Usted está aquí: miércoles 30 de julio de 2008 Espectáculos Jazz

Jazz

Antonio Malacara
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■ Ángela y María

Una nueva voz, la de Ángela, aparece en el pequeño universo en extensión del jazz en México. Una nueva voz, aunque cantando piezas de antes de antier. En su disco debut –con el sesudo título de Jazz–, presenta temas de siempre y de un poco más allá. Aquellos compositores que mi papá escuchaba cuando quería viajar a su primera juventud se enlistan en la contraportada; ahí están Richard Rodgers, George Gershwin, Henry Mancini, Herman Hupfeld y varios otros etcéteras (hasta cupo un bolero del maestro Pepe Guízar).

Mi sub no lo puede creer cuando me ve poniendo el disco en el reproductor. Y menos da crédito cuando no lo quito después de 10 minutos; pero la lejanía del control y la esperanza de Pandora y el recuerdo de Raúl Malacara nos ayudan a digerir la insipidez de un inicio que más bien parece catálogo de música para elevador o para departamento de corsetería.

Y qué bueno que no nos fuimos. Porque a partir del cuarto track el disco empieza a transformarse de tajo, de manera casi kafkiana. Las canciones siguen girando en el retro (que ahí no descansaba el error), pero la buena voz que ya mostraba Ángela desde los primeros surcos descubre ahora los secretos de la expresividad y la soltura, mientras el piano de Jorge Estrada (quien interviene además como guitarrista, director y productor) se anima a sumergirse un poco más en las posibilidades de la balada y el swing y la bossa.

La propuesta se encarrila, se eleva, se convierte en un buen texto sonoro para ilustrar cómo se puede recuperar un buen disco después de un mal inicio.

Curiosamente, es en la melosa ternura de Blue Moon donde el proyecto adquiere fuerza, y sigue en línea ascendente con las célebres As Time Goes By (¿La han escuchado con Jaime López? Es genial) y Over the Rainbow, hasta encarrilarse del todo y hacer sonar bien piezas como I Wish You Love y Sin ti. Por supuesto, el disco no es apto para seguidores del noise, pero resultará agradable y agradecible para aquellos que siguen bailando en el Savoy o deseando volar sobre el arco iris.

La voz de María ha sido siempre intensa, inmensa, y aunque nunca... (siempre y nunca, qué la canción) ha aterrizado plenamente en las pistas del jazz, los músicos que la han acompañado y la acompañan son oriundos de estas tierras (Enrique Nery, Víctor Patrón, Marco Antonio Morel, Iraida Noriega, Israel Cupich, Giovanni Figueroa y Rey David Alejandre. Nomás).

En menores o mayores dosis, el aroma del jazz está presente en cada uno de los cortes incluidos en sus discos: Florecitas mexicanas (2000) y Besos (2007). Ambos son magníficos, con los matices exactos, sin depuraciones excesivas, con la espontaneidad y la elegancia intrínseca de una joven mujer que domina a plenitud el canto, esto del dar y compartir el lujo de un fraseo inmaculado, pero que invariablemente deja espacios para el quiebre deliberado, para el destiempo que redefine el compás, para la ternura nunca edulcorada, para la intensidad que ni vacila ni se despeña. María sabe cantar.

La discreta entrada de Florecitas mexicanas es ampliamente rebasada en Besos. Aquí la vocalista parte plaza, muestra en realidad una nueva forma de abordar la música tradicional, cambia líneas en las letras (Amarraditos); asombra con el apoderamiento personal de algún tema (La puerta), y se muestra como compositora consumada con Besos y La morenita. (En su primer cedé, esto de la composición no había madurado del todo). Lamentablemente, son sólo dos canciones de su cosecha.

Por supuesto que se siente algún tropiezo, como en el arreglo de La bruja, el clásico veracruzano que Víctor Patrón arregla en un moderato que quería disfrazarse de cantábile y que termina chorreándose todito entre el pentagrama, cuando su lugar es el puerto. No obstante, el mismo Patrón alcanza un pausado y excelente tono en En mi viejo San Juan.

Marco Antonio Morel, a quien no veíamos desde sus tiempos con Astillero, hace un trabajo magistral en las guitarras y los arreglos de Cuenta conmigo, La morenita y La flor de la canela. Y Enrique Nery... es un genio... qué bueno que logró salir con bien del hospital y que se ha reintegrado a su vida artística. Ya hablaremos con calma de él y de sus nuevos proyectos.

Por lo pronto, aquí está un nuevo disco de María, con la calidad y la belleza derramándose en cada surco, y con la urgencia de un buen equipo que sepa de marketing y de difusión, que coloque su trabajo y su belleza donde deben estar, y no en el semianonimato de estos días, mientras pareciera que los escribanos mutan las reseñas musicales en declaraciones de amor. Salud.

 
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