Número 147 | Jueves 2 de octubre de 2008
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus
NotieSe


Los trabajos de ser mujer
La incorporación de las mujeres al mercado laboral ofrece los fulgores de la independencia económica, pero también secuelas de explotación y abusos. En estas páginas dos reportajes recorren el norte y el sur del trabajo femenino, de la industria establecida (la minería en Sonora) a la ilusión de las maquilas (la mezclilla de exportación en Puebla).


Maquila y explotación
Historias de mujeres y mezclilla

Por Leonardo Bastida A. y Lucía Sánchez de Bustamante

La maquila es un monstruo y una bendición. Sobre todo si se es mujer. Trabajos mal pagados, jornadas de miedo y carencia absoluta de garantías sindicales. Pero trabajo al fin y la oportunidad de progresar y ser independientes. Un espejismo que ha hecho que las mujeres representen 30 por ciento de la mano de obra industrial de México. Trabajadoras eficientes y siempre con la necesidad de más dinero; fácilmente explotables y, según el lugar común, menos exigentes.

En Tehuacán, Puebla, ciudad industrial en las orillas de la aridez del altiplano, la vida comienza antes de que salga el Sol. De todos los pueblos y colonias comienzan a fluir personas con manos y brazos teñidos de azul, quienes abordan autobuses que las conducirán a las distintas plantas maquiladoras de textiles establecidas en la región. Su objetivo es alcanzar la meta de producción: de mil quinientos a tres mil pantalones de mezclilla. Su recompensa, obtener el sábado al mediodía un pago máximo de 800 pesos, o en caso de no haber finalizado las tareas, de entre 400 y 550 pesos.


Foto: Iván Bastida Aguilar

La próspera maquila

De acuerdo al Censo Económico de Tehuacán la producción mensual de prendas de mezclilla alcanza hasta 50 millones en un total de 248 maquiladoras establecidas, aunque se calcula que en realidad hay unas 700. Ochenta por ciento de lo producido se exporta y va a parar a las boutiques de marcas trasnacionales como Guess, Levi’s, Wrangler, Tommy Hilfiger, entre otras.

La maquiladora surge para retener la mano de obra en México, aunque sus condiciones son más que desventajosas para las localidades que las hospedan y para la gente que emplean. “En lugar de promover una industria nacional y arraigarse, la maquila es volátil”, explica Emilienne de León, directora ejecutiva de Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer (Semillas), organización que ayuda a grupos de trabajadoras de la maquila a reivindicar sus derechos laborales. “Estas empresas han insertado a una gran cantidad de mujeres a la vida laboral, sin embargo, no hay políticas públicas que creen mejores condiciones para las mujeres trabajadoras”, dice.

Lo justo para salir
“Me pusieron a prueba. Tenía que entregar 150 pantalones en dos horas. Logré 140 y repuse después los otros 10”, menciona Juana, trabajadora de la industria maquiladora desde hace más de 20 años y hoy desempleada, tras el cierre de la planta de Vaqueros Navarra —luego de una larga historia de abusos laborales y presiones para acallar las protestas de sus trabajadores. Eventualmente Juana recurre a alguna de las tantas maquiladoras fantasma de Tehuacan con el fin de poder mantener a sus cinco hijos.

En el caso de Juana, su ingreso a la pequeña maquila donde labora eventualmente fue más sencillo debido a que no tuvo que someterse a una prueba de embarazo, como en Navarra donde era obligatoria. Pero las condiciones de trabajo son peores —explica— en estas maquiladoras clandestinas “siempre se carece de seguro y de cosas. Te salen con que no hay dinero aunque haya producción. Nos dicen ‘te vamos a dar 800 pesos’, pero llegando el sábado nos dan 400. ¿Qué hace uno? Uno tiene hijos y siempre te esperan ver llegar con algo”.

Las dos décadas de trabajo en las líneas de la maquila han provocado merma en su salud. “Ahorita tengo artritis, hago un gran esfuerzo pero realmente me duelen mucho las manos, pero uno tiene que trabajar con el dolor ahí”.

Sus niños juegan en el patio mientras Juana hace las tortillas que venderá al día siguiente en algún mercado cercano para completar sus ingresos, pues esta semana le tocó la mala suerte, junto con otros 30 obreros, de no recibir su raya por “falta de dinero” en la empresa.

Pese a todo, Juana no piensa abandonar la maquiladora. “Con tal de que a uno le den el trabajo, pues sí acepta”, dice. Su situación, al igual que la de muchas mujeres responde a que la maquila proporciona —aunque no lo respete— Seguro Social, salario y horario, explica María del Carmen Morales, de Semillas. “Las maquilas les dan a las mujeres una oportunidad de salir a un espacio público que les otorga otro estatus social”, acota.

Foto: Iván Bastida Aguilar


La carga extra para las mujeres
“Una vez me llamó el encargado y me dijo: ‘Sí te voy a dar unos pesos más, pero si sales conmigo’”, platica Guadalupe. “Como no acepté me dejaba hasta más tarde o me exigía más, buscaba algo para molestarme; así fueron tres meses. Hasta que me despidió. A las que le gustaban nos dejaba hasta más tarde o hasta el último, que porque teníamos que producir más”.

En el área de Recursos Humanos de la empresa no hubo espacio para su queja. “Usted tiene la culpa porque lo provoca, no es la única, hay muchas mujeres que hacen eso con él”, fue la respuesta. “Después me obligaron a firmar un papel donde dijera que yo me iba por mi voluntad. Como no les quise firmar me tuvieron encerrada casi todo el día”, recuerda Guadalupe mientras carga a su hijo que no deja de llorar. Su embarazo también fue motivo de discriminación y acoso.

Originaria de Caltepec, en la sierra que colinda con Oaxaca, Guadalupe trabajó por nueve años en las maquiladoras Tarrant, Eslava y en Vaqueros Navarra, hasta su cierre. “Por estar embarazada no es fácil conseguir trabajo; si uno ya tiene el trabajo, puede ser motivo para que te despidan. Cuando yo estaba embarazada de mi hijo, el encargado me decía que ya no servía, que para qué me había buscado un hijo, que si ya no podía trabajar que me fuera pero que no lo molestara con los permisos”, cuenta. Por necesidad, Guadalupe aguantó las presiones y laboró hasta los quince días previos al parto.

Hoy ya no percibe los 600 o 700 pesos semanales que ganaba en la maquila. Pasa el día completo con sus hijos, aunque la situación económica parece que pronto la orillará a regresar a las líneas de ensamblado.

Que se respeten nuestros derechos
Rita también tiene una larga historia dentro de las maquilas de Tehuacán. “Todo el aire levantaba mucha pelusa, la respirabas y se te metía en los ojos. No usábamos cubrebocas ni lentes. Como al año de haber salido de la maquila yo aún seguía sacando restos de pelusa por la nariz”, narra. Oriunda de un pueblo cercano y hablante nativa de náhuatl, cuenta la forma en que conoció de sus derechos como trabajadora y cómo eso le valió su despido. “En estas maquilas ni te enteras de qué prestaciones tienes como trabajador”.

Al informarse y adherirse a grupos que le mantenían actualizada sobre lo que podía exigir en la nave donde laboraba, sucedió lo inevitable. “Sabemos que andas con los de la Comisión, no queremos que nos vengas a afectar. Platicas mucho con la gente y no queremos problemas. Te pagamos tu semana completa pero vete, no queremos saber nada de ti”, le dijeron a Rita los supervisores de la maquila.

Tras ser incluida en una “lista negra”, que recoge el nombre de trabajadores que han exigido respeto a sus derechos o se han involucrado en conflictos como los de Vaqueros Navarra, Rita pasa los días informando a sus compañeras que no tienen por qué trabajar los domingos u horas extras sin paga o que deben hacer válidas sus incapacidades del Seguro Social.

Mientras tanto, sentada en una banca del jardín central de Tehuacán, espera que se entienda que la búsqueda del cumplimiento de derechos laborales no significa apoyar el cierre de las plantas, como dicen con ahínco empresarios, funcionarios y medios locales. “Queremos una fuente digna de empleo, que se nos respete como seres humanos y poder vivir dignamente con nuestros salarios”, concluye.

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