Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de agosto de 2008 Num: 701

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Santiago Hernández: de Niño Héroe a caricaturista genial
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Poniatowska: el compromiso de consignar
ROSARIO ALONSO MARTÍN

Tres poetas de Guatemala

Una deuda cultural pendiente
FABIÁN MUÑOZ entrevista con
LUIS LEANTE

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Felipe Garrido

Hermanos

Cuando don Atanasio Argúndez y Ávila, aquel juez que creía más en la justicia que en las leyes, supo que Víctor Hugo y Alejandro habían muerto en alguna ciudad de la Costa –él no las conocía; no le gustaba salir de la isla–, estaba componiendo un poema a la dulce Rita. “De junco y capulí” acababa de escribir, y se había sentido incómodo porque esas palabras ya las había leído en algún lado. Antes de que pudiera cambiarlas, le llegó la noticia y sintió que un peso enorme bajaba sobre su espíritu atribulado y que ya no podría seguir escribiendo. Recordó tardes que había pasado con sus hermanos; alguno jugaba a que era una mujer enloquecida por la soledad o un ejecutivo enloquecido por el poder, y el otro decía cosas como “abro enormemente los párpados y abarco toda la luz; el sol me enciende las venas de los ojos...” También jugaban a esconderse. Muy bien se habían escondido ahora, dijo don Atanasio, y sintió cómo la sombra bajaba sobre su alma.