Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de agosto de 2008 Num: 701

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Santiago Hernández: de Niño Héroe a caricaturista genial
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Poniatowska: el compromiso de consignar
ROSARIO ALONSO MARTÍN

Tres poetas de Guatemala

Una deuda cultural pendiente
FABIÁN MUÑOZ entrevista con
LUIS LEANTE

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Regresa el Return…

Más de una vez hemos criticado el hipócrita fenómeno de “los reencuentros”; esa fórmula que aprovecha la melancolía de melómanos confundidos con las innumerables opciones del presente, extrañas todas a su banda sonora vital, que no pueden sino recurrir al cancionero del pasado como quien busca refugio en la casa materna. Por ello y sin generalizar, diremos que son muy pocos los grupos “reunidos” por los cuales vale la pena pagar un boleto. Empero, el fenómeno se ha hecho tan lucrativo que ha infectado a géneros que no suelen prestar tanta atención a las vicisitudes de la moda. Nos referimos, por ejemplo, al jazz. Claro que no a cualquier jazz, sino a ése que entendió las posibilidades del lenguaje rockero a finales de los setenta, para crear un movimiento amado y odiado, difícil de valorar: la fusión.

Muchos dirán, y no sin algo de razón, que estamos mal, que la verdadera fusión comenzó mucho antes con los experimentos de Miles Davis, Joe Zawinul, Herbie Hancock y tantos genios interesados en la electrificación. En parte cierto, no podemos decir que el jazz-rock-fusion, entendido desde los teclados y la guitarra eléctrica sumergidos en los efectos, sumados a bateristas y bajistas mucho más protagónicos y virtuosos, fuera el mismo tipo de combinación que la intentada por leyendas a cuya sombra peregrinaban sus acompañantes. No. Hablamos aquí de ese momento en que los grupos de jazz se volvieron bandas de pop y comenzaron a llenar estadios. Del Weather Report de Pastorius al Pat Metheny Group, pasando por la Mahavishnu de John McLaughlin, sucedieron muchas apariciones trascendentales entre las que sobresalió Return to Forever, colectivo que hoy nos ocupa y que se reunió hace un par de meses para reventar las taquillas de Estados Unidos y Europa.


Return to forever 1976

Integrado por el tecladista Chick Corea, el bajista Stanley Clarke, el guitarrista Al Di Meola y el baterista Lenny White, este combo fue molde al que aspiraban miles de músicos alrededor del mundo. Se trataba de un proyecto en el cual la música presumía de su rapidez, técnica y tecnología, olvidando la candidez de melodías e improvisaciones con sabor a madera o saxofón. Considerado el súper grupo, la historia dio la razón a sus fanáticos al paso del tiempo, pues aunque sus miembros habían producido discos admirables en momentos previos, y aunque sólo estuvieron juntos por cinco años, lo que siguió después en la carrera de cada uno ratificó su estatus de héroes.

Chick Corea es el más reconocido de entre los fundadores de Return to Forever. La razón es que luego se le ocurrió fundar la famosa Elektric Band, un taller en el que él, el maestro de la cienciología (de verdad), guiaría a cuatro talentosos, guapos y fresas pupilos por el camino de la escala vertiginosa y los tenis Reebok. Así surgieron algunos de los más fashionistas ejecutantes capaces de sacarle chispas a un instrumento. Hablamos del bajista John Patitucci, del guitarrista Frank Gambale, del saxofonista Eric Marienthal y del baterista Dave Weckl. O sea que Corea fue quien mejor explotó las bondades estéticas de los ochenta, aunque siempre se mantuvo explorando nuevos horizontes con bandas como la ulterior Origin. (No en balde fue uno de los hijos pródigos de Miles Davis.) Como quiera que sea, el disco que nos parece brillante y no tan apreciado en su colección es el Three Quartets.

Stanley Clarke, por su lado, hoy está en la cresta de la ola. Ello se debe al regreso de Return to Forever, claro, pero también a smv , el conjunto con el que estrena disco (Thunder) este mes, al lado de otros dos ídolos del bajo negro: Marcus Miller y Victor Wooten. O sea que, luego de años dedicados a musicalizar televisión y cine, y tras muchas y repetitivas grabaciones y giras con su colega George Duke y con el Rito de Cuerdas (compartiendo créditos con el violinista Jean Luc Ponty y el mismo Di Meola), finalmente se colgará su histórico bajo tenor Pedulla de cuatro cuerdas, para demostrar por qué con él cambió la historia del instrumento. Lo cierto, y que nos perdonen sus fanáticos, es que vemos casi imposible que supere su grabación en vivo de 1977.

Al Di Meola y Lenny White, finalmente, han grabado decenas de álbumes propios y ajenos, girando permanentemente con la seguridad que da un currículo en cuyas páginas aparece Return to Forever. Sin embargo, a diferencia de Corea y Clarke, podemos decir que sus producciones nunca han alcanzado el nivel ni de fama ni de calidad que lograron cuando habitaban el grupo. Y es que la vida es así. Son miles los músicos que adquirieron su estigma en superbandas sufriendo después la eterna comparación, el fusilamiento crítico. Ni modo. De lo que pueden estar felices los cuatro es de que, con Return to Forever, pasaron a los libros de historia y abrieron una puerta por la que nunca dejan de pasar quienes aman la libertad del jazz, pero entienden la fuerza del rock. Ojalá que algún valiente y suicida productor se anime a pagar el estratosférico precio del grupo, para que podamos verlos aquí. (Ahora es cuando Ocesa, anímate.)