Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de julio de 2008 Num: 699

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último beso
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS

Resumen de una época
TASOS LIVADITIS

El erotismo de la escritura
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Luis Cernuda y la ética de Las nubes
RUBÉN D. MEDINA

Diario de viaje a Cuba
CLAUDIO MAGRIS

Aunque
JUAN GELMAN

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Kitagawa Utamaro, grabado erótico de prostituta del distrito Yoshiwara (el barrio del placer de Tokyo), siglos XVII al XIX

El erotismo de la escritura

Adriana Cortés
entrevista con Margo Glantz

Erotismo, cuerpo, memoria y dolor son algunos ejes de La polca de los osos (Almadía, 2008), libro donde Margo Glantz aborda, asimismo, el tema del Holocausto sobre el que poco ha escrito, y que lleva troquelado en la piel. Este libro de la profesora emérita de la unam reúne ensayos publicados desde la década de los setenta hasta la actualidad.

– ¿Hay un límite entre pornografía y erotismo en Las bellas durmientes, de Kawabata?

– No voy a decir nunca que un texto de Kawabata sea pornográfico. Los japoneses tienen una manera muy particular de ver al sexo y aquí estaría presente también ese secreto y ese descubrimiento al mismo tiempo, es decir, reiterar de una manera muy definida y al mismo tiempo velar todo aquello que se ha tratado de definir, ya sea en Kawabata o en Tanizaki o en las pinturas eróticas japonesas. Vi en marzo de este año una exposición en la Biblioteca Nacional de París dedicada a esa sección que hasta ya muy entrado el siglo pasado fue conocida como “el infierno de la Biblioteca Nacional de París”, la literatura y la plástica prohibidas por considerárselas como un atentado contra “la decencia”, material a veces decomisado en las comisarías por considerarse pornográfico. Georges Bataille, quien trabajaba justamente en esa sección de la Biblioteca Nacional, recibió una carta donde se le pedía que fuese a la comisaría de una delegación parisina a buscar algunos grabados pornográficos que ahora nos parecen totalmente comunes y corrientes, entre ellos, grabados de pintores japoneses de los siglos XVI y XVII, en los que la sexualidad es muy evidente y al mismo tiempo muy velada, porque los cuerpos nunca están desnudos. Aparecen las partes sexuales exorbitadas, los cuerpos vestidos con enormes túnicas y con numerosos objetos en las habitaciones, lo que suscita un ambiente de intimidad que la exhibición de las partes genitales del cuerpo parece descartar. La pornografía es cada vez más un elemento presente en la vida cotidiana; en la época de Bataille, por el contrario, el erotismo se asociaba con lo secreto.

– ¿Cómo aborda el erotismo Las mil y una noches?

Las mil y una noches es un libro donde el erotismo juega un papel fundamental. Para empezar, los cuentos se cuentan después de que Scherezada y el sultán han hecho el amor y éste descansa y se siente dispuesto a dejarse entretener. El sultán decapita a todas las mujeres del reino porque descubrió a su esposa en adulterio y Scherezada retrasa su ejecución con la palabra, cuentos que siempre tienen también implicaciones eróticas. Es uno de los libros más libres en cuanto al erotismo se refiere, tanto que en el siglo XVIII francés –siglo libertino por excelencia– se tradujeron Las Mil y una noches; las tradujo al francés Galland, egiptólogo y filólogo, que como diplomático en Egipto conoció los manuscritos y los tradujo. Se volvió un libro clásico imitado por numerosos escritores: Diderot escribió Las alhajas indiscretas, siguiendo su propia organización textual, su propia invención particular, pero influido por Las mil y una noches. Cada cuento contado por Scherezada se vuelve inmortal y, por tanto, debe inscribirse en el borde de los ojos con una aguja, obviamente con sentido metafórico y, luego, grabarse sobre la piedra o manuscribirse. Cuando un cuento de tradición oral se consideraba valioso, se rescataba por la escritura, lo mismo que hacía Scherezada con la oralidad, es decir, ella rescata su cuerpo y no sólo el suyo, sino el de las mujeres del reino, gracias a su capacidad de relatar relatos que son considerados extraordinarios e imperecederos, procedentes de una tradición oral que ella cuenta y sabe de memoria.

Las mil y una noches se desdobla en varios relatos hasta conformar un libro laberíntico...

– Sí, el relato dentro del relato. Los cuentos dispersos existían desde hacía mucho tiempo y puede ser que fueran cuentos hindúes o persas. Los árabes conquistaron toda esa zona después. Empiezan a circular por toda el Asia central: Afganistán, Siria, Persia; circulan como cuentos de tradición oral, contados por personajes juglarescos; se trasmiten a lo largo de los siglos y llegan también a España a través de la tradición árabe: El libro de los exemplos, del Conde Lucanor, proviene de esa tradición. Hacia el siglo XV alguien inventa el marco, es decir, un relato que dispara los demás relatos –Scherezada cuenta a quienes a su vez disparan los relatos–, hilvana los cuentos que se van encadenando. Cuando la relación amorosa cotidiana entre el sultán y Scherezada concluye cada noche, Doniasad, su hermana, acostada cerca de los esposos, tal vez contemplando el acto sexual –¿una voyeurista?– le pide a su hermana que por favor cuente un cuento. La relatora lo deja interrumpido para que, cuando en la noche siguiente regrese el sultán después de cumplir con su oficio real, pueda saber cómo concluye el cuento. Scherezada los enlaza con otros, interrumpidos a su vez en un momento crucial; Sherezada da la palabra a otros relatores, quienes, como ella, van dejando los relatos inconclusos. El sistema de Scherezada se reitera, como podemos verlo en la Edad Media europea, en los Cuentos de Canterbury, de Chaucer, en el Decamerón, de Boccaccio o en las Maravillas o Desengaños, de María de Zayas, ya en el Renacimiento: historias-marco que encuadran las historias narradas a partir de una historia que desata las demás historias gracias a diversos relatores: varios personajes reunidos para protegerse de la peste y para pasar el tiempo cuentan historias que se van dando el relevo. Es probable que este tipo de relato-marco haya surgido en el siglo XV.


Arte erótico japonés del siglo XVII-XVIII

– ¿La escritura: un espacio neutro?

– Escribí algunos de los ensayos de este libro a finales de la década de los setenta, época en que estaba muy vigente el feminismo y algunas teorías hablaban de la imposibilidad de una verdadera neutralidad sexual en la escritura. Sin embargo, no estoy tan segura hoy. En La polca de los osos no quise autocensurarme, elegí textos que escribí en diversas etapas de mi vida. Algunos los modifiqué porque había cosas más recientes que tenían cabida dentro de ellos y los hacían más explícitos y vigentes, y había textos que dejé como estaban porque formaban parte de la recepción de un fenómeno en el cual también yo había participado; no quise alterarlos porque pertenecen a una época dada y a una historicidad determinada. Esos textos me fechan a mí como escritora; no me quiero ni censurar ni restaurar totalmente mis textos. Pienso que si rescato un texto es porque aún tiene alguna validez.

– Barthes y Duras, de quienes escribe en su libro, ¿son sus autores predilectos?

– Barthes es un escritor a quien le tengo un gran respeto y con quien comparto muchas ideas; sus libros los he leído con apasionamiento y he partido de ellos en numerosas ocasiones, a veces también para escribir mis propios textos. Creo que Barthes tiene una visión muy creadora y al mismo tiempo muy poética, es capaz de asociar cosas que parecería imposible conectar. La poesía puede existir también en el ensayo o en la novela. Barthes y Borges me han ayudado muchísimo para entender distintos fenómenos culturales y literarios. Los autores van ocupando espacios importantes de mi vida y, una vez que han surtido su efecto, se les abandona poco a poco, aunque eso no quiera decir que no vuelva una a ellos recurrentemente. En Marguerite Duras me parece extraordinario el punto de vista del narrador; yo creo que fue muy innovadora. Hay cosas en ella quizá ya obsoletas y un poco cursis. No es de las escritoras que más me apasionan, pero algunos de sus textos me siguen interesando.

– ¿Y la historiadora Nicole Loraux?

– Para mí es muy útil leer tanto a Loraux como a Françoise Frontisi-Ducroux, a Giulia Sissa o a otras historiadoras estadunidenses que han analizado y descubiertos aspectos que por deformación profesional y de género los hombres descuidan. Creo que Loraux trabajó la historia griega asociándola con la lingüística y la filosofía, y descubrió aspectos que aclaran cosas a las que no les dábamos importancia o ni siquiera advertíamos, totalmente distintas a lo que tradicionalmente se nos había hecho creer. Todavía la cultura occidental –digo todavía porque quién sabe cuánto va a durar– está muy vinculada a lo griego y seguimos manejándonos con patrones clásicos. Para mí son muy esclarecedores sus puntos de vista. Son libros clave que la llevan a una a trazar con mayor complejidad, sofisticación y profundidad aspectos fundamentales de la literatura e historias griegas.

– ¿Cuál ha sido su lectura de Paul Celan?


Foto: Carlos Ramos Mamahua/ archivo La Jornada

– Celan, como Primo Levi y Jean Améry, han trabajado distintos contextos de la literatura dedicada a esa etapa nefanda que se inició con el nazismo y produjo los campos de exterminio. La madre de Celan –como la de Canetti– lo obligó a estudiar el alemán, lengua en la que él se expresó poéticamente –en realidad su lengua materna era el rumano–, a pesar de ser la lengua hablada por los asesinos de sus padres. Él la recuperó en una poesía vinculada con el exterminio, logrando alcanzar una belleza extraordinaria, aunque estuviese asociada con el llamado Holocausto: lo sabemos bien, el nazismo fue una de las formas más violentas y abyectas de conducta de la que creíamos que el hombre no era capaz. Celan demostró que después del Holocausto podía escribirse poesía, en contra de las ideas de Theodor Adorno. Primo Levi fue de los primeros en relatar en sus novelas su experiencia de Auschwitz, la relación entre los verdugos y las víctimas, la existencia de una zona gris donde se confunden ambos, zona analizada de manera magistral por Giorgio Agamben, a partir de los años noventa en textos como Homo Sacer, Lo que queda de Auschwitz o Abierto, que provienen en gran medida de un análisis profundo sobre los libros de Primo Levi. Hans Meyer –Jean Améry– ahondó en el problema del suicidio y en la imposibilidad del torturado para olvidar la tortura, impresa en él como en un manco la falta de una mano: jamás podrá desterrar de sí las huellas de la tortura, aunque aparentemente su cuerpo haya quedado intacto. Para mí estos textos nos ayudan a entender algunos de los acontecimientos fundamentales para cualquier ser humano que pretenda entender el siglo XX. Cuando empezó la segunda guerra mundial yo tenía nueve años, y cuando terminó la guerra era yo una adolescente, y numerosas familias de gente que conozco murieron en los campos de exterminio. Conocí a muchas sobrevivientes que llevaban tatuados los números infamantes en sus antebrazos. Ese momento histórico me ha troquelado, como si me hubieran tatuado también a mí. Por ello he tratado de trabajar ese tema y expresar a mi manera ese acontecimiento de lectura muy penosa, algo muy difícil. Lo que he podido rescatar hasta ahora está presente en La polca de los osos.

– Memoria y olvido: ¿cómo se reflejan en los testimonios sobre el Holocausto?

– Lo sabemos perfectamente: el Holocausto fue un proyecto elaborado con premeditación y organizado de una manera casi perfecta por los nazis, pero al mismo tiempo fue un proyecto que utilizó eufemismos para verbalizar sus planes. Es un proyecto claro, evidente, inequívoco y espantoso, y al mismo tiempo expresado de manera oblicua. Es cierto también que cuando suceden cosas terribles se pretende soslayar o borrar lo sucedido y se prefiere dejarlo en silencio. Es decir, se pretende borrar de la memoria todo aquello que parece difícil para que un pueblo siga su marcha hacia adelante. Para los alemanes fue una cosa gravísima el hecho de no haberse enfrentado directamente al tema del Holocausto; mantuvieron una conciencia a medias de sus actos y no pudieron reelaborar su pasado y vivir plenamente su presente e inaugurar un futuro. Lo vemos muy claramente en los textos de Sebald, escritos a finales del siglo XX. En apariencia, pasar por alto lo vivido permite recuperar la vida normal, pero lo reprimido siempre pesa sobre la memoria y la vida cotidiana.