está ahí. El pueblo sudafricano intenta reconciliarse, pero la esperanza son esos niños, blancos y negros, que aprenden a comprenderse.”

Hablar de cambio es hablar de Nelson Mandela, decía. “Hemos tenido la fortuna de contar con una persona como él. Seguirá ahí después de muerto, y su presencia etérea será acicate para quienes desfallezcan en el intento de hacer una gran nación.”

La mañana del lunes, al enterarse del deceso de la cantante, Mandela expresó con lágrimas: “Era la madre de nuestro combate y de nuestra joven nación. Sus melodías obsesivas hicieron sentir el dolor del exilio y la distancia que ella padeció durante 31 años. Al mismo tiempo, su música nos dio a todos un profundo sentimiento de esperanza (…). Ella era el alma sudafricana y con mucho, merecedora del título de Mamá África ¿Qué más puedo decir? Siento un gran vacío en el alma, pero ella vive, sé que es cierto, porque lo afirma su ejemplo, que es legado para la humanidad”.

 
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